De ser por Donald Trump, el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, “debería frenar ahora mismo esta caza de brujas amañada”. Lo exigió vía Twitter el día que comenzó el primer juicio vinculado con la investigación sobre la intromisión de Rusia en las presidenciales de 2016. Estaba en el banquillo Paul Manafort, su exjefe de campaña. Lo declararon culpable de ocho de los 18 delitos por fraude fiscal y bancario que le imputaba el fiscal especial Robert Mueller, encargado del caso. La sentencia coincidió con la confesión de Michael Cohen, exabogado personal de Trump, sobre el pago a dos mujeres por callar sus relaciones sexuales con el ahora presidente cuando era candidato.

La intromisión de Trump en las investigaciones choca con su impotencia. Le encantaría ordenarle a Sessions que despida a Mueller, pero el fiscal general no puede hacerlo. ¿Por qué? Porque Mueller fue designado por su segundo, el fiscal general adjunto Rod Rosenstein, y Sessions no tiene intención de deshacerse de él. ¿Qué ocurre si Trump expulsa a Sessions y a Rosenstein para desbaratar la pesquisa de Mueller? Cometería el error de Richard Nixon de bajarle el pulgar al fiscal que investigaba el caso Watergate en 1973, Archibald Cox. Los dos máximos cargos dimitieron, el tercero lo echó y Nixon debió renunciar al año siguiente acusado de de obstrucción de la justicia.

Bajo ese cargo, investigado por Mueller, también está Trump tanto por las amenazas contra Sessions como por haber despedido en 2017 a James Comey del FBI. La investigación sobre la trama rusa estaba originalmente bajo la órbita del FBI y era supervisada por Sessions, pero el fiscal general le ocultó al Senado sus contactos con Serguéi Kislyak, exembajador ruso en Washington. Sessions se eximió de la pesquisa. El asunto pasó a su segundo, Rosenstein. Cuando Trump prescindió de Comey, la papa caliente cayó en manos de un fiscal especial, Mueller, abogado y exdirector del FBI. En más de un año de trabajo, Mueller presentó cargos contra más de 30 personas, incluidos 25 rusos.

El latiguillo “you are fired! (¡estás despedido!)” pudo darle rédito a Trump en el reality show The Apprentice (El Aprendiz), pero cobró otro matiz con el despido de la Casa Blanca de Omarosa Manigault Newman. La morena de nombre exótico fue concursante en aquel programa de televisión. Luego trabajó como asesora de Trump. La echaron. Escribió un libro con un título provocativo, Unhinged (Trastornado), y está dispuesta a divulgar grabaciones secretas de sus reuniones con su exjefe, al que acusa de “racista” y “desequilibrado”.

De Trump recibió casi los mismos elogios que Sessions, Mueller y otros tantos: “chiflada”, "desagradable", "despiadada". Una andanada de groserías que no puede ocultar el sol con el dedo, como tampoco pudo hacerlo Nixon tras la incursión de cinco ladrones en la sede del Partido Demócrata en 1972, frustrada por la policía, que destapó un escándalo de espionaje que acabó dos años después con su presidencia. Las aristas de la trama rusa se codean, en el caso de Trump, con sus debilidades por haberles pagado por su silencio 130.000 y 150.000 dólares a la actriz conocida como Stormy Daniels (Stephanie Clifford) y la exmodelo Karen McDougal, respectivamente.

Sábanas revueltas entre 2006 y 2007, cuando ya estaba casado con Melania, que desataron otra tormenta política. Cohen, el hombre de mayor confianza de Trump durante varios años, se declaró culpable de dos delitos relacionados con esos pagos, además de cinco de fraude fiscal y uno financiero, a cambio de obtener una rebaja de la condena. Trump redujo todo a una violación de la financiación de su campaña y, en su defensa, se comparó con Barack Obama, multado en 2013 con 375.000 dólares tras una auditoría de la Comisión Electoral Federal por no comunicar en el plazo adecuado un millar de contribuciones de última hora del orden de los dos millones de dólares.

Si la fiscalía se guía por la orden de pagarles a las mujeres, Trump podría enfrentar un impeachment (juicio político) por haber cometido un delito federal. La fiscalía de Nueva York, ámbito de su exabogado Cohen, podría presentar el caso en la Cámara de Representantes, con mayoría republicana en suspenso por las elecciones de medio término del 6 de noviembre. Nixon dimitió durante el proceso. En este caso, los veredictos de Cohen y de Manafort refuerzan al fiscal Mueller, a cargo de la trama rusa. Un embrollo tras otro que fija límites al poder, más allá de los rezongos por las redes sociales y de la apariencia de invulnerabilidad.

Jorge Elías

Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
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