El miedo y la ira se dieron la mano
El año 2016 cierra con un balance positivo para los demagogos y para los líderes fuertes que supieron sacar provecho de las pasiones y los prejuicios
En las primeras horas del 9 de noviembre, apenas los periodistas olfateamos el fiasco de Hillary Clinton en las presidenciales de los Estados Unidos, giramos sobre nuestros talones y, en un pispás, enfilamos hacia el hotel en el cual Donald Trump festejaba su victoria. Era una noche plomiza, lluviosa, sobre una ciudad, Nueva York, más habituada al frenesí del mediodía que a los sacudones nocturnos. Las lágrimas de los demócratas eran elocuentes. Ese día, aún incipiente, se cumplía un nuevo aniversario de la caída del Muro de Berlín o, en palabras de Francis Fukuyama, de “la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”.
El final de la historia, un diagnóstico apresurado, pasó a ser el prólogo de una nueva era en un año, 2016, signado por el Brexit y coronado por Trump como paradigmas de la demolición del orden anterior, en repudio al statu quo, y por el afianzamiento de liderazgos de sesgos autoritarios. Ganaron el miedo y la ira. Lejos de 1989. La desilusión generalizada con la globalización, resumida en la desregulación de los años ochenta, la liberalización del comercio mundial y la apertura económica de China, decantó en una tajante división entre quienes están conformes con el ritmo del cambio a pesar de los descalabros y quienes prefieren detener las agujas del reloj o hacerlas girar al revés.
Nigel Farage, ex líder del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) y padrino del Brexit, ensalzó a Trump. Trump ensalzó a Vladimir Putin. Putin ensalzó a Recep Tayyip Erdogan. Y así sucesivamente en un mundo que presenció el ascenso de Xi Jinping como el líder más poderoso de China desde los tiempos de Mao y la brutal limpieza de narcotraficantes y drogadictos que emprendió Rodrigo Duterte en Filipinas. En el camino quedaron más de 4.900 migrantes muertos en el Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Un triste récord que supera los 4.200 de 2015. Quedaron, también, varios atentados terroristas en Europa y Medio Oriente.
El miedo a los inmigrantes, azuzado por los atentados en mezquina coincidencia, definió el Brexit, así como la ira contra los extranjeros, en especial contra los mexicanos, aceitó el triunfo de Trump. El miedo y la ira, despojados de derechas e izquierdas, crearon en los últimos años presuntos representantes del pueblo en contra de las elites y tendieron puentes con líderes aparentemente carismáticos que, como Trump, denostaron no sólo a sus oponentes, sino también a las instituciones nacionales e internacionales. La democracia, apuntó Martin Wolf en el Financial Times, se convirtió en “una forma civilizada de guerra civil”. En la guerra, como después de la cacería o antes de las elecciones, se miente más que nunca.
El desplome del sistema de partidos políticos tradicionales, entre los cuales llevó la peor parte la centroizquierda europea, también contribuyó a la nueva escenografía política, alimentada, a su vez, por el declive del ingreso, la falta de empleo y el exceso de ganancias del uno por ciento con mayor patrimonio en el planeta. La nostalgia se impuso como lema en el Reino Unido con eso de “recuperar el control” frente a la Unión Europea, como si se tratara de rescatar la soberanía, y en los Estados Unidos con eso de “volver a ser grandes”, como si alguna vez dejaron de serlo.
El rechazo de Trump a los acuerdos de libre comercio convenció a una mayoría que, en los centros comerciales, habrá aprovechado las ofertas de productos hechos por mano de obra barata en países en desarrollo. Eso no cuenta, en realidad. La coherencia entre el dicho y el hecho jamás ha sido un mérito de los demagogos ni de sus fanáticos, capaces de soslayar los peores casos de enriquecimiento ilícito y otros delitos en virtud de un supuesto proyecto integrador. No cuenta que Hillary, en el recuento del voto popular, haya obtenido casi 2,9 millones de votos más que Trump. Ni que eso erosione la credibilidad del voto indirecto por medio del colegio electoral.
Supuso Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, que el cargo de presidente nunca iba a caer “en manos de ningún hombre que no esté dotado en un grado eminente de las cualificaciones requeridas”. Ese hombre se propone construir un muro "hermoso" en la frontera con México. Theresa May, la primera ministra británica, echó su última palada al multiculturalismo: “Si crees que eres un ciudadano del mundo, eres un ciudadano de ninguna parte". En Francia, habitualmente el día y la noche con el Reino Unido, Marine Le Pen sonrió, dispuesta a dinamitar la Unión Europea.
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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