El poder saca canas
Ser presidente tiene el mismo impacto que el tabaquismo, el alcoholismo, la obesidad y el estrés: acorta la vida
Escribió Ernest Hemingway: “El poder afecta de una manera cierta y definida a todos los que lo ejercen”. Lo sufrió en carne propia Eduardo Rodríguez Veltzé, presidente de Bolivia entre junio de 2005 y enero de 2006. Era el presidente de la Corte Suprema, cargo en el cual se desempeñaba desde marzo de 2004. “No estaba en mis planes ser presidente de la República”, confesó en el Palacio Quemado (sede del Gobierno). Cayó Gonzalo Sánchez de Lozada y, tras ejercer la presidencia entre octubre de 2003 y junio de 2005 el vicepresidente Carlos Mesa, Rodríguez Veltzé, tercero en la línea de sucesión, no tenía alternativa.
En el último tramo de su breve gestión, Rodríguez Veltzé esperaba, ansioso, que asumiera el presidente electo, Evo Morales. “Esto es como si hubieses entrado en un túnel del cual no puedes salir y estás viendo la luz al final –me dijo–. Yo la veo marcada en el calendario, el 22 de enero de 2006. Hay que tener vocación de riesgo, de vértigo, para ser presidente, porque no es sólo un túnel, a veces oscuro, a veces con sorpresas, sino, también, una montaña en la que uno está subiendo y bajando con grandes dificultades. Esta actividad demanda un ritmo muy intenso. En el túnel se apaga la luz y uno recibe palos de todas partes”.
Nunca olvidaré aquella entrevista con Rodríguez Veltzé, así como los lamentos de Antonis Samarás, primer ministro de Grecia desde el 20 de junio de 2012 hasta el 26 de enero de 2015: “¿Crees que alguien puede ser feliz siendo el primer ministro de Grecia? –preguntaba en voz baja, colocando los codos sobre las rodillas–. Este es el trabajo más duro del mundo. Es sólo dolor”. Dolor traducido en canas, ojeras, arrugas y otros signos de envejecimiento prematuro. Les pasó a Tony Blair, George W. Bush, Barack Obama, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y varios más. Zafó Silvio Berlusconi gracias a las cirugías estéticas.
El desgaste es irreversible. Los presidentes norteamericanos envejecen dos años por cada uno que están en la Casa Blanca, según el doctor Michael Roizen, creador de Real Age Calculator, test que permite conocer la edad real del cuerpo en función de los hábitos.
Ser presidente reduce 2,7 años la expectativa de vida, sentencia un estudio realizado por científicos de las universidades de Harvard y de Massachusetts, y del National Bureau of Economic Research. Se trata de la investigación más exhaustiva de la historia. Analizaron las elecciones que se celebraron en 17 países entre 1722 y 2015. Compararon a 279 jefes de Estado elegidos con 261 adversarios derrotados. Los jefes de Estado vivieron 2,7 años menos y experimentaron un riesgo de muerte prematura un 23 por ciento más alto que los candidatos derrotados, según el profuso trabajo, publicado por la revista British Medical Journal.
"Cuando empecé hace meses en Springfield todo el mundo me llamaba hombre joven, pero ya no lo hacen –bromeaba Obama durante su campaña por la reelección, en 2012–. El pelo se me está poniendo gris". Lo mismo pudo haber sentido el primer ministro británico Blair, investido a los 44 años de edad. Diez años después ya no se veía igual. O Bush, encanecido después de ocho años de gobierno.
Diferente parece ser el caso de los legisladores. Tras analizar a 5.000 miembros de las dos cámaras del Parlamento británico entre 1945 y 2011, investigadores de la Universidad de Exeter concluyeron que sus señorías tenían una mortalidad un 28 por ciento inferior a la población en general entre los comunes y hasta un 37 por ciento menor entre los lores. Eso sugiere, afirma el estudio, que las cámaras son cada vez menos representativas de la población a la que representan. Supuestamente.
Jorge Elías
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