En agosto de 2015, la policía de Pekín rescató con vida a una niña recién nacida del inodoro de un baño público. La había arrojado su madre, al parecer. Más de 100.000 niños son abandonados cada año en China por la pobreza de las madres, las enfermedades del bebé o las restricciones que impone la política del hijo único. Las restricciones se verán ahora aliviadas por la decisión del todopoderoso Partido Comunista Chino (PCCh) de abolir esa política draconiana. De no haberse aplicado, el país tendría 1.700 millones de habitantes en lugar de 1.400 millones, según la Comisión de Población y Planificación Familiar.
En China es raro que alguien pasee con un perro. También es raro que alguien vaya al parque con dos o más niños, excepto que sean vecinos o primos. Lo he visto: hay muchos niños, pero ninguno es hermano del otro. La palabra hermano, Gē, ha de ser la menos usada del idioma. Eso se debe a la arbitraria orden del PCCh de aplicar en 1976 e implantar en 1980 la política del hijo único. Temían los jerarcas que se disparara el crecimiento poblacional y dictaron multas contra aquellos que osaran vulnerar la ley. Las sumas equivalen a tres y hasta diez veces el ingreso anual de la familia. Algunos se resistieron. Lo pagaron carísimo.
Tres décadas largas después, la cúpula comunista ha decidido abolir la política del hijo único permitiendo que las familias tengan hasta dos retoños, algo más habitual en el campo y entre las minorías étnicas que en las ciudades. En Pekín, esa posibilidad existe desde 2013 si uno de los miembros de la pareja es hijo único. El experimento social, uno de los más severos e inhumanos de la historia, ha demostrado ser una arbitraria intromisión estatal en la vida privada de las personas. En el país más poblado del planeta, el envejecimiento de su gente atenta contra las estimaciones económicas y sociales del plan quinquenal 2016-2020.
Ese pronóstico parece ser inexorable, más allá de las medidas que tornen los castigos, como los abortos y las esterilizaciones forzados y otras atrocidades, en eventuales premios. Un 16,8 por ciento de la población tiene 60 años o más. Ese porcentaje se disparará hasta el 45,4 por ciento en 2050 y hasta el 56,1 por ciento en 2100, según el último informe de perspectivas de población de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Desde 2012, la población en edad de trabajar decrece a un ritmo anual de entre dos y cuatro millones de personas, lo cual representa una amenaza para el sistema de seguridad social. Sensibilidad: cero.
En 2014, la población menor de 60 años (edad de jubilación) cayó por tercer año consecutivo en 3,7 millones de personas y, a su vez, nacieron 116 niños por cada 100 niñas. Ese desequilibrio, reflejado en los guarismos de la Oficina Nacional de Estadísticas, llevó al comité central del PCCh a reflexionar sobre la virtual escasez de trabajadores en un momento de desaceleración económica. Quizá sea tarde: la flexibilización de la ley en algunas ciudades no ha provocado la explosión de nacimientos deseada. En el vecino Japón, no atado a la abominable planificación familiar, ya se venden más pañales para adultos que para bebés.
 
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