Reseña de “El domador de leones”: la maldad y el filo de la maternidad
Niñas desaparecidas y un asesino serial suelto. Tiempos desafiantes para las madres, dispuestas a hacer lo que sea por aquello que aman. De Camilla Lckberg. Por Daniela Minotti.
“El domador de leones” (Editorial Harper, publicado en 2016) es la novena entrega en la serie policial de la escritora sueca Camilla Läckberg. La obra continúa las aventuras del policía Patrik Hedström y su esposa Erica.
Pese a que estos personajes fueron creciendo desde los primeros libros, esta novela se defiende por sí sola, sin depender de toda la saga para que la trama se aprecie. En esta ocasión Läckberg nos ubica en medio de un bosque congelado, en el pueblo pesquero de Fjällbacka, Suecia, donde alguien encuentra a Victoria, una de las niñas que desapareció durante los últimos meses.
Semidesnuda y conmocionada, ella no reacciona a tiempo al auto que se acerca y muere atropellada. La tragedia de su fallecimiento se ve eclipsada por las torturas que revelan la autopsia del cuerpo: a la niña le quitaron los ojos, la lengua y dañaron sus oídos. El horror del crimen deja a Patrik y los otros policías perdidos. Y mientras esa investigación se desarrolla, Erica trabaja otro caso por su cuenta. En un intento de recabar testimonios para su libro, ella visita a Laila, una criminal que mató a su esposo y torturó a su hija.
Tanto su investigación como la de la policía se estancan, hasta que descubren detalles que enlazan ambos casos y conducen a perturbadoras revelaciones. De por sí la historia tiene suficiente misterio como para regalar una lectura atrapante. Y el enredo de personajes interconectados, cada uno con sus trabajos, alegrías, padecimientos y secretos, le otorga a la obra un ritmo acelerado.
Lo que se destaca es la combinación de la vida cotidiana con los crímenes macabros que ocurren por debajo. Así lo expresa Laila en uno de los primeros capítulos: “El mal puede vivir justo al lado del bien. Una vez que notas el mal de cerca, no puedes volver a cerrar los ojos”.
Está claro que uno de los temas principales es la existencia de la crueldad entre disputas familiares, celebraciones, enfermedades, matrimonios colapsados y abusos. Esas y otras subtramas construyen una atmósfera doméstica y desgarradora. Realista. Lo único que tal vez se sale de esta norma son los dos protagonistas. Patrik y Erica tienen roces, sobre todo cuando se trata de balancear el trabajo y la vida privada. Pero, al mismo tiempo, son un polo bastante sólido en la historia. Esto le quita un poco de riesgo a la trama, pero también funciona como un alivio, porque demuestra que el mal no consume a todos.
Y entre los altibajos de los personajes, las madres hacen el punto más interesante. Hay muchas versiones en esta historia. Las estrictas y frías, como Marta, las cálidas pero firmes como Erica, las rudas y multitarea como Paula y Rita, las que hacen lo que pueden, demasiado abrumadas con la vida, como la madre de Minna (una de las chicas desaparecidas), y las sometidas pero que guardan una fuerza interior inesperada, como Laila, Helga, Terese y Anna.
Todas ellas ponen a prueba el dicho: una madre haría lo que sea por sus hijos. Lo jugoso está en los límites de esa declaración. Y si acaso existen. Si la entrega total por lo que aman las hace buenas madres y qué significa siquiera ser una buena madre. Qué sucede cuando el niño en cuestión es peligroso o perverso. Cómo juega el instinto maternal con la moral. Son estas decisiones lo que le agregan un filo crudo y profundo a la novela.