Tan frágil como la flor que lleva ese nombre. Cinco pétalos de color azul para simbolizar el amor desesperado. Frágil y a veces débil como la memoria. Se llama Nomeolvides, escrito todo junto, como si fuera una sola palabra y hasta diríamos una sola oración que implica un rezo, una plegaria, un pedido sin consuelo. Es difícil explicar qué nos lleva a los seres humanos a medir la durabilidad de algo que caducó cuando necesitamos que no quede en el olvido. Es una imperiosa necesidad de dejar una huella marcada a fuego en terceras personas, como si eso hiciera perenne algo que materialmente ya no existe, pero espiritualmente pareciera que sí. Que una pareja nos recuerde con los buenos momentos vividos, si los hubo, pareciera que nos conforma y reconforta. Que no se olviden de nosotros ayudaría a sentirnos importantes. Pero si en esa historia vivida hubo recuerdos ingratos, seguramente, sería preferible que pudiéramos activar la tecla borrador del disco rígido de la memoria humana para que esa situación quede en el olvido. Muchas veces, la imposibilidad de recordar algo nos altera porque sentimos que el alemán Alzheimer se apropia de nosotros sin la edad avanzada y a pasos agigantados. Los médicos que trabajan con el aspecto cognitivo de la memoria minimizan esa cuestión y explican que aquello que hoy no recordamos puede ser algo pasajero, que sin esfuerzo próximamente, resucitará solito en nuestra mente. Algo que hemos estudiado, aquello que hemos memorizado, buena parte de lo que hemos aprendido, es probable que en algún momento lo olvidemos. No será suficiente con que nos atemos una cinta a uno de nuestros dedos de la mano para recordar que algo debíamos hacer. O que anotemos como ayuda memoria a modo de agenda, algo que debemos realizar porque quizás, no nos acordemos dónde fue que dejamos esa esquela. Nos olvidamos del vencimiento del pago de un servicio público, y encima de la alta tarifa que no paró de ajustarse, nos vendrán el corte y el cargo de reconexión. Nos olvidamos los números de teléfono importantes, porque nos acostumbramos a la maldita agenda del celular y se transforma en un problema cuando terminó en poder de los moto-chorros.