La cabeza de Rafecas
El juez federal Daniel Rafecas todavía no lo puede creer. Hasta hace unas horas tenía una carrera brillante y ahora está al borde de su destitución. Tenía una foja de servicios inmaculada y ahora fue tristemente manchada.
El juez federal Daniel Rafecas todavía no lo puede creer. Hasta hace unas horas tenía una carrera brillante y ahora está al borde de su destitución. Tenía una foja de servicios inmaculada y ahora fue tristemente manchada. Cristina lo hizo, se podría simplificar como explicación. Pero no alcanza. Está ocurriendo algo mucho mas profundo que la firme decisión de la presidenta de la Nación de cortarle la cabeza al magistrado.
Es habitual y hasta comprensible que desde el poder ejecutivo siempre se quieran sacar de encima a los jueces que los investigan. Y mucho más si el objeto investigado es nada menos que el vicepresidente de la Nación designado por el sabio dedo de Cristina. Lo sorprendente en este caso es que el juez no es un enemigo del gobierno designado por Clarín y fogoneado por la derecha gorila. Todo lo contrario, Rafecas es un destacado intelectual y profesional del derecho que miró siempre con simpatía al oficialismo en general y a su actitud frente a los derechos humanos en particular. Se lo podría ubicar como un hijo ideológico del matrimonio entre Esteban Righi y Eugenio Zaffaroni. Un progresista de libro.
En ese mundo era y para algunos todavía es, admirado. Sus trabajos como juez o como escritor sobre el terrorismo de estado en Argentina, el holocausto del nazismo, las coimas en el senado de Fernando de la Rúa, entre otros temas, lo posicionaron en un lugar muy particular. Por meterse con estas causas tan dolorosas, Rafecas siempre supo que incrementaba la cantidad de enemigos que iban a hacer lo imposible por sacarlo de la cancha. Pero jamás imaginó que iba a ser el fuego amigo el que lo iba a liquidar. Sus propios compañeros de ruta del kirchnerismo no dudaron en sacrificarlo en el altar del verticalismo cristinista. Eso le hizo probar el sabor amargo de la traición. Comprobó que la desesperación por defender a Amado Boudou no tiene límites.
Y que la jefa máxima es capaz de todo. Que a la hora de salvarse es implacable. Todas las solidaridades mutuas anteriores se tiraron a la basura. En unas horas, Rafecas dejó de ser un juez amigo para convertirse en un cómplice de una mafia corporativa mediática que quiere voltear al gobierno. Suena insólito. Incomprensible. Pero es rigurosamente así. Ayer lo definí como escenas de kirchnerismo explícito. La excusa de defender el modelo nacional y popular frente al ataque enemigo habilita a tirar debajo de un camión al que sea necesario. Pragmatismo feroz que abre fisuras entre la gente de bien que no cree que el fin justifica cualquier medio. Que no se puede hacer cualquier cosa. Por eso, unos pocos se atrevieron a hablar maravillas de Rafecas como una forma de bancarlo.
La mayoría de sus amigos kirchneristas eligió el silencio y los que mas méritos quieren hacer con Cristina, directamente se preparan para empujarlo al abismo.
Rafecas siempre supo que podía recibir una puñalada por la espalda. Imaginó que vendría desde los que defienden a los genocidas de Argentina, Alemania o Irán. Pero jamás se le ocurrió pensar que Hernán Ordiales, el representante de Cristina en el Consejo de la Magistratura, iba a impulsar su pase a retiro.
O que Eduardo Barcesat, abogado de Hebe Bonafini que tantas veces lo elogió, se iba a convertir en vocero mediático de la campaña para cortarle tempranamente la carrera. Es insólito que Daniel Rafecas sea atacado por los amigos del gobierno por querer ayudar al gobierno. Porque el principal elemento que tienen para ensuciarlo son los mensajitos de texto que intercambió con el abogado de un imputado. Y encima, ese letrado, Ignacio Danuzzo Iturraspe es un viejo amigo de su familia que hasta vivió un tiempo en su casa.
O sea que la traición supera la política y llega incluso a las relaciones personales y afectivas. Pero insisto: el gobierno ordenó cargarse a Rafecas por ayudar al propio gobierno. Es lo que dicen esos vergonzosos mensajitos donde Rafecas se expresa como si fura asesor de los sospechosos y no el juez de la causa.
Rafecas creyó que estaba hablando en confianza con un amigo. Esa ruptura absoluta de los mínimos códigos de la convivencia humana se transformó en una bomba de fragmentación en el corazón de la militancia progresista que ingresó en un fuerte debate interno.
¿Vale entregar las cabezas de Righi y Rafecas para encubrir a Amado Boudou? ¿Es un papel digno para alguien que cree en una sociedad más justa e igualitaria? ¿La moral y la ética tienen algo que ver en todo esto? Son algunas de las preguntas que corren como reguero de pólvora. Por primera vez se escuchan a cristinistas fanáticos criticar a Cristina. Lo hacen en voz baja, por supuesto. El miedo no es zonzo. Y cuando ven la cabeza de Rafecas cortar, ponen sus barbas a remojar.