Con el agua al cuello
Un drama que no cesa: 3.176 personas han muerto ahogadas en el Mediterráneo durante los primeros siete meses de 2016 en su vano afán de huir del horror y arribar a Europa
En 65 millones cifró el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, el éxodo de refugiados y desplazados. Es la mayor catástrofe humanitaria desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sólo en los primeros siete meses de 2016 han muerto 3.176 personas en su afán de cruzar el mar Mediterráneo en barcazas precarias, huyendo de los conflictos armados en Medio Oriente, el norte de África y el sur de Asia, según la Organización Mundial de las Migraciones (OMI). En el mundo han muerto en total 4.027 migrantes en circunstancias similares. La desesperación no conoce el miedo. O, quizá, prefiere ignorarlo. La curva sigue en ascenso.
¿Quién será la próxima víctima? A este paso, mientras muchos líderes europeos miran al costado o levantan muros, nadie lo sabe. La tasa de mortalidad por naufragios y, en menor medida, por reyertas en embarcaciones clandestinas cuyo boleto cuesta miles de euros se ha disparado. El tramo más letal del Mediterráneo es el canal de Sicilia, entre Libia y la isla italiana. Casi 100.000 niños viajan solos. Son un puñado entre los 250 millones que crecen en medio de bombas, tiros, matanzas y violaciones. En los últimos cinco años nacieron 16 millones de bebés en zonas en guerra, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). En Siria, en guerra desde 2011, vinieron al mundo 150.000.
"Esto es incontrolable, insostenible”, juzgó Ban, agradecido por la disposición del gobierno de Mauricio Macri para recibir a 3.000 refugiados sirios. Lo acompañaban en Buenos Aires la canciller Susana Malcorra, candidata a sucederlo en la ONU, y el ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, presidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Nada alcanza, en realidad. Otro fenómeno contemporáneo, el terrorismo, atenta en Europa contra la buena voluntad de aquellos que pretenden cobijar a los expulsados de sus terruños por la violencia, la pobreza, el cambio climático, los desastres naturales o la mera elección entre la vida y la muerte.
En los 28 Estados de la Unión Europea (UE), Noruega y Suiza, 1.325.000 personas solicitaron asilo en 2015, según el Pew Research Center. La cifra casi duplica el récord anterior, de 700.000 peticiones, registrado en 1992 tras la caída de la Cortina de Hierro y el colapso de la Unión Soviética. “Es preocupante, en esta situación moralmente inaceptable, el repunte del nacionalismo que destruyó a Europa en el siglo XX”, observó el ex presidente español Felipe González durante un simposio con Daniel Baremboin, director de la Orquesta West-Eastern Divan, en el Teatro Colón, de Buenos Aires. Hablaba del auge de la ultraderecha, plasmado en el Brexit (la salida del Reino Unido de la UE).
Los refugiados no sólo arriesgan sus vidas. Cuando arriban a su destino, una quimera, muchos sufren depresión, estrés postraumático y ataques de ira. Los hay que han intentado suicidarse. No duermen bien. Se vuelven paranoicos. Sufren ansiedad, apatía, cansancio crónico. Desconfían hasta de su sombra. La ilusión y la frustración pasan como un rayo frente a sus ojos. Detrás quedaron sus pueblos en ruinas. Delante están las alambradas de los campos de refugiados, deambula el rechazo de los nativos y acecha el peligro de ser esclavizados por las redes de tráfico. La larga espera para conocer el resultado de sus solicitudes de asilo afecta el equilibrio psicológico y dificulta la posterior integración, dice la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).
El Papa invitó a comer en Santa Marta, su residencia en el Vaticano, a 21 refugiados sirios. Les regaló juguetes a los niños y recibió un libro. Un libro con dibujos. Los dibujos muestran el horror de la guerra en Siria. En cinco años, 290.000 muertos, de los cuales 84.000 eran civiles y, entre ellos, 14.000 eran menores de edad. En marzo de 2016, la Acnur documentó un millón de sirios desplazados y cinco millones de refugiados en países vecinos, como el Líbano, o en plan de ir a Europa. “Muchos mueren en el mar”, reflexionó Francisco, conmovido por los dibujos de niños pidiendo auxilio con el agua al cuello en un mar pintado de rojo. No eran dibujos, sino autorretratos.
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