La ciudad de la furia
La violencia racial estalló en Baltimore, como antes en Ferguson y otras urbes de los Estados Unidos, por el asesinato de afroamericanos desarmados a manos de policías blancos
Lo detuvieron el 12 de abril. Murió una semana después por una lesión en la columna vertebral. La habría sufrido mientras era arrestado o mientras era trasladado en el patrullero. Tenía 25 años de edad. Era afroamericano, como Michael Brown, de 18 años, asesinado por la policía en Ferguson, Misuri; Walter Scott de 50, baleado en North Charleston, Carolina del Sur, y Eric Garner, de 43 años, fallecido después de que un agente lo agarró del cuello en Staten Island, distrito de la ciudad de Nueva York. En Baltimore, Maryland, disturbios y saqueos coronaron el funeral de Freddie Gray. La ira popular, como antes en Ferguson, se adueñó de la calles.
¿Qué hubo detrás, más allá del reclamo de justicia frente a otro afroamericano desarmado que resultó asesinado por policías blancos en un país, marcado por el sueño de igualdad de Martin Luther King, que tiene un presidente afroamericano por primera vez en su historia? En el caso de Baltimore, cuya alcaldesa, Stephanie Rawlings-Blake, debió apelar al toque de queda para serenar los ánimos, todo se resume en una palabra: indiferencia. La otra ciudad, la que no se jacta del mote de “Ciudad del Encanto”, está sumida en la pobreza. El índice de desempleo afecta a siete de cada diez personas.
De esa ciudad provenía Gray. Su familia vive de una indemnización por una demanda por contaminación con plomo contra el dueño de la casa que alquilaban en su infancia. Algo usual en su barrio, Sandtown-Winchester, donde un tercio de las propiedades están abandonadas. Más de la mitad de la gente recibe Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF, en inglés). Eso no justifica la violencia, pero, cierto modo, la explica después de muchos años de apatía frente a una situación social y económica alarmante. La muerte de Gray, víctima como sus vecinos de atropellos policiales, encendió la mecha de una bomba que, de todos modos, iba a estallar.
En Ferguson, con un 67 por ciento de población afroamericana, sólo cuatro de sus 54 agentes de policía son negros. La diversidad tampoco abunda entre los jueces y sus asistentes. En Baltimore, con un 63 por ciento de población afroamericana, cuatro de cada diez agentes son negros. También lo son la alcaldesa Rawlings-Blake y su predecesora, Sheila Dixon, condenada por malversación de fondos, así como el comisionado de la policía, Anthony Batts, y la mayoría de las autoridades. La raza, a diferencia de lo ocurrido tras el asesinato de Brown, no pudo ser la única causa de los disturbios en represalia por la absurda muerte de Gray.
La tasa de crímenes violentos de Baltimore triplica el promedio de los Estados Unidos. La de homicidios es seis veces mayor. En esa ciudad, Ferguson, Cleveland, Detroit, Filadelfia y Washington, entre otras con poblaciones mayoritariamente afroamericanas, rasgos a los cuales responden sus alcaldes y comisionados de la policía, el aumento del delito ha creado tensiones entre los agentes y la comunidad negra. En Chicago, con un 32 por ciento de población afroamericana, hubo 400 homicidios en 2014. Trescientas víctimas eran de raza negra. Es más del doble del promedio de afroamericanos abatidos por la policía en todo el país.
Desde abril, cuando murió Gray, el índice de homicidios de Baltimore trepó un 20 por ciento por encima de la cantidad de muertos en los primeros tres meses del año. En abril de 1968, tras el asesinato de Martin Luther King en Memphis, Tennessee, varios edificios de esa ciudad y de otras cien ardieron en llamas al calor de las protestas. Entonces, acaso como ahora, los negros se sentían discriminados y privados de sus derechos. "Un disturbio es el lenguaje de los no escuchados", decía King. Casi medio siglo después de su muerte, mucha gente aún tiene algo que decir y pretende, sobre todo, ser escuchada.
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