El revés de la trama
El grupo radical Estado Islámico ha logrado lo impensable: unir en su contra a Siria e Irán con los Estados Unidos y la Unión Europea
Irán, cuyo anterior presidente se empeñaba en desarrollar su programa nuclear y en proclamar que iba a “borrar del mapa a Israel”, ha sido el primer gobierno en enviarles armas a las fuerzas kurdas (peshmerga) para repeler al grupo radical Estado Islámico (EI) en Irak. En la misma dirección, el dictador sirio Bashar al Assad, en cuyo territorio la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha documentado la muerte de 191.369 personas en más de tres años de guerra civil, permite que aviones y drones de los Estados Unidos sobrevuelen su espacio aéreo para establecer las posiciones del EI mientras se arma una coalición para bombardearlo.
¿Es el mundo al revés? Estos gestos circunstanciales, impensables hace poco, coinciden con el cese de hostilidades entre Israel y Hamas. En 50 días de ofensiva contra la Franja de Gaza, nuevamente convertida en escombros, murieron casi 2.200 palestinos y 64 militares y cinco civiles israelíes. Egipto obró como principal mediador en el conflicto, pero, a su vez, participó con Arabia Saudita y los Emiratos Árabes en ataques aéreos contra las milicias islamistas que intentan recuperar el control de Libia tras la caída del dictador Muamar el Gadafi en 2011, apurada por los Estados Unidos y sus aliados europeos para frenar las matanzas perpetradas por los suyos.
Los gobiernos de los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania e Italia se toman ahora la cabeza con las manos. La intervención inconsulta de los árabes, dicen, “exacerba las divisiones actuales y socava la transición democrática en Libia”. Exacerba, también, el divorcio de la política de tutelaje que mantenían las potencias occidentales con los tiranos pretéritos de la región. Egipto y los Emiratos Árabes actúan en conjunto, así como Turquía y Qatar, mientras el EI siembra miedo e impone su califato frente a las costas de Europa.
En 2013, el régimen sirio usó armas químicas contra su pueblo. Barack Obama detuvo sobre la hora la represalia. Assad llevaba dos años lidiando con las fuerzas rebeldes, copadas por Al-Qaeda, del cual iba a desprenderse el EI. Arabia Saudita y los países del Golfo, según los cables diplomáticos norteamericanos ventilados por WikiLeaks, eran “la fuente de financiación más importante de los terroristas sunitas” en desmedro de Irán, el único país de la región con mayoría chiita. Por eso Irán, sostén de Assad, colabora con los kurdos en Irak tras el fracaso de uno de los suyos, el ex primer ministro Nuri al Maliki, chiita, sucesor del difunto Saddam Hussein, sunita. Lo hace en defensa propia, en realidad.
En ese entramado de complicidades y traiciones, el EI procura mostrarse como un proyecto de Estado totalitario, no como un grupo terrorista, más allá de la brutal decapitación del periodista norteamericano James Foley y de las atrocidades que comete contra los llamados infieles en Irak y Siria. El dinero, las armas y los combatientes proceden, curiosamente, de sus enemigos. En Irak obtiene alrededor de un millón de dólares diarios por la explotación del petróleo: vende barriles a precio vil a intermediarios en Siria y Turquía. En Siria, al igual que en Irak, saquea las arcas de las ciudades que conquista, cobra impuestos y rescates, y contrabandea armas y coches. Y pone al mundo patas arriba. O al revés.