Cuatro años menos
Quien más, quien menos estuvo pendiente de la definición de las presidenciales de Estados Unidos o, en realidad, de la suerte de Donald Trump
No fue una elección, sino un referéndum. Un referéndum sobre Donald Trump en una sociedad dividida, cercada por la pandemia e inquieta por la economía. La revista The National Interest se preguntaba en su portada de septiembre: “Who’s worse? (¿Quién es peor?)”. Resultó ser Trump, pero, fino detalle, obtuvo seis millones de votos más que en 2016. El presidente electo, Joe Biden, pasó a ser el candidato más votado de la historia, con 73,7 millones de votos. Lo menos pensado: superó a Barack Obama, de quien fue ladero durante dos mandatos, acaso por el momento excepcional en el cual se desarrollaron las elecciones.
La imagen de Estados Unidos roza sus mínimos históricos, según el Pew Research Center. Cuatro años más o four more years era lo habitual para un presidente en ejercicio. Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo Jimmy Carter y George Bush (padre) no reincidieron. Perdieron frente a Ronald Reagan y Bill Clinton, respectivamente. La excepción: Gerald Ford, sucesor de Richard Nixon, obligado a renunciar por el caso Watergate. Trump sucumbió con su prédica de America First, ruptura de acuerdos internacionales, descrédito de organismos multilaterales y, en casa, la gestión del coronavirus, pese a haberlo padecido.
Los presidentes norteamericanos posteriores a la Guerra Fría mantuvieron con matices un enfoque parecido en su política internacional. Inclusive, tras la voladura de las Torres Gemelas. Un momento breve de unidad nacional a pesar de las guerras inútiles contra Irak y contra el régimen talibán en Afganistán. La eventual reelección de Trump encarnaba otra era en el mismo lugar. Insólito tras haber quebrado pilares tan caros como el realismo (búsqueda de la estabilidad global), el idealismo (promoción de los derechos humanos) y el humanitarismo (alivio de la pobreza y, dentro de todo, solidaridad con los desplazados y los refugiados).
Mejor noticia que su derrota no pudo haber recibido Xi Jinping, acusado de haber esparcido “el virus de Wuhan”, “el virus chino” o “el virus cruel de una tierra distante”. Trump representa para Xi aquello que vaticinó Mao Tse-tung. Un símbolo del declive del imperio norteamericano. Biden toma el testigo de un gobierno que perdió su autoridad moral y la confianza mundial. Los republicanos, a los cuales representa Trump sin acreditar militancia, no rubricaron su discurso, pero tampoco discreparon con él. Los silencios durante los disturbios por el asesinato de George Floyd terminaron siendo gritos a voces a favor de la reelección.
¿Qué hicieron los demócratas? Actuaron a la defensiva, renuentes a apoyar a Biden hasta último momento. Le resultó más fácil a Trump reflejarse en los espejos de los movimientos ultraderechistas de Brasil, Hungría, Polonia, Rusia y el Reino Unido que a Biden hallar aliados externos. La negación de amenazas punzantes, como el cambio climático y el COVID-19, dejó la postal de una política aislacionista que no contribuyó a infundir respeto, excepto en aquellos que, paradójicamente, incrementaron su caudal electoral. Sobre todo, en Estados con altas tasas de mortalidad por la peste.
Después de cuatro días de vigilia, Biden cantó victoria. El 7 de noviembre tiene para él un significado particular. Ese día, en 1972, accedió por primera vez a un cargo federal: ganó el escaño en el Senado por Delaware. Era el más joven en ese ámbito. Tenía 29 años. Uncle Joe (tio Joe), para los suyos, o Sleepy Joe (Joe el dormilón), para Trump, tendrá 78 cuando asuma el gobierno, el 20 de enero. Será el presidente más viejo de la historia, razón por la cual pesa la figura de su compañera de fórmula, Kamala Harris, de 56, también senadora, la primera mujer vicepresidenta de Estados Unidos.
¿Qué falló en los cálculos de Trump? En sus primeros tres años de gobierno, el ingreso de los hogares pasó de 63.000 a 68.500 dólares anuales, los salarios por hora aumentaron un siete por ciento y el desempleó cayó en forma considerable. La economía doméstica batía récords. Hasta febrero, cuando estalló la crisis sanitaria global, nada parecía nublar el horizonte electoral de Trump, más allá de su afán en profundizar la polarización. Razón por la cual obtuvo poco menos que Biden en el voto popular. El que no cuenta en elecciones indirectas, como pueden dar fe Hillary Clinton y Al Gore. Los planes de estímulo no alcanzaron.
El desmantelamiento del legado de Obama, en especial su plan sanitario u Obamacare, resultó ser un fracaso, pero su popularidad superó el 51 por ciento a pesar de haber zafado de un impeachment (juicio político) por haber abusado de su poder con el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en desmedro de Biden. Más al límite no pudo jugar. Con un enfoque ególatra y con su debilidad por los autócratas como Vladimir Putin o Kim Jong-un. Una cosa es hacer negocios y otra es hacer política. Trump hizo lo único que sabe hacer: presionar con visión empresarial a aliados y adversarios para obtener réditos políticos.
Predice Ben Rhodes, asesor de Seguridad Nacional de Obama: “Una victoria de Biden ofrecería la tentación de tratar de restaurar la imagen de Estados Unidos como un hegemón virtuoso. Pero eso subestimaría gravemente la situación actual del país. Estados Unidos no sólo ha perdido terreno. El barco del Estado apunta en la dirección equivocada y el resto del mundo ha avanzado. Las preocupaciones globales sobre la credibilidad de Estados Unidos no están simplemente ligadas a la calamitosa presidencia de Donald Trump, sino al hecho de que el pueblo eligió a alguien como Trump”. En 2016 y, por poco, en 2020.
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