Envidio a los locutores
Le quiero contar que yo conozco a los locutores. Los espío desde hace años, me siento cerca de ellos. Los he visto nerviosos por algo que no sale. Sanateando porque se colgó la máquina y los audios que no llegan. Los he visto tentados de risa por un furcio o por un blooper. Los he escuchado decir pavadas. Los he escuchado decir genialidades.
Le quiero contar que yo conozco a los locutores. Los espío desde hace años, me siento cerca de ellos. Los he visto nerviosos por algo que no sale. Sanateando porque se colgó la máquina y los audios que no llegan. Los he visto tentados de risa por un furcio o por un blooper. Los he escuchado decir pavadas. Los he escuchado decir genialidades.
Hablo de la asamblea de ratones que convocaba con sus cuerdas vocales de terciopelo Nucha Amengual, la buena onda instantánea que provocaba la calidez humana de Graciela Mancuso o la personalidad y autoridad de Betty Elizalde, o la flexibilidad para transformar cualquier cosa en risa de Estelita Montes o la transparencia solidaria de Alicia Cuniverti, o esa risa bien arriba que contagia y despierta de Rina Morán.
Hay tantas voces que han quedado grabadas en la memoria colectiva de la oreja nacional. Y tantos maestros como nuestro bendito Cacho Fontana, el de la perfección del acero, o la sabiduría enciclopédica de don Antonio Carrizo que sigue peleando como puede o ese socavón que me estremecía del negro Edgardo Suarez cuando decía: “Hola pariente”. Como envidio esos caños esos verdaderos ductos transformados en parlantes como los de “tero” Ricardo Martínez Puente, lo que daría por decir: “Alfajor leuquito… Ya probaste el chiquito, ahora proba el grandote”.
Son los militantes de la tanda, los que hablan desde las tripas con el tono sobrio cuando una noticia es una tragedia, son los maestros de ceremonia que conducen los programas y dicen lo que sienten y sienten lo que hacen. Nos aceleran el pulso cuando viene un último momento. Nos abren las ventanas con el tono luminoso cuando anuncian el ganador de un viaje, un campeonato, cualquier nacimiento. Le hablan a nadie a través del micrófono y le hablan a todos. Viven con los auriculares puestos. Convocan a todas las voces amigas. Todas las voces todas, pueden ser canción en el viento.
Permitame que los abrace a todos. Hoy estan y estamos medio huérfanos porque se nos murió el Beto. Todos son un poco sus herederos, son los salieri de Badía. Son los que alguna vez sintieron algo que les decía que su voz no iba a ser más su voz. O mejor dicho, que sus voces, iban a ser voces por donde otras multitudes de voces se iban a expresar. La voz iba a seguir siendo una voz propia, tal vez la mas profunda, pero también la voz de otros.
La voz de un locutor debe ser clara, precisa y segura. Con eso alcanza, según el manual, para ser lo que se dice, un buen locutor, un buen profesional. La garganta atenta y educada, la modulación correcta. Para leer noticias, mensajes, temperaturas, encuestas, correos electrónicos, pedidos de sangre, para presentar discos, chivos, reportajes, invitados, columnistas. Todo eso hace un locutor, ademas de manguer medialunas o cosas ricas. Pero con eso no alcanza para ser locutor. Para ser duendes de la radio, la radio les pide más.
Por eso le dan a las palabras alas y colores.
Por eso le dan a las palabras aromas y sabores.
Por eso le dan a las palabras volumen y texturas.
Son voces amigas que se alegran y entristecen junto a todos nosotros. Nos hacen compañía, nos dan una mano. Nos soportan a los que integramos ese extraño e incomprensible mundo de los no locutores.
Por eso le dan a las palabras angustias y carcajadas.
Por eso le dan a las palabras dolores y esperanzas.
Por eso le dan a las palabras magia y sorpresas.
No hay radio sin locutores. Sin Gabriel Galar y Adrián Noriega con los que jugué al básquet hasta que el básquet empezó a jugar con nosotros, o Andrea Montaldo que es locutora entre otras miles de cosas A mi me encanta escuchar los tonos de Marcelito Elorza. Me sacude cuando me susurra que hay un accidente fatal y me levanta de la silla cuando presenta la fecha del domingo y dice: ¡Futbol¡¡¡.
Qué puedo agregar de la potencia monumental de ese tótem llamado Armando Sepúlveda, del chispeante aporte quirúrgico de Lucho Dell Acqua, a la estirpe contundente de Gabriela García o la información que conmueve desde el corazón del poder que trae Pablo Galeano y todos los compañeros del noticiero, como Mariano Grandi y quien nos ayuda con el tránsito como Rosana Pagani.
Y los que me acompañan siempre en esta mesa. Un tal Fernando Bravo que siempre esta llegando de San Pedro y que hace 40 años que juega en primera creando los climas mas emotivos que conozco, y Andrea Estévez Mirson que levanta campanadas de felicidad cada vez que abre la boca y Patricia Aller con su carnet del ISER para jugar en toda la cancha por recomendación de otro grande como Quique Pesoa, la voz, como Sinatra, el que hace todo bien como Juan Carlos Mareco, Pinocho.
Son nuestros hermanos de la radio. Todos los días los veo y los admiro. Como admiré a ese Negro inmenso que me arrancó de la gráfica y me dijo, que la radio era el teatro de la mente. Se llamaba Hugo Guerrero Martinheitz. Es como decir la radio que respira o el micrófono que late. Feliz día compañeros.