Hace una semana, exactamente el jueves pasado, le dije que algo estaba oliendo a podrido en el Congreso de la Nación y que no se trataba de una cita de Shakespeare. Pero que si habíamos asistido a una tragedia cívica. Le dije que se habían escuchado y se habían visto cosas que repugnaban la conciencia y la honradez republicana en un recinto que debe ser sagrado y transparente porque es donde el pueblo delibera a través de sus representantes. Hoy le digo que todo lo que viene ocurriendo es mucho mas grave que un simple hedor nauseabundo.

El comportamiento de muchos diputados de la Nación en la reunión de ayer fue un cachetazo a la ética que debe presidir el comportamiento de todos. Pero no fue el único sopapo. Se televisó una y otra vez el cachetazo de Graciela Camaño a Carlos Kunkel. Es algo que debe rechazarse igual que toda actitud de violencia mas allá de quien haya sido el protagonista. Y es positivo que Camaño se haya arrepentido de haber dado ese mal ejemplo. Eso debe quedar absolutamente claro. ¿Qué pasó? Ayer, Patricia Bullrich dijo que Carlos Kunkel se comporta como “un sistemático provocador profesional”. De hecho se lo ha visto muchas veces insultando a sus colegas en el recinto. Pero nada justifica la reacción de la legisladora duhaldista mas allá de que ella argumentó que estaba harta de escuchar a Kunkel agredirla con temas personales vinculados a su esposo, Luis Barrionuevo. Esa imagen quedará grabada en la memoria colectiva como un símbolo de los cachetazos que varios diputados nos pegaron a todos los ciudadanos. El escándalo generó defraudación. Porque hubo mucho palabrerío a cargo de legisladores de varios bloques como los del oficialismo, el radicalismo o el PRO que se dedicaron a minimizar todo lo que pasó, a descalificar las denuncias y a decir “aquí no ha pasado nada”. O algo peor todavía: “Esto pasa siempre y hace mucho”.

Cuesta comprender porque algunos legisladores con trayectoria decente pusieron todo su empeño para apagar la luz de la investigación en lugar de seguir iluminando una escena oscura, demasiado oscura. Hasta ahora nada indica que se haya cometido el delito de la coima o la Banelco. Pero no hay dudas que hubo presiones extorsivas hacia muchos legisladores que en algunos casos estuvieron a cargo de los ministros mas importantes del gobierno. Ofrecerle una escuela o un puente en el pueblo del legislador para que cambie su voto o para que se vaya del edificio es una practica vergonzosa de apriete y cooptación que este gobierno viene haciendo hace años desde Santa Cruz para acá.

Una cosa es una negociación a la luz pública entre un intendente o un gobernador y el Poder Ejecutivo y otra cosa muy distinta es una charla telefónica, clandestina, entre gallos y medianoche para presionar un cambio de voto. Eso es transa, eso es una inmoralidad que no corresponde, eso es toma y daca, un mecanismo que debe ser desterrado para siempre. Todo quedó muy revuelto y convulsionado en el parlamento. Casi todos los bloques quedaron heridos, atravesados transversalmente por acusadores y acusados. Tarjeta amarilla para dos ministros por lo menos, y un par de diputados del PRO y del radicalismo. Si se siguen atentamente los discursos queda claro que algunos no supieron, no pudieron o no quisieron dar todas las explicaciones necesarias. Como si esto fuera poco, hubo llamados telefónicos con falsas alarmas que decían que se habían colocado tres bombas. Ricardo Gil Laavedra propuso seguir el debate y recordó que la junta que juzgó a los comandantes recibía amenazas de ese tipo todos los días. Elsa Alvarez gritó chicanera en referencia a las denuncias: “No importa, de todos modos, la bomba ya explotó”. Y fue absolutamente cierto. La bomba de barro llamada sospechas de corrupción ya había explotado. Y aunque hayan cerrado la posibilidad de investigación, muchos quedaron manchados.

Camaño, Kunkel, Santa Cruz