Crímenes de lesa corrupción
La sirena fue un desgarro del alma. A las 8.32 de esta mañana nos recordó lo que no debemos ni podemos olvidar
La sirena fue un desgarro del alma. A las 8.32 de esta mañana nos recordó lo que no debemos ni podemos olvidar. En esa estación de Once hace exactamente 18 meses la corrupción y la negligencia de estado asesinaron a 52 hermanos argentinos. El llanto acompaña el chillido feroz que nos alarma. Los familiares llevan a sus seres queridos clavados en el pecho de sus remeras que exigen justicia. Pelean contra la impunidad con lo que tienen y como pueden.
Una vaca desde una pancarta dice que no somos animales y parece la hija de la lágrima. Mónica Pontiroli, la mama de Tati, lee un texto de Mario Benedetti que nos estremece. “Me gusta la gente que vibra/ me gusta la gente que es justa con su gente/ que es fiel y persistente”.
“Ya escuchamos demasiadas promesas”, dice un padre. “No puedo disimular, lloro todo el día y en mi casa solo hay tristeza”, se lamenta Zulma.
“Queremos que paguen con todo el peso de la ley”, define María Lujan Rey. Están acompañados por las madres del dolor, la Red Solidaria, los familiares de otras sepulturas en movimiento como los de la tragedia del colegio Ecos, o vecinos del luto como los padres de los chicos inmolados en Cromagnon. No están solos pero el poder los deja solos. Apuesta a que el tiempo cicatrice las heridas y a que la sociedad, una vez más, como suele ocurrir, se vaya olvidando del tema. Es terrible que los mismos que hablan de memoria, verdad y justicia apuesten al olvido y a la impunidad solo porque varios de los responsables son funcionarios de su gobierno.
Por eso, no nos olvidemos de Lucas. Ni de Florencia, ni de María, ni de Miguel, ni de Nadia, ni de Tatiana, ni de Carlitos. Ni de ninguno de los muertos. Gritemos, presente. Ahora y siempre. Para que los culpables vayan a la cárcel. Para que no haya impunidad. Para que nunca más 52 argentinos mueran asesinados por un siniestro ferroviario en toda la amplitud de la palabra siniestro, como siempre le digo.
Los que quieren mirar para otro lado y olvidar pronto, le llaman accidente. Nosotros le decimos tragedia. Nos debe quedar claro que no hay accidente si se puede evitar. Los siniestros personajes y las redes mafiosas de empresarios y funcionarios de gobierno engendraron el desastre. Sin su complicidad, no hay tragedia ni masacre. Los familiares saben bien como se llama eso que les pasó. Porque les arrancaron la vida de un ser querido. Hay una frase bíblica que dice que “no te mueras nunca con tus muertos”. Por eso se han convertido en la voz de sus muertos. O Justicia, justicia, perseguirás.
Saben que la justicia es el primer derecho humano. Que sus muertos no quieren que se callen. Para que nunca más ocurra algo semejante. Para que nunca más 52 personas nos llenen de luto e indignación. El destino tiene un puñal que suele clavar en la espalda de los más desprotegidos. De los jóvenes en Cromañón y de los trabajadores en el tren Sarmiento. Las zapatillas y las mochilas como emblema. Esa plaza miserable miserere ya es un cementerio a cielo abierto. Hay dos santuarios que suman 245 muertos y que nos congelan la sangre.
Hay que abrir el corazón y escuchar sus desgarros. Hay historias que nos acribillan el alma. Todas son terribles.
El tren chocó contra la negligencia y la corrupción. Hay otro drama que nadie cuenta. La víctima fatal numero 52. Tenía 6 meses de gestación y estaba en la panza de Nadia Lezcano, su madre. Ella tenía 33 años, y era abogada del consulado de Bolivia donde había nacido. Iba para hacerse la última ecografía. Y fue la última en el más salvaje de los sentidos. Hay que negarse a que sean asesinados nuevamente por la indiferencia. Maldito tren Sarmiento, maldito tratamiento de ganado que va rumbo al matadero.
Malditos los que enceguecidos por sacarse las culpas de encima inventaron excusas irrespetuosas y provocativas que incluso pusieron las responsabilidades en las víctimas. Como si los muertos se hubieran robado los subsidios, como si los muertos viajaran en esas miserias sobre rieles porque les gusta, porque hacen turismo. Hay que ser hijo de puta para pensar eso. Hay que estar muy borracho de poder por no poder. Todos somos sobrevivientes de la masacre del tren Sarmiento. Ellos solamente levantan las banderas del luto. Son hermanos del dolor. Todos somos ellos. Todos comprendimos dolorosamente que la corrupción mata. Y no pregunta de qué partido político es el muerto.
El andén hierve como un hormiguero cotidiano. Las familias de los muertos miran las vías y no pueden creer que esos vagones hayan sido la tumba de sus seres queridos. Ya pasaron 18 meses y todavía no lo pueden creer. Son crímenes de lesa corrupción.