Cacerolazos
El ruido de las cacerolas funciona en esta sociedad como una tarjeta amarilla. Como una advertencia. Es una forma pacífica de protesta que no perjudica a nadie como un paro o un corte de calles, pero que tiene una potencia impredecible.
El ruido de las cacerolas funciona en esta sociedad como una tarjeta amarilla. Como una advertencia. Es una forma pacífica de protesta que no perjudica a nadie como un paro o un corte de calles, pero que tiene una potencia impredecible. Anoche en un sector del área metropolitana hubo cacerolazos.
Para no exagerar su gravedad y ponerlos en su justa dimensión hay que decir que se sintieron con claridad pero que no fueron una catarata atronadora. Pero también hay que decir que existieron.
Que por primera vez en mucho tiempo, se produjeron. Que la convocatoria anónima por correos electrónicos y mensajitos de texto se viene haciendo desde hace meses sin que se hubieran concretado. Anoche algo cambió. Porque anoche si hubo respuesta. Y esta es una novedad política que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner deberá tomar nota.
Anoche ocurrió algo que no ocurría. Primer dato. Para intentar valorar con la mayor rigurosidad posible los cacerolazos hay que decir que estuvieron acotados a los barrios mas acomodados de la ciudad y a los distritos de mejor nivel económico de la provincia. No es que se escuchó el ruido de protesta en toda la capital. Y mucho menos en todo el conurbano.
Pero en Belgrano, Nuñez, Palermo, Recoleta, Vicente Lopez, San Isidro, entre otros, el reclamo mediático se escuchó con toda claridad. Y también debe agregarse que en la mayoría de esos barrios y distritos también ganó Cristina en las últimas elecciones. Aquí también hay una novedad. Se podrá decir con razón que son zonas históricamente refractarias al peronismo o al kirchnerismo. Pero, insisto, parte del 54% de los votos que cosechó la presidenta surgió de esos lugares. Cristina ganó incluso en La Lucila, barrio de Vicente López donde viven muchas de las personas más ricas de la Argentina.
Esto no asegura que los cacerolazos tiendan a multiplicarse ni a extenderse a otros sectores de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires. Pero en política, todo lo que ocurre una vez puede volver a ocurrir. Va a depender de la actitud que tenga el gobierno frente a esto. Si mira para otro lado y niega la realidad, los cacerolazos van a replicarse.
Si registra que hay un llamado de atención y cambia su actitud altanera y soberbia, las cacerolas podrán volver a guardarse en las cocinas hasta otra oportunidad. La otra gran incógnita que el poder político deberá despejar tiene que ver con los motivos que dispararon el primer cacerolazo del segundo gobierno de Cristina.
La convocatoria a través de las redes sociales hablaba de luchar contra la corrupción, la inseguridad y la inflación. Pero sin dudas, el tema del corralito verde sobre el dólar debe haber influido. A nadie le gusta que le metan la mano en el bolsillo ni que el estado decida sobre lo que cada ciudadano debe hacer con sus ingresos.
La frase provocativa y desafiante del senador Aníbal Fernández debe haber actuado como catalizador. Aceleró los tiempos. Levantó una ola de llamados de indignación en la radio. Cometió un sincericidio. Puso en palabras lo que gran parte de los argentinos sospechamos. Que hacen lo que se le antoja.
Que se sienten dueños del estado y no inquilinos. Que a veces confunden la Casa Rosada con una unidad básica. Que por momentos solo pareciera que existen los argentinos que los votaron y que a los demás, dios los ayude. Yo hago lo que se me antoja. Lo que quiero. Me paso ya sabe por donde las críticas de la oposición, de muchas personas independientes y hasta del periodismo. Las ninguneo, las ignoro y me burlo de ellos.
Eso hizo Aníbal cuando agregó que cualquiera vaya y compre dólares y agregó, socarrón: “Si puede”. Fue tan obscena la mojada de oreja que hasta la propia presidenta tuvo que cruzarlo. Lo hizo con una mezcla de humor y reto. “¿Qué tomó esta mañana, senador? ¿ Vivarachol?”.
Hasta Cristina que tampoco suele escuchar mucho los reclamos opositores se dio cuenta que era too much, para decirlo con sus palabras. De los otros reclamos que había en el mail que convocó al cacerolazo ni siquiera se dice una palabra. Corrupción no existe en el diccionario oficial pese a que Amado Boudou, Ricardo Jaime y Sergio Schoklender están muy presentes en los insultos de una parte de los argentinos. Inflación, ya se sabe, es un término que inventaron Clarín y Magnetto para conspirar. No existe. E inseguridad, es otra fantasía, también lo dijo el antojadizo Anibal F., “es solo una sensación”.
Los cacerolazos de anoche no fueron una sensación. Existieron. Nunca mejor utilizado el concepto: Quien quiera oír que oiga.