Lo decapitaron. No ha de haber peor acto de cobardía que obligar a un condenado a muerte a recitar una arenga política, por la represalia de los Estados Unidos contra el Estado Islámico (EI) en Irak, antes de ser ejecutado. Estaba arrodillado en el desierto, con las manos atadas en la espalda y un micrófono colgado en el uniforme naranja, como el de los presos de Guantánamo. Su verdugo, de acento británico, sostenía el cuchillo con la mano izquierda. Era el final del periodista norteamericano James Foley, corresponsal de GlobalPost, de Boston, y de la agencia de noticias France Presse (AFP). Lo habían secuestrado el 22 de noviembre de 2012 en el norte de Siria.
Era, más allá de su nacionalidad, su credo y su profesión, un ser humano. La cruel ejecución de Foley, divulgada sin remordimiento en un video espeluznante colgado en las redes sociales, puso al mundo patas arriba frente al grupo supremacista sunita que, desmarcado de Al-Qaeda, se ha consolidado en Siria, echa raíces en un tercio de Irak y avanza hacia el Kurdistán, al Este, y el Líbano, al Oeste. El EI pretende crear una suerte de Afganistán en el centro de Medio Oriente, de modo de abrirse paso hacia el Mediterráneo, mientras persigue minorías indefensas de chiitas, cristianos y yazidíes, considerados indignos del califato en ciernes.
Varios factores han contribuido a su expansión: la ausencia del Estado en Siria e Irak, la debilidad de los gobiernos occidentales en la región y la falta de liderazgo entre los sunitas. En ese vacío, el EI fue eyectado de Al-Qaeda por su líder, Ayman al Zawahiri, “nuestro jeque y emir”, como se hace llamar. Su par del EI, Abu Bakr al Bagdadi, ahora el califa Ibrahim al Husayni al Qurayshi, se resistía a concentrar sus actividades en Irak, razón por la cual les ordenó a los suyos infiltrarse en las tropas rebeldes que combaten contra el dictador sirio Bashar al Assad. Le ganó la partida al Frente Al Nusra, rama siria de Al-Qaeda. Después comenzó a conquistar ciudades en Irak.
El cisma, impensable mientras vivía Osama bin Laden, desgastó a su sucesor, Zawahiri. Las metas son las mismas, pero los métodos varían. La poca relevancia de Al-Qaeda en la Primavera Árabe pudo influir en forma decisiva. Con el EI, jóvenes enrolados en la jihad (guerra santa), llamados mujahidines, vieron coronado su anhelo demencial de establecer un califato regido por la sharia (ley islámica) y partieron de confines tan dispares como la Franja de Gaza, el Sinaí, Jordania e Indonesia, así como de Europa, para sumarse a sus filas. El verdugo de Foley, cuyo acento británico fue revelado por el primer ministro David Cameron, pudo ser uno de ellos.
El EI capitaliza las quejas de la mayoría sunita de Siria y de la minoría del mismo credo de Irak, a la deriva desde el derrocamiento de Saddam Hussein. ¿Cómo se financia? Con las extorsiones; los rescates de los secuestrados (Al-Qaeda obtuvo 94 millones de euros desde 2008); las donaciones de los países del Golfo, temerosos de incursiones en sus territorios, y el control de casi todo el petróleo de Siria y de varios yacimientos de Irak. Las ejecuciones son su carta de presentación, así como las marcas en las casas de los nazarenos, como llaman despectivamente a los cristianos y a todos los que, como Foley, creemos en un dios más piadoso que el que supuestamente veneran.