Las vueltas de Italia en 80 días
La falta de alternativas políticas, sobre todo en Europa, abre el camino a movimientos de derecha o de izquierda que ocupan el lugar de los partidos tradicionales
Italia estrena gobierno. El del primer ministro número 65 en 72 años, Giuseppe Conte, profesor de derecho privado de la Universidad de Florencia, sin experiencia política. Se trata del gobierno menos convencional de Europa desde la firma de los Tratados de Roma, en 1957, los fundacionales. El acuerdo anudado en Italia entre el Movimiento 5 Estrellas (M5E), “libre asociación de ciudadanos” fundada por un cómico y un empresario de comunicación, y la Liga, formación xenófoba inspirada en el Frente Nacional francés, no es un alivio, sino un síntoma de la incertidumbre tras varias idas y venidas con el presidente, Sergio Mattarella, desde las elecciones del 4 de marzo.
Tras 80 días, los extremos se unen con más afinidad personal que ideológica. Conte, propuesto por el M5E, de Luigi Di Maio, no perfeccionó sus estudios en las universidades de Nueva York, Yale, Cambridge y La Sorbona ni estudió en el International Kultur Institut, de Viena, como afirma en el impecable currículum que presentó para un puesto en el Consejo de Presidencia de la Justicia Administrativa. Puesto que obtuvo. El M5E procuró atajar las críticas por los datos falseados. La Liga, de Matteo Salvini, prefirió soslayarlas. Conte tenía la venía del inoxidable Silvio Berlusconi, rehabilitado para volver al ruedo tras cinco años de veda política por fraude fiscal. La última palabra, al parecer. Mattarella, molesto, recibió el encargo envuelto con moño.
La polémica por los títulos universitarios falsos excede fronteras, así como el malestar con los políticos y los partidos tradicionales. La llamada “titulitis” prendió en España como un virus. Cristina Cifuentes, del Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy, renunció a la presidencia de la Comunidad de Madrid luego de comprobarse que había recibido un máster con notas falsificadas en la Universidad Rey Juan Carlos y, peor aún, de difundirse un video en el cual devolvía dos cremas que intentaba llevarse sin pagar de un hipermercado de Madrid. Cual réplica, desde el PP recordaron que Elena Valenciano, eurodiputada entre 1999 y 2008 por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), decía que era licenciada en derecho y ciencias políticas, pero no había concluido ninguna de las dos carreras.
El experimento italiano, al margen de los títulos de Conte, va más allá. Sintetiza la otra trama. La del malhumor europeo. En España, Podemos se quedó en eso: podemos. El movimiento de izquierda surgido de las protestas de los indignados pasó a ser un revulsivo social con éxito inicial que después se vio opacado por el protagonismo de su líder, Pablo Iglesias, ahora cuestionado por comprarse un lujoso chalé de 615.000 euros en Madrid. Podemos no cuajó del todo en una sociedad que aplaudió la osadía de los muchachos que acamparon en plan de protesta en la Puerta del Sol, de Madrid, en 2011, pero, en las encuestas, terminó inclinándose hacia otra fracción también surgida del descontento, Ciudadanos, de cuño liberal.
Ambos movimientos rompieron el bipartidismo que imperó desde la muerte de Franco. Lo de España no debería ser más que una transferencia de poder o una señal del deterioro de los partidos tradicionales, como también ocurre en América latina y, más aún, en Estados Unidos con un presidente, Donald Trump, que utilizó la chapa de los republicanos, sin militancia ni pertenencia, para arribar a la Casa Blanca. La semilla del llamado populismo, sea de izquierda o de derecha, germina por dos causas: el creciente apoyo a todo aquello que va contra la corriente y el contagio en los partidos establecidos para no perder adhesiones.
El diagnóstico parece concluyente: reina el hartazgo, hilo argumental de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, otro millonario de izquierda. Algo que no tiene nada malo si uno actúa en consecuencia: cede lo suyo a los más necesitados en lugar de reclamarlo a los demás, empezando por el Estado. Con el dinero ajeno todos somos generosos. Los griegos, hundidos en la tragedia del euro, probaron con Alexis Tsipras, presunto campeón del anticapitalismo que, presionado por las deudas, terminó aplicando las recetas de los conservadores. No es casual, entonces, que el disgusto se traduzca el anhelo de elegir a líderes alfa poco amables con las instituciones, como Trump, Vladimir Putin, Jaroslaw Kaczynski, Viktor Orbán o Recep Tayip Erdogan, según algunos sondeos.
Si en su momento el fantasma era la ultraderecha, envalentonada con el Brexit y con Trump, la amenaza ahora son los gobiernos autoritarios que, sin vulnerar el calendario electoral o fijándolo a su antojo como Nicolás Maduro en Venezuela, atropellan la división de poderes. Los gobiernos no administran la democracia, sino su déficit. Los socialdemócratas, cultores del Estado de bienestar y de la globalización, no pueden salir del atolladero en Italia, España, Grecia, Francia y Holanda. En 2000 dominaban 10 de los 15 gobiernos de la Unión Europea. En 2018, con 28 miembros, quedan Portugal, Suecia, Malta y Rumania. Caso aparte, Eslovaquia, socialista sólo en los papeles.
¿Es un error del sistema o, como observan algunos teóricos, comenzó la era de la posdemocracia, también llamada “democracia iliberal”? De eso hablaba en 1997 el periodista norteamericano de origen indio Fareed Zakaria, convencido de que los países que se democratizaron entre 1974 y 1990 celebraban elecciones periódicas, pero se regían por actitudes poco respetuosas de las libertades individuales y del Estado de Derecho. Siguen haciéndolo. ¿Ejemplos? El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, apodado The Punisher (El Castigador) por el reguero de muertos que ha dejado su lucha contra el narcotráfico, y el de Hungría, Orbán, alérgico a la inmigración, entre otros.
Podemos comenzó a llamar “castas” a los partidos tradicionales por su lejanía del ciudadano de a pie. Iglesias, defensor del régimen de Maduro y de otros populismos latinoamericanos, demostró ser más de lo mismo: haz lo que digo, no lo que hago. En esa esfera, la populista, comulgan tanto la izquierda, enfrentada con los ricos, incluidos los políticos, aunque ellos mismos sean ricos y políticos, como la derecha, nacionalista y contraria a la inmigración. Comulgan aquellos que, en realidad, rompen el molde, más allá de que algunos sean lisa y llanamente antidemocráticos. Con títulos universitarios reales o apócrifos.
Publicado en Télam
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