Educación vs. violencia
Es como si el Elefante Blanco se cayera sobre nuestra conciencia. Como si nos aplastara la realidad desgarradora que hay en todas las villas y también en la que Ricardo Darín actúa de cura. Es el padre Joaquín de la película como si fuera un padre Pepe de la realidad. Así en la vida como en la ficción. Así en la tierra como en el cielo.
Es como si el Elefante Blanco se cayera sobre nuestra conciencia. Como si nos aplastara la realidad desgarradora que hay en todas las villas y también en la que Ricardo Darín actúa de cura. Es el padre Joaquín de la película como si fuera un padre Pepe de la realidad. Así en la vida como en la ficción. Así en la tierra como en el cielo.
Tengo la sana costumbre de ir a las villas a aprender. Y de llevar a mi hijo desde que era un pibe. Es uno de los lugares en donde, paradójicamente, mas me enriquecí compartiendo tareas y mates con gente solidaria, sacrificada y valiente. Conozco las villas en vivo y en directo y por eso me atrevo a decir que nunca antes el cine argentino hizo una radiografía tan profunda y tan conmovedora.
Nadie baja línea ni levanta el dedito ni se hace el didáctico. Pero uno sueña y sufre con los habitantes de ese mundo de chapas y privaciones, de perros flacos y niños con mocos, donde la gente nace y muere a una velocidad pasmosa.
Pablo Trapero tiene el mérito de evitar los buenos y los malos, los blancos y los negros. Por eso se parece tanto a la realidad. Nadie es perfecto, todos son seres humanos. Todos por momentos son semidioses y por momentos aflojan y se sienten traidores. Todos son héroes y villanos. Todos van al frente pero entran en crisis con sus creencias.
Los curas villeros lo saben más que nadie. Porque ponen el cuerpo y el alma. Llevan a Dios al barro de la exclusión ya que a veces parece que está un poco distraído. Llevan al verdadero Cristo a dar una vuelta entre el flagelo asesino del paco y el hambre que tritura esperanzas. Ponen el grito en el cielo porque esa droga maldita y la desnutrición convierten a los chicos en fantasmas de piel y hueso con las neuronas quemadas. Su vida no vale nada y por eso no saben valorar la vida de los demás. Salen a buscar Paco y a matar o morir, literalmente.
Por eso esos ángeles llamados curas villeros construyen parroquias, canchitas de fútbol, comedores populares, milagros cotidianos. En medio de los tiroteos entre dos bandas de narcos, la policía que criminaliza el color de piel y que a su vez está a un tiro de su propia muerte. Un transa acribillado cargado en un ataúd regado de cerveza y tiros al aire, música de cumbia y la camiseta de Chicago. Canas infiltrados liquidados a mansalva. Y el amor, por supuesto. El amor al prójimo y el amor de Adán y Eva que no es expulsado de ese infierno-paraíso.
“¡Aguante La Oculta!”, dicen los morochos de todo el vecindario, de Paraguay y Perú, sobre todo. Y luchan y bautizan a sus hijos. Y recuerdan a un cura gigantesco llamado Carlos Mugica que antes de ser asesinado dejó como herencia una plegaria del tamaño de su ejemplo:
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos, que parecen tener ocho años, tengan trece.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo ir, ellos no.
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas de las que me puedo ir y ellos no.
Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo.
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre.
Señor, perdóname por decirles no sólo del pan vive el hombre y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.
Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.
Trapero nos tira la película en la cara. Nos interpela. Nos hace llorar de angustia mientras nos dice sin decir: Y vos que haces por nuestros hermanos. Y el estado que hace para terminar para siempre con este genocidio silencioso de los mas indefensos. Los curas no tienen cura para todo. Intentan multiplicar los panes y dan el ejemplo. Como Mugica, como Pepe y todos sus compañeros marcan el camino de la salvación. Dan testimonio cristiano. Santificados sean sus nombres.