Juan José Campanella miró a la mamá de Lucas y no pudo contener el llanto. Se quebró en medio de su discurso y todos nos quebramos con el. Juan Carr agachó la cabeza y tomó fuerte de la mano a María, su esposa. Fue una ceremonia muy profunda de la condición humana. El pecho se convirtió en cemento, no había aire en los pulmones y las lágrimas caían sin que las llamemos. Eso nos pasó a todos anoche, en el acto donde exigimos justicia para los 52 inocentes acribillados por la corrupción de estado en lo que se conoce como la tragedia, la masacre o el siniestro de Once.
 
Con las palabras fragmentadas,Campanella, el hombre mas talentoso y exitoso del cine argentino, dijo que aquel día del choque del tren Sarmiento, “se achicó la Argentina, se nos murió un pedazo de nosotros”. Salió al cruce de aquellos que le dicen: “ “ no te metás que vos de esto no sabes nada, hace películas y listo”. Listo, las pelotas. “Yo me meto porque hago películas de 9 a 19 horas pero soy argentino de 0 a 24. Y me meto porque no hace falta ser juez para saber lo que es justo y porque la Argentina me importa”.

Juan Carr, con una energía solidaria que construye cataratas de afecto se enorgullecía de la remera que los familiares le habían regalado. Son esas camisetas que combaten contra la impunidad con sus mensajes y que llevan las fotos de los muertos en el corazón de todos. “Yo no sufrí ninguna tragedia y por eso me solidarizo con todos los que sufrieron”, fue el mensaje de su red siempre atenta para darle una mano al prójimo, para hacer el bien sin mirar a quien. Pero el momento con mayor potencia informativa fue cuando Paolo y María Luján, los padres de Lucas Menghini y un poco los líderes del grupo de familiares, leyeron el documento donde reclaman que la justicia cite a Julio de Vido, el jefe de todos los funcionarios de transporte.

Paolo tomó conceptos del Papa Francisco por aquello de “los responsables irresponsables” y no le tembló la voz para decir que “este gobierno es Jaime y Jaime es este gobierno” o que se sintieron “totalmente abandonados por el estado antes, durante y después de la tragedia”. Yo iría mas a fondo. Muchos figurones de los derechos humanos de hace mas de 30 años no son capaces de poner la cara ni de reclamar verdad, juicio, castigo y condena a los culpables de la muerte de 52 personas hace 18 meses. Artistas mas o menos populares y militantes dignos de las causas dignas se callan la boca, miran para otro lado y no le piden a Dios que el dolor no les sea indiferente. Esa verdad dolorosa tiene una explicación.
 
Temen que Cristina Fernández los mande a la Siberia. No se solidarizan con el dolor de las familias de trabajadores que murieron en las tumbas de los vagones del tren porque no quieren criticar a este gobierno. Es muy triste el destino de los obsecuentes, pero es asi. La historia juzgará a aquellos que levantan la bandera de la memoria de un genocidio ocurrido hace tres decadas y esta muy bien que lo hagan, pero que son incapaces y cobardes para levantar la voz por un caso que pasó aquí y ahora, hace apenas un año y medio delante de nuestras narices, en la puerta de nuestras casas. Alguna vez deberemos hablar a fondo de todo esto. Los derecho humanos y el dolor de las víctimas no tienen ideología ni partido.

La exigencia de justicia no es de derecha ni de izquierda. Hay un mandato ético que dice que siempre, siempre, hay que estar del lado de las víctimas y no importa quien haya sido el victimario. Si ese victimario es un funcionario de un gobierno con el que simpatizo, que se joda, carajo. Pero no se puede quitarle la condición de víctima o intentar hacer desaparecer la lucha de gente digna y laburante que reclama lo que tiene que reclamar. Los responsables irresponsables deben pagar. Asi se construye una sociedad mas justa,mas libre y mas democrática.

Con el castigo a los funcionarios, empresarios y sindicalistas que formaron el triángulo mafioso que produjo la masacre. Juan Jose Campanella habló de un pedazo de Argentina y de todos nosotros que se murió con ellos porque citó un fragmento de “Por quien doblan las campanas”.Ernest Hemingway dice asi: “ Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”

Es decir, que las campanas doblan por todos nosotros. Aunque muchos cierren los ojos y se tapen los oídos, las campanas suenan igual.