El humor nacional está de luto. Aunque suene contradictorio, es verdad: a la sonrisa argentina se le escapó una lágrima. Esto es como una mueca mezclada de columna en homenaje a un artista inmenso que nos mejoró la vida a todos y dolor por la pérdida de un ser querido. Ha muerto Juan Carlos Calabró y con el murieron muchas cosas.

Porque era uno de los últimos de una estirpe de cómicos que formatearon nuestra identidad como Luis Sandrini, Juan Carlos Altavista, Dringue Farías, José Marrone, Pepe Biondi, Alberto Olmedo, Tato Bores y tantos otros. Todos hicieron cine y teatro pero explotaron en la televisión. Allí se metieron en nuestras casas y en nuestros corazones. Allí se hicieron pasión y carcajadas de multitudes.

Era un tiempo que fue hermoso. Era otra televisión donde la ingenuidad y el chiste de salón con alguna que otra picardía zafada, convocaba a la familia alrededor de la pantalla. Todavía no habían desembarcado en la tele males como el puterío y la pelea a los gritos para mejorar el minuto a minuto pero para tirar a la basura la gloria y la historia.

Con Juan Carlos Calabró, los que integramos este programa, hemos perdido además a un oyente y a un amigo de todas las tardes. El Cala era nuestra conciencia del otro lado del micrófono. Era capaz de llamar por teléfono y hablar con Angelito para aportar un dato, una anécdota y para elogiar un momento de radio, una columna como esta. Ojalá Juan Carlos pueda escuchar estas palabras. Ojalá pueda sintonizar radio Continental desde el paraíso de la risa a donde seguramente fue a parar. Ojalá tome este responso como un gran abrazo que le dice gracias por todo.

Por tu vida y obra. Y por los regalitos pintados a mano que solías traernos al estudio. Esos platos, esas botellas, esa manera de pasar las horas entretenido cuando los 80 venían degollando. Juan Carlos, Cala, Calita, gracias por tantos cuentos. Por tu mirada pícara. Por ese “contra” tan argentino y tan nuestro donde cabeceabas al gol los centros que te tiraba Antonio Carrizo y también Fernando Bravo. Gracias por demostrar que no hace falta ser chabacano ni putear todo el tiempo. Por tu apuesta a la trayectoria de manos limpias hoy te lloran Coca, tu esposa eterna.

Tus hijas, Ileana y Marina y 4 nietos que te disfrutaron hasta el final, hasta que ese maldito riñón con cara de vinagre y mala onda te mandó al cielo que te habías ganado con gran esfuerzo. Que se enciendan las luces del viejo varieté como en aquellos teatros de revista donde luciste tu talento y tu frac impecable, que un director diga vamos que venimos y se prenda la luz roja, que te rías improvisando chistes al aire como en Telecómicos, que la radio te convoque locutor y actor como en tus comienzos, que no falte Jhonny Tolengo y sus anteojos exagerados, ni el gran Renato, la ternura de Anibal y tantos personajes que supiste rescatar de la realidad cotidiana. Juan Carlos tenía la sensibilidad actoral suficiente como para inventar sus propios personajes.

Era como mirar nuestros defectos o nuestras exageraciones y desmesuras y reírnos de eso. Nos queda mucho de su herencia. Jamás olvidaremos sus “Calabromas”. Ni aquel silencio inmenso y ovación inmediata que logró en el homenaje durante la entrega de los premios Martin Fierro. Nos quebró la voz a todos. Nos llenó la garganta de angustia. Y como buen genio no quiso romper una regla del mundo del espectáculo y terminó con una broma. Levantó la estatuilla y le dijo a su esposa: “Coca, uno mas para lustrar. Ya estamos cerca de Mirtha, nos faltan 14.” Esas alegrías repartidas a domicilio vivirán eternas en los momentos de felicidad de nuestro pueblo. El humor nacional está de luto. Ha muerto Juan Carlos Calabró. Que en aplausos y risas descanse.