La pasión de Pepe
No es la primera vez que le hablo del Padre Pepe y no va a ser la última. Creo que para un viernes santo es un buen ejemplo de esa iglesia pobre para los pobres que quiere reconstruir el Papa Francisco.
No es la primera vez que le hablo del Padre Pepe y no va a ser la última. Creo que para un viernes santo es un buen ejemplo de esa iglesia pobre para los pobres que quiere reconstruir el Papa Francisco. Su vía crucis hoy transita por la Villa La Cárcova que tiene 18 mil habitantes y está enclavada a orillas del Reconquista, uno de los ríos mas contaminados.
Todos los días hay tiros y heridos. Muchas veces aparecen jóvenes moribundos tirados al lado de la parroquia para que el Padre Pepe y el espíritu santo se ocupan de salvarle la vida. O que por lo menos llame a la ambulancia y le permitan entrar.
Hay zanjas malolientes, perros raquíticos, cientos de chicos descalzos, rondas de mates y algún picado donde siempre hay un morocho que la rompe. Hay pasillos interminables y peligrosos entre las casillas. En el corazón laberíntico de ese verdadero panal están los jefes narcos.
O los mayoristas, tal como pudo verse en la película “Elefante Blanco”. Usan a los más pobres como escudos humanos. Se ocultan detrás de los villeron honrados que hacen changas y se ganan los mangos con el sudor de su frente, o las muchachas con tonada guaraní que limpian casas y negocios ajenos.
Los transas venden los 25 gramos de marihuana a 60 pesos de promedio y el gramo de merca, de blanca, de cocaína cuesta 30 pesos. Los mas odiados, hasta por los narcos, son los que siembran el paco, la droga que dinamita el cerebro de los jóvenes: el enemigo principal del Padre Pepe y de todos los ciudadanos de buena voluntad que viven en La Cárcova.
El alma se desgarra de solo ver a decenas de pibes sentados en una esquina cualquiera, mirando sin ver, fumando de todo, sin saber que hacer con su vida que no es vida. En ese territorio ilegal las leyes las ponen los narcos. El único que pone un poco de luz y esperanza es el Padre Pepe y sus colaboradores.
Estuvo dos años en Santiago del Estero, refugiado porque lo habían amenazado de muerte los zares del veneno en polvo blanco y la paste base. Tiene mucha experiencia. Durante 13 años fue párroco de la villa 21-24 y Zavaleta donde ahora está el Padre Toto con el que hablamos ayer.
El Padre Pepe camina por la villa, con sus zapatos gastados como los de Francisco, con la túnica blanca y la estola violeta que le tapan sus vaqueros raídos y con esa barba que le da un aire insurgente. Es un predicador que tiene un oído en el evangelio y otro en el pueblo, como pedía Monseñor Enrique Angelelli. Están en el municipio de San Martín que tiene 57 villas y 91 asentamientos, un triste record de exclusión según Silvina Premat, una experta en el estudio del cruce de villas y curas.
Suena repugnante repasar el informe del nefasto proyecto X de la Gendarmería que nació cuando Aníbal Fernández era ministro y que siguió vivito y coleando con Nilda Garré hasta que saltó la liebre y el escándalo. Ese espionaje ilegal sobre luchadores sociales incluyó al padre Pepe al que etiquetaron como “simpatizante del Partido Obrero y con capacidad de movilizar a 15.000 personas”. Los servicios siempre alertas y vigilantes se habrán confundido con el Cristo Obrero.
Pepe parece más cerca de la Virgen que de Trotski. Pero allá los espías delincuentes, el elige al obispo Helder Cámara para “ayudarle a dar voz a los que no tienen voz”. Es el mismo que dijo : “cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre, me llamaron comunista”. Si el Papa Francisco es el representante de Dios en la tierra, el Padre Pepe es el delegado del Papa en las villas.
Es un iluminado que piensa como habla y que hace lo que dice. Sabe que tiene que expulsar del templo a los mercaderes de la droga. Todos los padres Pepes que hay y que no conocemos edifican granjas, comedores, canchas de fútbol, empujan para que se construyan cloacas, para que nadie abandone la escuela, para que las madres se junten en la parroquia a tejer el futuro. Hacen todo lo que pueden. Milagros cotidianos.
No pueden multiplicar los panes pero multiplican las solidaridad y al amor al prójimo. Eso lo saben las madres de los pañuelos negros por el luto que les produjo el paco en su corazón. A esta altura, como le dije ayer, el hambre y el paco son crímenes de lesa humanidad.
Producen un genocidio silencioso que luego estalla en toda la sociedad con desesperación y nuevos crímenes que se llaman inseguridad. Los adictos cada vez son más jóvenes y cada vez mas adictos cometen delitos. Es un círculo vicioso letal. Es un infierno que debemos combatir. Entre todos. La pasión de Jesucristo es la misma pasión de Pepe. El cura José María Di Paola dialoga con el cielo pero no saca los pies del barro. No huele a perfume francés como algunos jerarcas de la iglesia. Es un pastor con olor a ovejas. Como quiere el Papa.