Le confieso que estoy ansioso. Dentro de seis horas voy a tener la posibilidad de ver y escuchar a Luis Ignacio Lula da Silva, uno de los estadistas que mas admiro. Será en la apertura del coloquio de IDEA ante más de 900 empresarios y será casi exactamente a diez años de aquel día en que lo conocí. Lo recuerdo así:

- Lula, le quiero desear un feliz cumpleaños y un feliz gobierno.

Eran las 9.37 del domingo 27 de octubre de 2002, el día más importante de su vida porque cumplía 57 años y estaba a horas de convertirse en el presidente electo de Brasil. Me dijo "muito obrigado", me estrechó la mano y siguió de largo como si nada. Tuve que apelar a mi arma secreta:

- Ah, Lula, el viernes estuve con Víctor de Gennaro y le manda un gran abrazo.
Logré detener su marcha sin mentir. Y le sacudí la primera pregunta:

- ¿En quien pensó cuando apagó las velitas y se emocionó tanto?

- En mi madre. Ella era lavandera. Me acordé del día de su muerte. Yo estaba preso por la dictadura militar y ella se murió sin saberlo. Mi carcelero se conmovió y me saco media hora a escondidas de sus superiores para que yo estuviese en el velorio. Pero no me permitieron estar en su entierro ni hablar con mis familiares.

- No pudo contener el llanto...

- ¿Y que le parece?, ella era analfabeta igual que mi padre. Me mandaban a comprar el diario solo para ver las fotos y los dibujos. Me hubiese gustado tanto tenerla esta noche a mi lado...

- Es comprensible, recuerdo....

En ese momento un morochazo de dos metros tipo NBA me dijo claramente: no mas preguntas y me apartó con firmeza.

Así salió Lula de su casa rumbo al colegio Joao Firmino donde votó frente a mas de 300 lentes de cámaras fotográficas y filmadoras que habían llegado hasta de los países mas recónditos de la tierra para registrar la epopeya del lustrabotas que llegó a conducir el quinto país mas importante del mundo por territorio y población.

Lula había soplado 57 velitas rojas sobre una torta blanca que le habían traído 57 chicos que agitaron sus 57 estrellas rojas de tergopor mientras le cantaron primero el "Parabienes" que es nuestro " que los cumplas feliz "pero con otra letra y después la canción-himno de campaña que pide " un Brasil decente para un pueblo pobre pero noble y trabajador".

Fue la sorpresa que le prepararon sus eternos compañeros del sindicato metalúrgico de San Bernardo do Campo donde Lula nació por segunda vez y de la CUT, la central de trabajadores mas poderosa que América Latina de la que Lula es fundador.

La fiestita de cumpleaños fue en el salón que tiene para esos efectos el "Condominio Residencial Hill House" donde vivía Lula, un edificio del barrio de Villa Teresinha típico de clase media muy parecido a muchos que hay en Caballito, con seguridad privada en la puerta y todo.

Hubo un momento que hizo llorar hasta a los fotógrafos japoneses que parecían muy distantes y profesionales. Lula cortó la torta que en su interior decía "Lula", escrito en chocolate y el primer bocado se lo dio en la boca a uno de los chiquitos cantores que no podía caminar sin apoyarse en muletas. Fue un momento estremecedor. Lula se puso en cuclillas para estar a su altura y con la cucharita le hizo avioncito como cualquier padre le haría a su hijo. Solo que Lula no era su padre. Y que se había acordado de doña Lindu, como él le decía a Eurídice su madre lavandera y analfabeta.

Las buenas noticias dicen que Lula viene derrotando a un maldito cáncer en la garganta como derrotó a todo lo que se le puso adelante. Por eso me acordé de aquel día glorioso del año 2002 cuando la consigna de esa campaña que llevó a Lula a la presidencia decía así: “La esperanza vence al miedo”. Hoy el pueblo brasileño que ama a Lula frente al ataque del cáncer dice lo mismo: “La esperanza vence al miedo”.Las encuestas dicen que si se vuelve a presentar como candidato, nuevamente será elegido presidente. Nadie sabe si lo va a intentar. Si puedo, esta noche, se lo voy a preguntar y mañana le cuento.