Evita
Es increíble el fenómeno de la señora Eva María Duarte de Perón. Se la nombra de mil maneras. Con amor y con odio, los dos sentimientos desgarradores que ella despertaba en vida: la abanderada de los humildes, la capitana, la perona, la madre espiritual de la Nación, la Santa, la Puta, y sin embargo, alcanza con decir Evita y todo el mundo sabe de que se habla.
Es increíble el fenómeno de la señora Eva María Duarte de Perón. Se la nombra de mil maneras. Con amor y con odio, los dos sentimientos desgarradores que ella despertaba en vida: la abanderada de los humildes, la capitana, la perona, la madre espiritual de la Nación, la Santa, la Puta, y sin embargo, alcanza con decir Evita y todo el mundo sabe de que se habla. Es que ella fue casi la síntesis de todas las discriminaciones que podía sufrir un ser humano de aquella época. Primero fue mujer, fue pobre, provinciana, hija de madre soltera y actriz, que en aquellos tiempos, era casi sinónimo de prostituta. Fueron tantos los rechazos y las humillaciones que no tuvo otro camino que erguirse sobre el odio y encenderse en llamas.
Era la furia con rodete y ovarios. Era una llaga que mostraba con crueldad lo que los poderosos no querían ver. Humilló a todos los que la humillaron: a las cogotudas damas de beneficencia que tenían mas apellidos que agallas a las que llamaba la bosta oligárquica, a los curas traidores y, sobre todo, a los militares que no fueron leales a Perón.
Por eso no faltó el malparido que celebrara su muerte por anticipado escribiendo en una pared: “Viva el cáncer”. Es que ella venía de abajo, del sufrimiento, de los piringundines y de la tapa de Radiolandia. Veía con los ojos del alma, como ella decía de sus grasitas. Hasta Perón temblaba ante su presencia. Temblaba de miedo y de admiración. Evita aguantó de pie por milagro como un Cid Campeador que ganaba batallas aún después de muerto solo con su leyenda. Por eso Evita fue perseguida aún después de muerta y su cadáver embalsamado se convirtió en el botín de la guerra del resentimiento.
La marcaron para siempre el día que no la dejaron entrar al velorio de su padre. La despreciaron y aprendió a despreciar. Por guachita se hizo guacha, salvaje, plebeya, flor silvestre. El diálogo que mantuvo en su primer encuentro con Perón en el Luna Park es la radiografía de su desparpajo:
- Encantada, General; le dijo de entrada
- Soy Coronel; le contestó Perón, casi marcial.
- Pero algún día será General. ¿O no? Y disculpe, no quiero ofenderlo, pero nunca vi a ningún militar trabajando para los pobres.
Tenía 25 años en ese momento. Y Perón 50.
El país se dividía entre los que daban la vida por Perón y por Evita porque los asociaban al aguinaldo y a la dignidad de las 8 horas de trabajo y los que soñaban con la muerte de Perón porque encarnaba la demagogia y el nazismo. Argentina se fracturaba entre los Hugo del Carril y las Libertad Lamarque. Evita fue dinamita pura contra la hipocresía argentina que pedía a gritos que no llores por mí. Fue la intolerancia puesta al servicio de la lucha.
Fue mucamas y peones llorando en los rincones y en los altares populares frente a su estampita rubia y patrones y estancieros riendo por la buena nueva. Y eso que murió cuando apenas tenía 33 años. Es que la razón de su vida fue ayudar a una Nación que estaba pariendo un nuevo actor social llamado clase trabajadora. Un nuevo actor social que irrumpió en la historia lavándose las patas en la fuente de la plaza de las multitudes un 17 de octubre. Hoy ese nuevo actor social que tiene sed de justicia y que busca su revancha es la clase desocupada. Es decir los movimientos sociales y los piqueteros que irrumpieron en la historia lavándose las patas en las rutas. Evita fue presencia militantes en aquella plaza y es presencia simbólica en estas calles, en banderas, en remeras, en consignas y en cada garganta.
A 60 años de su paso a la inmortalidad podemos decir que Evita era una mujer, un pueblo y un destino.
Un día volvió y fue millones de interpretaciones como miradas tuvo y tiene el peronismo. La insurreccional de los 70 que proclamaba que si Evita viviera, sería Montonera. La gorila que aseguraba que si viviera, sería López Rega; la cínica que decía que si viviera Isabel sería soltera y, finalmente, la mística esperanzada que dice que ella no murió, que vive eterna en el corazón de su pueblo.
Me quedo con los versos de María Elena que nunca fue peronista:
Y el pobrerío se quedó sin madre
Llorando en cueros, para siempre, solos
Escarapelas con coágulos negros y un vendaval de luto obligatorio. El siglo nunca vio una muerte más muerte. Orden de arriba y lágrimas de abajo.