Ayer la presidenta se quejó porque los 29 vándalos que fueron detenidos por los incidentes en el Obelisco, durante los festejos arruinados del día del hincha de Boca, fueron liberados. Así como lo escucha. Esos salvajes que dinamitaron la ilusión de miles de bosteros y sus familias, apenas estuvieron presos unos días. Es increíble.
 
Se trata de patoteros que robaron kioscos y negocios, que destrozaron todo, que amenazaron a la gente y que hirieron a varios policías que intentaron restablecer el orden. Pero parece que para la justicia eso no alcanzó. Los 29 malandras, algunos de los cuales ya tenían antecedentes, desde ayer están caminando por las calles al lado de los ciudadanos decentes y laburantes. Desde ayer hay 29 delincuentes listos para seguir cometiendo delitos. La presidenta se quejó con toda razón.
 
Algunos creen que solamente está haciendo estas críticas en los últimos discursos como parte de su ataque a la justicia por el tema de la ley de medios. Puede ser. Pero hay que separar los tantos. Es bueno que Cristina hable de inseguridad. Es bueno que empiece a dar señales de que los que violan la ley, deben ser castigados. Que el que las hace las paga. Por eso le digo bienvenida, Señora presidenta a los que hemos visto hace mucho tiempo a la inseguridad como un drama que debe atacarse sin facilismos. Durante años, Cristina no mencionó siquiera la palabrita maldita: inseguridad.
 
Durante cientos y cientos de horas de discurso miró para otro lado. Militaba y tal vez lo siga haciendo, veremos, en ese discurso jurásico de que el tema de la inseguridad es una bandera de la derecha, un problema de los ricos y de los que fomentan la mano dura y el gatillo fácil. Ojalá la presidenta sea sincera en sus palabras.

Ojalá no tenga una actitud oportunista ni demagógica y haya comprendido de verdad la profundidad de este flagelo que castiga sobre todo a los más pobres, a los más indefensos. Son los más humildes de una sociedad los que tienen menos herramientas para defenderse. No tienen seguridad privada, ni alarmas, ni rejas, ni cámaras de televisión en las puertas de su casa. Les roban sus zapatillas, sus camperas, los matan por afanarles una moto o para conseguir dinero para comprar paco y otro tipo de drogas. Son los más débiles los que sufren los robos y los crímenes. No solo los más pobres. Hablo de los más viejos, de nuestros padres y jubilados y de los más chicos, de nuestros hijos que están expuestos todo el tiempo.

Si Cristina rompe con sus propios prejuicios y decide asumir la gravedad de este tema va a tener que cambiar muchas cosas. Primero dejar de subestimar a los ciudadanos como hizo uno de sus ministros cuando habló de sensación de inseguridad. Segundo darle profesionalidad y fondos al combate contra los narcos en general y contra los criminales en particular.

Terminar con el doble comando en el ministerio del área y dar señales fuertes desde el poder que salgan del cascarón dogmático en donde la metieron sus amigos Eugenio Zaffaroni y Horacio Verbitsky. Es bastante sencillo de comprender. Siempre hay que defender el derecho de las víctimas. Nadie pide que se viole la ley ni las garantías de nadie. Pero el dejar hacer, dejar pasar es un pasaporte para que la inseguridad aumente y se fortalezca. Mire, se lo digo de otra manera.

Hay un derecho maravilloso que es el que tenemos todos a vivir en paz y en tranquilidad con nuestras familias. El derecho a no entrar en pánico cada vez que nuestros hijos vuelven tarde de la escuela o la facultad o cuando nuestros padres salen a trabajar. Ese derecho a vivir tranquilos y en paz es un derecho humano. Y no es precisamente un reclamo de derecha ni de venganza social. Tenemos derecho a vivir en paz. Tenemos derecho a aniquilar el miedo. Bienvenida presidenta a la lucha contra la inseguridad. Bienvenida Cristina si es que quiere atender el principal reclamo del pueblo. Nunca es tarde para empezar. Millones de argentinos la estaban esperando. Quieren de una vez y para siempre seguridad para todos… y para todas.