"Disfruto de una hermosa coincidencia: el público elige ver lo que yo elijo contar a través de mis personajes"
A los seis años supo que quería ser actor y nunca soltó el sueño. Aunque, en realidad, lo agrandó hasta convertirse en autor, director y productor. En una charla íntima con Alejandra Canosa compartió sentimientos y alegrías.
Quienes lo conocen bien lo definen como un tipo extraordinario, de esos que no se la creen ni un poco porque está cosechando ni más ni menos que lo que sembró a partir un sueño que tenía de chico: ser actor. Y a partir de ahí: crear, imaginar, jugar, hacer malabares con el dinero, comer lo que había, surfear la ola, respirar hondo y seguir. Siempre, seguir.
Llega a la entrevista en monopatín, con look deportivo, y apenas la ve a Canosa sentada en la mesa de un barcito muy concurrido del barrio de Palermo, le hace una seña con la mano, entra, saluda con la mejor de las ondas y cuelga el casco en el “mono”. Así de simple es Mauricio Dayub, actor, director, productor, creativo nato. Se sienta, pide amablemente un “un cortadito y una medialuna”, y arranca contando que que estuvo algunos días en Montevideo, donde presentó “El Equilibrista”, su multipremiado espectáculo unipersonal por el cual sigue recibiendo ovaciones de pie. Como cuando lo presentó en España, en Israel, y el último verano en Punta del Este.
“El Equilibrista” es un espectáculo conmovedor, imperdible, una caja llena de sorpresas, de poesía y emoción, donde sobre el final el actor se da el gusto de subirse a una cuerda porque en la vida ha demostrado ser equilibrista por elección. “Hicimos más de 800 funciones y todavía no las pude festejar”, exclama acerca de la obra que dirige César Brie y se presenta todos los miércoles a las 20, en el Teatro El Nacional Sancor Seguros, y en gira nacional los fines de semana. Si todavía no la vieron, les aseguro que bien vale la pena.
Como si fuera poco, el actor hace doblete, ya que sigue despuntando el vicio con “El amateur, segunda vuelta”, junto a Gustavo Luppi, con dirección de Luis “Indio” Romero, obra que se puede ver todos los jueves a las 20, en el Chacarerean, la sala teatral de la cual Dayub es propietario.
-El Amateur es una obra de tu autoría, con dos personajes entrañables “El Pájaro” y “Lopecito” que encuentran un objetivo en común y arriesgan todo para lograrlo. El sueño de uno se transforma en el sueño del otro y juntos producen un milagro.
-Estoy muy feliz, la obra viene muy bien, próximamente la llevaremos a Miami y al Festival Internacional de Córdoba.
-¿El espectador agradece este tipo de obras? ¿Qué percibís después de finalizar cada función?
-Absolutamente. Hay algo de la esperanza que propone la obra que no está en la vida, que no solemos encontrar en la diaria y que sí la aporta el teatro. La gente la percibe, la siente, se emociona, agradece y sale transformada.
-“El Pájaro”, el personaje que interpretás, se propone batir un récord.
-Sí, y me encanta hacerlo porque propone lo imposible. Y justamente en estos tiempos no estamos pudiendo concretar los planes posibles, entonces, increíblemente, le demuestra al espectador que pareciera ser que los que menos tienen son los que pueden dejar un mensaje esperanzador.
-Tenés tremenda exigencia física, te subís a la bici, pedaleás duro y soltás una frase que da para el debate y la reflexión. Vos decís: Mirá si parás en la vuelta 16 y tu suerte está en la 17.
-Sí, es una frase que me encantó y que refiere a una anécdota. Según Paul McCartney, estando con John Lennon en un sótano de Liverpool, siendo chicos y teniendo compuestas un puñado de canciones, nadie les daba bola. Pero un día la pegaron y cada vez que se juntaban agradecían no haberse decepcionado por tanta indiferencia. Siguieron componiendo temas hasta pegarla, de otra manera, no hubieran existido Los Beatles.
-Los actores están acostumbrados a sufrir vaivenes económicos y te habrá pasado mil veces llegar con lo justo a fin de mes, ¿no?
-Siempre lo supe, sabía cuál era mi vocación, la misma que hoy me genera un deseo diario y para satisfacer esos deseos tengo que crear y después compartirlo con el público. Yo me convencí desde muy joven, sabiendo que si tenía dos mangos para satisfacer mis necesidades estaba bien. Si había más gente en la platea mucho mejor porque el público ayuda a financiar los proyectos. Yo saciaba esa necesidad que siempre tuve tan clara y por eso seguí y seguí hasta conseguir lo que quería.
“Tenía seis años cuando descubrí que lo que me gustaba era el teatro, sin saber muy bien de qué se trataba. Esa misma pulsión la sigo teniendo hoy. Fui creciendo y, mientras tanto, me metía en el garage de la casa de mis padres, pintaba las paredes con dibujos de payasos y frases que leía en las revistas; como una que decía “el maquillaje ocupa un lugar preferencial en la vida del clown”. Ese era mi mundo, con mis hermanos, los chicos del barrio, una linterna, una lupa… proyectábamos los dibujitos, un día hicimos un tren fantasma. Yo agradezco todo lo que no tuve porque eso mismo me generó la fuerza, las ganas y el deseo de lograr lo que soy”, enfatiza con brillo en los ojos.
-Imagino que hoy tenés galpón propio.
-Sí (risas), construí un galpón un poco más grande que aquel garage, donde están todas mis cosas y voy a crear, a disfrutar de mi oficio y puedo pasar ahí el día entero, en mi burbuja.
-Si espío por la cerradura, ¿qué veo?
-Restos de todas las escenografías con las que trabajé, consolas de luces que ya no uso. Apenas entrás, ves un cartel que dice: “Este es mi lugar en el mundo”. Podría pasar todo el día ahí pero tengo una familia y muchos compromisos. Siento paz y felicidad al mismo tiempo. A veces, a mi mujer (Paula Siero, su compañera de vida, con la que tuvieron a Rafa, ahora de once años) le cuesta convencerme para tomarnos vacaciones.
-¿Cuánto disfrutás del tiempo con ellos ante tanta demanda laboral?
-Con mi hijo compartimos cosas que le gustan a él y otras que me gustan a mí, hay un entrepiso donde están sus herramientas, juegos, todo lo que a él le interesa y le divierte. Paula me acompaña en los viajes cuando los compromisos lo permiten.
-¿Cómo te impacta lo que sucede en el país?
-Yo me he construido un pequeño pueblito de calles y de lugares como cuando era chico, esos a los que voy siempre. Te diría que casi no voy a lugares donde no conozco porque ahí es donde advierto que está todo mal. Me afecta cuando siento la falta de empatía en la gente, cuando me doy cuenta que el mundo no tiene en cuenta al otro. Eso me genera la necesidad de seguir haciendo el teatro que elijo hacer.
-Sos de los que se quedan a saludar después de la función, mientras que otros huyen despavoridos.
-Yo no entiendo por qué tendría que salir corriendo, como escapando del público, si yo toda mi vida lo busqué, lo soñé. No juzgo al resto, sólo que en mi caso particular, tengo una relación directa con la gente, nadie se va a atropellar para saludarme, no pasa nada. Todo lo que me dicen me retroalimenta como actor, me da razones para seguir invirtiendo, para seguir creando. Me va fortaleciendo con cosas que desde la realidad pierden fuerza y sentido.
-¿Hubo alguna época en la que los productores miraban para otro lado y te rebotaban los proyectos?
-Mil veces. Yo tuve que esperar años para que me llamaran y cuando me convocaban era ninguneado para terminar haciendo algo que en realidad le solucionaba los problemas al otro, pero a mí no me aportaba ni un poco. No es rencor, para nada, tiene que ver con el relato de un camino y ojalá quienes pasen por lo mismo que yo, entiendan que eso más que desmerecerlos debería fortalecerlos y hacerlos ganar confianza en los proyectos propios. Desde hace un tiempo y al día de hoy, estoy disfrutando de una hermosa coincidencia: el público elige ver lo que yo elijo contar a través de mis personajes.
-Con 63 años bien llevados se te ve espléndido ¿Qué ves cuando te ves?
-Me siento muy bien porque ser feliz es ser de grande lo que uno imaginó cuando era chico. Así me veo. Me llevó años, pero acá estoy, disfrutando a pleno de quien soy.
-¿Qué valor le das al dinero?
-Durante muchos años no me alcanzaba para vivir y conté con la ayuda de muchos que me prestaron dinero. En este momento, cuido mucho el dinero que gano y necesito para vivir y mantener todo lo que me rodea, que es bastante. Soy actor, productor, director, dueño de una sala teatral, así que tengo que cumplir con ese combo. Siempre fui un productor que invirtió más de lo que hacía falta. Mi estrategia siempre fue perder para ganar y así me fue bien. Alfredo Alcón también decía que hacía más de lo que le pagaban y yo siempre me sentí muy identificado. Yo, de chico, animaba fiestas infantiles y llegaba con dolor de cabeza porque me exigía mucho y me cansaba pero era más fuerte que yo.
-Hablemos de tu monopatín eléctrico ¿Lo deseabas de chico o te lo compraste porque te agiliza los tiempos?
-Yo soy de la época del monopatín a pulmón y uno de mis primeros viajes, como acá no había monopatín para adultos, me traje uno de afuera. En general suelo hacer muchas cosas que de pibe no podía. Mi viejo tenía que mantener a cinco hijos, era de clase media baja, no nos podían comprar ni el triciclo ni la bici ni el monopatín. Yo era de los que jugaba al básquet y no tenía la camiseta. Entonces me preguntaba ¿qué tan cara es la camiseta N° 9 que me la tiene que prestar un vecino? Mis viejos no sabían de la importancia que tenían esas cosas, venían de la guerra de Italia, ponían las papas y los tomates debajo de la cama para que no les faltara por si pasaba algo. Entonces como yo tenía el mismo talle que un pibe al que le llamábamos Pinocho, me ponía su camiseta Cuando era chico me colaba en el circo porque no podía pagar la entrada y hoy puedo; entonces, voy, lo disfruto, me saco la foto, como el pancho y veo el espectáculo entero.
-¿Cómo le explicás a tu hijo el valor de las cosas hoy, en tiempos donde en muchos casos los pibes exigen cosas carísimas?
-Mi hijo arrancó con otra experiencia y a veces me siento que hubiese estado bueno tener la falta de algo, no todo tan servido. Trato de que entienda la diferencia de lo que se puede y lo que no.
-¿Sos un buen chef o mejor vamos por el delivery?
-Soy muy bueno inventando con lo que hay en casa, abro la heladera y me las rebusco. Pensá que comí arroz blanco mucho tiempo, así que un pedacito de un pimiento es un montón Hago comidas sin nombre y muy dibujadas. Mi hijo me pide “hacete un postre de los tuyos, pá”. Y como a veces estoy ausente por laburo me la juego con postres inventados.
-¿Con quién te gustaría tomar un café pendiente en algún barcito de Buenos Aires?
Si bien tuve algunos intercambios, charlas y cenas, me hubiera gustado mucho haberme tomado unos buenos cafés con Alfredo Alcón en mi etapa de crecimiento profesional. Nos hemos cruzado en entregas de premios, pero me faltó preguntarle cómo había sido para él ser exigente y al mismo tiempo ser querido y respetado por el público. Es algo que me pregunto todo el tiempo. No he tenido mucha relación con gente grosa porque hice mi camino solo.