Las rutas de la muerte
Las imágenes de la Panamericana eran de terror. Producían escalofríos. Un auto partido al medio difícil de reconocer como auto. Un amasijo de chapas y fierros y cuatro cadáveres repartidos como esquirlas. Olor a nafta y a muerte. Uno cree que no es posible pero dicen que el auto voló por encima del guardarrail y chocó con otros dos que venían por la mano contraria.
Las imágenes de la Panamericana eran de terror. Producían escalofríos. Un auto partido al medio difícil de reconocer como auto. Un amasijo de chapas y fierros y cuatro cadáveres repartidos como esquirlas. Olor a nafta y a muerte. Uno cree que no es posible pero dicen que el auto voló por encima del guardarrail y chocó con otros dos que venían por la mano contraria. Si voló es porque ya venía volando. Con el acelerador a fondo. ¿Se acuerda de la publicidad que decía que cada auto es un arma? ¿Seremos concientes que manejamos un arma cuando manejamos? ¿Qué con ese volante y ese cambio al piso podemos matar y morir? A esta altura hay un síntoma social grave detrás de estas muertes absolutamente evitables. De estos accidentes que de accidentes no tienen nada.
Son incidentes viales o siniestros viales. Parecen una expresión del grado de locura y stress que vivimos. Dicen los expertos que hay gente que propone elevar las velocidades máximas porque su ansiedad es incontrolable. Viven a mil por hora y no pueden parar. Así manejan y así mueren y matan, a mil por hora. Y eso que el estado hace lo que puede aunque es verdad que puede hacer más. La educación vial en las escuelas, las multas fotográficas, controlar el estado de las rutas, sancionar duramente a los que conducen borrachos o drogados, se apela a todo y por momentos parece que la cantidad de muertos afloja pero después vuelven a crecer. Es un tema cultural que habla muy mal de nosotros. De todos los argentinos porque tenemos un record mundial pavoroso que debería avergonzarnos. Somos uno de los países del mundo en donde hay más muertes en las calles y en las rutas productos de los palazos que se pegan los autos, los colectivos, las motos. En eso si que somos campeones del mundo. Es muy doloroso reconocerlo pero todos los años, números más o menos, muere un estadio Luna Park lleno de argentinos por estas causas. ¿Se da cuenta lo que estamos diciendo? ¿Tiene real dimensión de esta especie de suicidio colectivo sobre ruedas? Es como si todos los años un Luna Park repleto de gente estallara. ¿Qué nos pasa? ¿Somos tan indisciplinados, tan soberbios y tan prepotentes que no nos importa nuestra vida ni la de nuestros semejantes?¿No sabemos que transportamos a nuestros seres mas queridos por una ruta que puede conducir al cementerio?
Y siguen apareciendo compatriotas que no usan el cinturón de seguridad, o que llevan a sus hijitos sentados adelante o los motociclistas que se niegan a usar cascos. Tenemos que acostumbrarnos a cumplir las normas. A convertirlas en hábitos culturales transformadores. Es en defensa propia. Por eso hay que educar, prevenir pero también castigar a los que ponen en riesgo lo más sagrado que tenemos. Tenemos que defender la vida. Luchas por bajar los índices de mortalidad en las rutas y en las calles. Hay que conducir a conciencia. Ocho de cada diez accidentes son producto de la imprudencia o la impericia de los que manejan. No por fallas mecánicas. Es por fallas humanas. De personas como cualquiera de nosotros. Hay que recuperar nuestra sensibilidad. Nuestra responsabilidad ética y ciudadana. Estamos demasiado locos. Vamos demasiado rápido a ninguna parte. Hay cierto salvajismo que nos degrada ante nuestra propia conciencia y ante nuestra propia familia. Es hora de bajar un cambio y de levantar el pié del acelerador. Es hora de hacernos cargo.
Accidentes, autos, muertos