El asesinato de Olga es mucho más que un asesinato. Es la violencia de género multiplicada por tres. Es un crimen de lesa brutalidad. Un femicidio. Olga Beatriz Meckler tenía apenas 34 años, dos hijas y una profesión que compartía con su marido: la de policía. Vestía ese uniforme con orgullo.

Quería luchar contra el delito y sin embargo fueron sus propios compañeros de la comisaría los que le hicieron literalmente la vida imposible. Tan imposible le hicieron la vida que finalmente la mataron tres veces.

La primera vez, la asesinaron como mujer. La acosaron sexualmente, la humillaron, la manosearon. La extorsionó un comisario hijo de puta que le pedía que se acostara con él a cambio de un ascenso. Un comisario degradado a una basura humana que llegó a besarla por la fuerza, a mandarla a patrullar el campo sola, a decirle a cada rato que la esperaba en su casa, que si quería progresar ya sabía lo que tenía que hacer. Ahí le mataron la vocación a Olga. Le clavaron un puñal por la espalda a sus ganas de ser policía.

El comisario que se llama Adelquis Omar Benegas la llamaba por teléfono a toda hora. Le recordaba que el la tenía que calificar. “¿Queres seguir siendo policía o te querés ir a tu casa?”, le decía. “Si no venís, te cocino, sabes bien quien soy yo y que contactos tengo”. Por suerte el comisario Benegas está preso y será juzgado por la Cámara del Crimen número 2 de Río Cuarto por abuso sexual agravado y coacción.

La segunda vez, la mató otro policía llamado Gustavo Albano Baranosky de 31 años. Otro compañero de la comisaría de Alcira Gigena, un pueblo cordobés del departamento de Río Cuarto. El muy cobarde le pegó a Olga un tiro en la nuca. Dice que fue un accidente, que se le escapó un tiro.

Con sabiduría y resignación el abogado de Olga dijo que un balazo en la nuca es un fusilamiento. Olga quedó parapléjica. En estado de coma, como dormida para siempre. Pero un día ocurrió un milagro y Olga despertó. Empezó a recuperar la conciencia y el habla. Y pudo declarar ante los médicos.

Contó con lujo de detalles como ella y una compañera, fueron acosadas por el comisario. Todo el tiempo. Las presionaba para que fueran a la cama con él. A cada rato, era insoportable y obsesivo. Por suerte, Olga, pudo dar testimonio. Le sacaron el respirador artificial, recuperó la lucidez y denunció todo en terapia intensiva.

Fue increíble. Como un castigo de Dios para los policías delincuentes. Como un tiro para el lado de la justicia. Hoy el policía que le disparó está detenido en la cárcel de máxima seguridad de Bouwer, acusado de homicidio agravado.

La tercer y definitiva muerte de Olga fue ayer a la madrugada en el hospital de Río Cuarto. Finalmente su cuerpo dejó de funcionar. Su corazón harto ya de estar harto ya se cansó.

Con Olga murió una madre de dos hijas, una policía ejemplar y una mujer bella que quedó atrapada en la telaraña terrible de los psicópatas sexuales. De los machistas, verdaderos dinosaurios que todavía creen que se puede arrastrar de los pelos a una mujer a la cueva en la montaña como si estuvieran en la edad de piedra. Todos los crímenes que se cometieron contra Olga son agravados porque los que lo cometieron eran el brazo armado de la ley. Y utilizaron su poder y sus pistorlas 9 milímetros para violar en su intimidad y en su buena fe a una compañera de trabajo.

La fueron asesinando de a poco. Cometieron un femicidio, justo cuando esa figura está a punto de ser incorporado al Código Penal como un tipo agravado de homicidio. El año pasado fueron asesinadas por su condición de género 282 mujeres. Cada 36 horas una mujer como Olga es asesinada a manos de un conocido directo de la víctima. En el 93% de los casos el crimen lo comete la pareja o ex pareja. En este caso las tres muertes se la produjeron compañeros de trabajo que eran policías. O mejor dicho que eran energúmenos. Y que deberían pasar el resto de sus días en la cárcel. Para que la justicia haga justicia. Como corresponde.