La máscara del coronavirus
Tres meses antes de la aparición del coronavirus, un comité de expertos reunido por la ONU advirtió que la epidemia de un nuevo tipo de gripe podía ser devastadora
Cuando un comité de 15 expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Banco Mundial vaticinó en septiembre de 2019 “una amenaza muy real” si estallaba “el brote de un nuevo y agresivo tipo de gripe”, nadie suponía que apenas tres meses después iba a aparecer el coronavirus o COVID-19 en la ciudad china de Wuhan. El informe anual de The Global Preparedness Monitoring Board, encargado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), vaticinaba la muerte de 50 a 80 millones de personas y un cinco por ciento de retracción de la economía global de declararse la epidemia.
Se trató de una evaluación prospectiva, titulada Un mundo en riesgo, a la luz de los estragos provocados por las epidemias del ébola entre 2014 y 2016 y de la gripe aviar o H1N1 en 2009. ¿Su conclusión? Lapidaria: “El mundo está en grave riesgo de ser devastado por epidemias de enfermedades regionales o mundiales o pandemias que no sólo causan pérdidas de vidas, sino también desequilibrios económicos y caos social”. Una pandemia de esas características, agrega el informe sobre preparación de emergencias sanitarias, “sería catastrófica, creando estragos, inestabilidad e inseguridad generalizados”. En pocas palabras, “el mundo no está preparado”.
De ser el coronavirus esa suerte de espada de Damocles, otra conclusión de los expertos también resultó acertada: no hemos aprendido nada. O hemos aprendido poco frente a la vulnerabilidad creada por el crecimiento demográfico, la urbanización, las migraciones, los viajes y el cambio climático. De 2011 a 2018, la OMS registró 1.483 sucesos epidémicos en 172 países. Entre ellos, la gripe, el síndrome respiratorio agudo grave (SARS), el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS), el ébola, el zika, la peste y la fiebre amarilla. Precursores, en su mayoría, de brotes cada vez más frecuentes de rápida propagación y de difícil manejo.
Las advertencias no son novedosas. Diez científicos convocados por el diario británico The Guardian coincidieron en afirmar en 2005 que la mayor amenaza que iba a enfrentar la humanidad podía ser la erupción de un volcán de magnitud inaudita que inyectara gases en la atmósfera y bloqueara los rayos solares, una brutal profusión de atentados terroristas o una pandemia viral. El ébola, después del H1N1, pasó a ser para la OMS “la emergencia sanitaria más grave y severa vista en los tiempos modernos”. La epidemia de coronavirus, con riesgo de convertirse en pandemia, encendió ahora casi las mismas alarmas.
La vacuna contra el miedo no existe. Sobre todo, cuando aparecen plagas de ribetes bíblicos de las cuales ningún país está exento. El cólera, la peste bubónica, la tuberculosis y el sida, entre otras enfermedades, crearon tanta paranoia como, a finales del siglo de XVIII, la viruela. Por su causa morían 500.000 europeos por año. La gripe española, que no debió su nombre a España, sino a los periódicos escritos en esa lengua que, exentos de la censura usual en los países involucrados en la Primera Guerra Mundial, divulgaban su existencia, mató a tres veces más personas que el conflicto bélico, recientemente finalizado.
En el siglo XX hubo dos pandemias: la gripe asiática, de 1957, y la de Hong Kong, de 1968. Los azotes de la gripe H1N1 y del SARS, tras la voladura de las Torres Gemelas en 2001, equipararon a las pandemias con el terrorismo y el virtual volcán en erupción entre las principales amenazas para la humanidad. La aparición del coronavirus, como otras epidemias, cumple el rito previsto en 1963 por el matemático y meteorólogo Edward Lorenz: “El aleteo de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas”. Adaptado a estos tiempos, un estornudo puede sembrar pánico. En varios metros a la redonda.
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