Instinto de competir
Todos sentimos el deseo de triunfar; es la cualidad que le ha permitido a nuestra especie sobrevivir millones de años. ¿Por qué nos sentimos tan bien cuando ganamos y por qué nos sienta tan mal la derrota?
Todos sentimos el deseo de triunfar; es la cualidad que le ha permitido a nuestra especie sobrevivir millones de años. ¿Por qué nos sentimos tan bien cuando ganamos y por qué nos sienta tan mal la derrota?
Durante toda nuestra vida nos esforzamos por ganar, aunque no seamos conscientes de ello. Esto se debe a que descendemos de una larga línea de triunfadores. Ellos nos han dejado un legado: el instinto de competir. Y nuestra forma de competir sobrepasa la de cualquier otro animal.
Es en la sabana del África Oriental, espacio georgráfico donde nuestros antepasados lejanos se convirtieron en humanos, donde hace aproximadamente tres millones de años se originó nuestro carácter súper competitivo. Es el lugar donde se conformó la naturaleza del australopitecus, el homínido más antiguo, la criatura más inteligente que se había visto en esa región y el primero de nuestros ancestros biológicos en caminar erguido.
Los australopitecus abandonaron el refugio del bosque para aventurarse en la pradera. En ese terreno hostil, la única forma de sobrevivir era luchando por todo. Aunque parezca mentira, tenemos mucho en común con ellos, y seguramente compartimos los mismos instintos básicos de supervivencia, sexo y competición. Medían poco menos de 1.5 metros y recorrían vastos espacios abiertos en pequeños grupos. Sin duda, debió haber sido un mundo muy peligroso dentro del cual sus instintos competitivos tuvieron que desarrollarse para poder sobrevivir.
Tres millones de años más tarde, ese instinto permanece en nosotros y se revela a edades sumamente tempranas. Asi, luchamos por interés propio incluso antes de nacer. ¿Sabías que el feto del útero puede competir con la madre? Tal competencia ocurre en todos los embarazos llegando al extremo de que, ocasionalmente, pueda causar daño a la madre.
En la última etapa de gestación puede suceder que ambos luchen por cosas diferentes. En teoría, cuando la madre cree que su cuerpo está listo para dar a luz, éste empieza a retirarle alimento al bebé mediante una disminución de la presión arterial. Y lo cierto es que el bebé no quiere nacer. Ninguno de nosotros quiere nacer. Cuanto más tiempo permanezcamos en el útero, alimentados y protegidos por nuestra madre, más tarde tendremos que entrar en el competitivo y rígido mundo exterior; de manera que el feto provoca la alteración necesaria para obtener mayor cantidad de alimento. Pero en algunas ocasiones, el bebé logra el objetivo de manera desmesurada, provocando el aumento de la presión arterial con el consiguiente peligro para ambos.
Desde nuestro nacimiento, todos los animales utilzamos recursos para sobrevivir, muchas veces casi siempre compitiendo. Martin Luther King, líder de los derechos civiles de los E.E.U.U; Mahatma Gandhi, líder de la independencia de la India; Charles Darwin, que se atrevió a sugerir que descendemos de una especie de primates; Florence Nightingale, precursora de la profesión de enfermera, y Thomas Jefferson, que redactó la Declaración de Independencia de los EEUU. ¿Qué tenían en común todas estas personas? En su tiempo todos ellos rompieron moldes. Rechazaron las ideas convencionales de su época y se atrevieron a ser diferentes. Ninguno de ellos era primogénito; todos tuvieron por lo menos un hermano o una hermana mayor. Un estudio realizado entre 120 mil personas arribó a una extraordinaria conclusión: que la conducta instintiva adoptada por los hijos menores para llamar la atención puede permanecer de por vida. Es mucho más probable que sean pensadores radicales y que desafíen las tradiciones.
Cuando sentimos que el triunfo se acerca, nuestro cerebro y nuestro cuerpo empiezan a funcionar en armonía, haciendo que la victoria sea placentera. Ya sea para obtener un empleo, ser el primero de la clase o ganar una medalla olímpica, nuestras respuestas son las mismas en todo el mundo. Tan pronto como sentimos que el triunfo se acerca, nuestra vista se agudiza, nuestros reflejos se hacen mas rápidos, nos vamos sintiendo invencibles y experimentamos las primeras sensaciones de victoria, la cual, cuando se percibe como segura, nos permite obtener plena satisfacción.
¿Y qué sucede bioquímicamente en nuestro organismo cuando competimos y sentimos la victoria como segura? En primer lugar, la dopamina, sustancia que se produce en nuestro cerebro, nos da una profunda sensación de bienestar. Luego las endorfinas, la hormona de la felicidad, empieza distribuirse por el torrente sanguíneo y nos hace sentir eufóricos. Es como un “dominó” natural. En el caso de los deportistas, las endorfinas incluso impedirán que éste sienta cansancio o dolor, si es que está dañado en alguna parte de su cuerpo.
Ganar es más que una sensación de gozo. La adrenalina y la testosterona se disparan a raudales por el torrente sanguíneo, y si durante la competición nos otorgan fuerzas, posteriormente nos mantienen alerta. Además respiramos más hondo y nuestro ritmo cardíaco aumenta, llevando sangre más oxigenada al cerebro y a los músculos. Hemos peleado, competido, ganado y queremos repetir.
Pero hay algo más que nos impulsa a competir y es el miedo al fracaso. Perder es una experiencia mucho más duradera y profunda que el triunfo. Cuando perdemos, las sustancias que nos mantenían vivos y eufóricos como la dopamina y las endorfinas empiezan a desaparecer. Entramos en una espiral negativa que nos empuja más y más hacia abajo. Y al contrario de lo que sucede cuando ganamos, cuando perdemos sí sentimos el agotamiento y el dolor físico. En momentos en que estamos perdiendo, se dispara en nuestro organismo la hormona del estrés, el cortisol, que nos hace sentir ansiosos y atemorizados. Y como reptiles que fuimos, podemos llegar incluso a quedar paralizados. Nuestros músculos fallan y podemos dejar de tener el control de las piernas. Así se produce una grabación en el centro mismo del cerebro, de modo que nunca olvidemos la derrota.
Por toda esta sucesión de sensaciones, somos capaces de hacer cualquier cosa para evitar la derrota, como así también de competir por preservar la imagen que queremos dar de nosotros mismos, ya que nos importa demasiado nuestra reputación.
¿Qué sucedió para que el hombre se diferenciara tanto del resto de los animales y se convirtiera en el auténtico y competitivo “Rey de la Selva”? Según algunos estudios, la clave radica en el cambio que surge a partir de la transición de ser hervívoro a ser carnívoro - hervívoro.
Pero este no deja de ser un análisis científico, y la racionalidad instrumental de la ciencia no da cuenta de una esencia espiritual que anima todas las mutaciones del hombre, sostiene su crecimiento y, al fin, lo conecta con lo más elevado del universo.