La gran pregunta sin respuesta es que hubiera hecho Néstor Kirchner frente a este reposicionamiento ideológico de su esposa. Su marca de fábrica de construir sobre el precipicio y redoblar apuestas no parece ser la actitud de Cristina en este mes de luto y conducción firme. ¿Néstor hubiera permitido que Amado Boudou se bajara los pantalones mientras, junto a Héctor Timerman, acusaban al periodismo de mentir sobre su presencia en las oficinas del FMI? ¿No hubiese dinamitado el acuerdo tripartito con empresarios y trabajadores por considerarlo un síntoma de debilidad? ¿Cuánto hubiera tardado en insultar por teléfono al que se le ocurrió sumar a los partidos de oposición con representación parlamentaria? ¿Hasta donde llegará Cristina en su defensa de los propietarios del capital? Algunos chicaneros de los movimientos sociales fueron irónicos: “A este paso el año que viene Cristina va a concurrir a la exposición rural”. Tal vez no sea para tanto.

A un mes de la muerte de Néstor Kirchner, el giro hacia el centro experimentado por el gobierno de Cristina generó dos reacciones antagónicas. Por un lado una creciente satisfacción entre los empresarios y los gobernadores que venían reclamando ese repliegue hacia la racionalidad. Y por el otro una incipiente inquietud entre la militancia del kirchnerismo mas combativo que abrió signos de preguntas respecto de la misión del FMI que llegará a la Argentina no por una decisión autónoma sino como producto de una imposición de ese organismo satanizado como la madre de todas las corporaciones oligárquicas y destituyentes.

Un poderoso empresario automotriz que fue aludido dos veces por Cristina esta semana y uno de los jefes de estado provinciales con mas futuro y que había sido castigado por Néstor por” demasiado rebelde y autónomo” reconocieron que la presidenta “en estos días ya hizo y dijo algunas cosas que antes le hubieran costado la cabeza al funcionario que se atreviera a sugerirlas”. Y no solamente elogiaban “el regreso triunfal” del Fondo Monetario. Destacaban el tono y el contenido de los últimos discursos de la presidenta donde la palabra estrella fue “responsabilidad”, el llamado a la unidad nacional y el reconocimiento de que el diálogo no es sinónimo de rendición sino todo lo contrario, el ADN de la democracia. Uno de ellos recordó que durante el anuncio del acuerdo de paz social entre todos los sectores vinculados a la producción de hidrocarburos, la presidenta dijo “Bueno, si ahora alguien corta una ruta, lo mato”. De inmediato hizo un mohín para quitarle rigidez a sus palabras y dotarlas de un guiño bromista. Pero antes ni en chiste se hubiera permitido semejante bocadillo. Algo parecido ocurrió en el acto de la UIA cuando Cristina reclamó el fin de los bloqueos y miró fríamente a Hugo Moyano ante el aplauso de la concurrencia. O en el momento que exigió que se terminara con la industria del juicio. Eso ya fue música para los oídos de las patronales que hace años vienen ofreciendo esa partitura.

¿Algo cambió para siempre y estamos asistiendo a un nuevo rumbo que tiene el sello de identidad de la presidenta? ¿O es un viraje circunstancial producto del dolor que todavía la golpea con fuerza? Preguntas que todavía no tienen respuestas.

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