Esa cosa llamada mujer
Con su retórica machista, Donald Trump pone en aprietos hasta a los líderes republicanos que insisten en apoyarlo, amenazados por sus esposas con el divorcio y otras represalias
El discurso misógino de Donald Trump entraña un obstáculo insalvable: el rechazo que provocan sus bravuconadas entre las mujeres. De ser resueltas las presidenciales del 8 de noviembre sólo por ellas, el candidato republicano perdería por 15 puntos frente a Hillary Clinton, según el resumen de encuestas nacionales del portal FiveThirtyEight. De ser resueltas sólo por ellos, como ocurría hasta 1920, el desenlace sería el opuesto. Son elecciones indirectas. El ganador debe obtener por lo menos 270 votos del total de 538 en el Colegio Electoral. En el primer caso, Hillary alcanzaría 458 votos contra 80. En el segundo, sorpresa: Hillary, 188; Trump, 350. ¡Casi el doble!
Eso se traslada a la intimidad. El presidente del Partido Republicano en Ohio, Matt Borges, se vio en figurillas cuando su esposa, Kate, le prohibió colgar un cartel de Trump en el jardín del frente de su casa, en los suburbios de Columbus, algo usual en las campañas de los Estados Unidos. Era el partido o el matrimonio en un Estado industrial con una población mayoritariamente blanca, ávida de empleo. Ningún candidato republicano ganó la presidencia sin haber tenido éxito en Ohio. El último demócrata que ingresó en la Casa Blanca sin haber triunfado en ese Estado fue John F. Kennedy en 1960.
Por pertenecer al cinturón industrial, Ohio ha sido un enclave tradicional de los sindicatos, más afines a los demócratas que a los republicanos. Borges pudo zanjar la disputa doméstica, pero no le resultó fácil insistir en la retórica contra Hillary Clinton por su condición femenina. Las promesas proteccionistas de Trump en ese bastión de la producción de acero resulta seductora para la clase trabajadora. En la casa de Borges, la discusión pasó por la terminante réplica de Michelle Obama a Trump: "Los comentarios vergonzosos sobre nuestros cuerpos. La falta de respeto a nuestras ambiciones e intelecto. La creencia de que puede hacer lo que quiera con una mujer. Es cruel, aterrador. Y la verdad es que duele. Duele”.
¿Estamos volviendo a las cavernas? Trump detesta a los musulmanes, pero no está lejos de los más extremistas de ellos. Si fuera por el Consejo de la Ideología Islámica de Pakistán, esa cosa llamada mujer merece ser “golpeada levemente” en caso de no acatar las órdenes del marido, de rehusarse a vestirse como él quiere, de no satisfacer sus deseos sexuales sin una justificación religiosa o de no bañarse después de haber mantenido relaciones. En ese país, la modelo y actriz Qandeel Baloch, apodada “Kim Kardashian de Pakistán”, murió estrangulada a raíz de sus publicaciones en las redes sociales. La mató su hermano “por honor y sin remordimientos”.
Por los llamados crímenes del honor, que incluyen el adulterio y el rechazo de los matrimonios arreglados, murieron 1.100 mujeres en 2015 y 1.105 en 2014, según la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán. En Afganistán, sobre todo en las zonas rurales, son asesinadas por esa causa unas 200 mujeres por año. En Turquía, el presunto deshonor apresuró la muerte de 200 mujeres en 2015. En Francia, el otro extremo geográfico y cultural, un colectivo de mujeres ha pedido la dimisión de un diputado verde por haber acosado a sus compañeras y la del ministro de Finanzas, Michel Sapin, por el trato degradante que dispensó a una periodista.
La ilusión política de Trump, mezcla de Silvio Berlusconi y de Dominique Strauss-Kahn, derrapa por su incapacidad para transmitir algo tan caro a los norteamericanos como los valores familiares y religiosos. No está solo: su aliado Boris Johnson, ministro de Asuntos Exteriores británico, ex alcalde de Londres y mascarón de proa del Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), no tuvo empacho en decir en su momento: “Votar Tory (su partido, el Conservador) produce que los pechos de tu mujer se hagan más grandes e incrementa tus posibilidades de tener un BMW M3".
Dime con quién andas y te diré que uno de los moderadores del segundo debate presidencial de los Estados Unidos, Anderson Cooper, tuvo el buen tino de preguntarle a Trump si solía besar a las mujeres sin su consentimiento. Trump dijo: “No”. La respuesta, después de haber presentado a cuatro mujeres supuestamente violadas por Bill Clinton, desató una ola de indignación que llevó a muchas a revelar detalles escabrosos del comportamiento de Trump, confesados por él mismo en grabaciones que fueron saliendo a la luz y ensanchando su sombra.
No es el mejor momento para fanfarronear de ese modo. En los Estados Unidos, una de cada tres mujeres ha sido víctima de un asalto sexual, según La encuesta anual del crimen, de Gallup. En Sudáfrica, una de cada cuatro mujeres admite haber sido violada. Con la India y el Congo, ese país disputa el indecoroso título de “capital mundial de la violación”. Seis de cada diez legisladoras de Japón aseguran haber sido víctimas de sekuhara (acoso sexual) por parte de sus compañeros, funcionarios del gobierno y votantes, según la agencia de noticias Kyodo News. Un tercio de las japonesas lo ha padecido en el trabajo, dice el gobierno nipón.
Entre las británicas, el 52 por ciento sobrellevó situaciones similares, revela la federación de sindicatos TUC. Cuatro de cada cinco prefirieron no denunciarlo por temor a perder el empleo. Johnson, el amigo de Trump, fue despellejado por una ex amante, Petronella Wyatt: "Ningún hombre debería estar confinado a una sola mujer", dice que le dijo en un alarde de jactancia. Peor se comportó el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari: "No sé exactamente a qué partido pertenece mi mujer. En realidad, su lugar es mi cocina, mi comedor y el resto de las habitaciones de mi casa”. A su lado estaba la canciller de Alemania, Angela Merkel, avergonzada. No era para menos.
@JorgeEliasInter | @Elinterin
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