Cristina lo hizo. Se podría titular “Cristina lo hizo” porque fue ella la que humilló a cada uno de los sectores sociales que participaron y los obligó a salir a la calle para protestar. Esta vez tuvieron mucha presencia los jubilados que sienten que la reforma de las cautelares es para que se mueran sin cobrar el 82% móvil. O de los trabajadores judiciales que exhibieron ataúdes negros con la inscripción “QEPD”, Justicia, que en paz descanse.

O de las familias que están podridas de que le roben de abajo y de arriba. De abajo con los delincuentes que les ponen una pistola en la cabeza y son capaces de matar por matar y de arriba por los delincuentes de guante blanco que conforman la mafia corrupta del estado kirchnerista. Todos estos son hechos objetivos, respuestas frente a medidas injustas que el gobierno de Cristina toma o deja de tomar. Pero esa pasión de multitudes coreaba su bronca contra una presidenta que no tiene término medio: los ignora o los maltrata. En cada reclamo había un rechazo al abuso de poder, al autoritarismo y una exigencia como alarido: libertad, libertad, libertad, con forma y melodía de himno nacional.

Océano humano. Se podría titular “Océano humano” porque pocas veces en la historia se vio semejante movilización de compatriotas. Es muy difícil establecer cuantas personas participaron pero no hay dudas que fueron cientos de miles, algún medio habla de dos millones de ciudadanos ejerciendo sus derechos. Gente de todas las edades y condiciones sociales construyendo dignidad y levantando la voz frente a una presidenta que no escucha. Por eso frente a la Casa Rosada y a la quinta de Olivos se produjeron las mayores concentraciones. Jamás los Kirchner soportaron tanta gente en contra. Hasta el Congreso de la Nación desbordó de esa marea humana con los colores patrios que hablaba de respeto a la Constitución mientras adentro un patético Pichetto defendía la cristinización de la justicia con la misma vehemencia con que defendió todo lo contrario con Menem, Duhalde o Néstor. Las bancas se llenaron de vergüenzas ajenas. Hay fanáticos que ignoran la realidad y que militan en el periodismo que cuando se termine el proyecto K van a quedar como Carlos Menem, solos, apagados, desarticulados en un rincón como marionetas a las que les cortaron el hilo. Hasta el pragmatismo tiene un límite que es la dignidad de las personas.

No son todos golpistas. Se podría titular “No son todos golpistas” y darle un chocolate por la noticia a Aníbal Fernández. Y agregar que no todos son oligarcas. Por suerte en este país la democracia es eterna y los golpistas una ínfima minoría despreciable. Pero si hablamos de chicanas y palabras filosas me quedo con algunas que aparecieron en los carteles, producto del ingenio de los manifestantes. Hubo varias pancartas cargadas de actualidad por el programa de Lanata.

Una decía: “El país al garete/nos afana/ hasta un nabo/ con rodete”. Y otra mostraba una imagen de Cristina con el logo de Laverap y jugaba con la ortografía y una marcha patriótica: “Es lavandera de la patria mía”, con “ve” corta y todo junto. La última frase: “No solo la juntan en pala, ahora la cuentan en kilos”. El lavado de dinero del Lázaro Báez, el Yabran K, impactó con fuerza en la opinión pública. Son manchas que el gobierno difícilmente pueda lavar. Pero no solo Lanata fue omnipresente. También el Papa Francisco, en frases y banderas, casi como un emblema de humildad y opción por los pobres, una contracara de los funcionarios enriquecidos y corruptos. Por eso había dólares y euros gigantes con la cara de Boudou, De Vido y ahora de Lázaro Báez.

Argentinazo. Prefiero titular “Argentinazo” porque la extensión territorial y la dimensión de las marchas fueron impresionantes. Sin antecedentes. Nunca salió tanta gente en forma simultánea en tantos lugares del país para demostrar su oposición a las peores políticas de un gobierno. Es inédito. Fue realmente un “argentinazo” sin que esta definición cometa el mismo error y desmesura de los kirchneristas que se creen que son la patria toda. No es así, la patria somos todos y todas, no solamente opositores u oficialistas. Cristina debería entenderlo. Ayer la Argentina se movió a otro ritmo, el ruido de las cacerolas la sacudió hasta sus cimientos. Esos miles y miles de hermanos argentinos saltaban con alegría preguntando, “si este no es el pueblo, el pueblo donde está”. Es un límite al vamos por todo. Un límite al autoritarismo prepotente. Es una rebelión individual de los barrios hartos del verso y del relato. Es bronca acumulada y autoconvocada que permitió que dirigentes partidarios los acompañaran con respeto. Están hartos de que los reten. De que les levanten el dedito y les dicten cátedra de como vivir, que pensar y cual es la patria.

Esos cientos de miles de indignados de esa asamblea popular itinerante todavía no saben a quien votar. Pero ese argentinazo, expresó de la forma más democrática por quien no va a votar. Saben que una persona que grita se escucha más que un millón que callan. No quieren una cacerolacracia porque saben que el único que gobierna es el que gana las elecciones. Pero tampoco quieren una democradura en donde el que gana se siente dueño de todo y va por todo.

Dos rezos laicos para el final: que sepa el pueblo votar. Que sepa el gobierno escuchar.