Los españoles las prefieren rubias
El euro entró en circulación el 1 de enero de 2002, pero los españoles aún conservan 1.672 millones de esa moneda en pesetas
En Salvaterra de Miño, Galicia, cerca de Portugal, sus 9.000 habitantes pagan 166 pesetas por un café, 5.000 por un perfume y 9.800 pesetas por un secador de pelo. No son los únicos: muchos españoles siguen pensando en pesetas y, lo más curioso, atesorándolas. Hasta marzo de 2014 contabilizó el Banco de España el equivalente a 1.672 millones de euros en pesetas sin canjear. Convertidos: 278.198 millones de pesetas, de los cuales 867 millones de euros (144.257 millones de pesetas) se guardan en billetes y 805 millones (133.941 millones de pesetas) en monedas. Tienen tiempo para canjearlas hasta el 31 de diciembre de 2020.
El euro entró en circulación el 1 de enero de 2002. La mayoría de los países de Europa fijó plazos para canjear sus divisas por euros. En Francia venció en 2005. Dos tercios de los españoles confían más en la peseta, llamada rubia, que en el euro, dice Eurobarómetro. Insisten en convertir los precios, por más que tengan que dividir o multiplicar por una cifra tan caprichosa como 166,38. En Villamayor de Santiago, Cuenca, sus 3.000 habitantes también han recurrido a esa suerte de ahorro teñido de nostalgia para sobrellevar la crisis. Lo recaudado por los comerciantes es canjeado por sus asociaciones en la sucursal más cercana del Banco de España.
En España, precisamente, comenzó a llamarse Bin Laden al billete de 500 euros. Todos sabían que existía, pero, como al líder de Al-Qaeda, nadie lo había visto. Era una verdad a medias: ha sido propietario de un billete de esa cantidad o de su primo menor, el de 200 euros, un tercio de los españoles, bastante más que la media europea, según el Banco Central Europeo. Tal vez en honor a la fama adquirida en la península, Osama bin Laden llevaba en sus bolsillos 500 euros en efectivo al ser abatido, el 2 de mayo de 2011, en su madriguera de Pakistán por los Navy Seals; también tenía dos números de teléfono cosidos en la ropa.
Ocho meses después de su muerte, el 1 de enero de 2012, el euro cumplió sin pompa ni ceremonia su primera década en circulación. En el quebranto de Grecia, declarado en 2010, empezó a declinar la ilusión de la divisa que, en los bolsillos de 18 de los 28 países de la Unión Europea, representa el símbolo de la superación de los antagonismos y los nacionalismos que sumieron al continente en las dos grandes guerras mundiales. La canciller alemana, Angela Merkel, quiso ser enfática al afirmar que iba a hacer “todo lo posible para reforzar el euro, pero ello sólo será posible si Europa aprende la lección de los errores del pasado”.
El resurgimiento de la peseta ha sido menos drástico que la decisión de las autoridades de la ciudad de Ventspils, al noroeste de Letonia, de poner en circulación billetes con la imagen de una vaca, llamados vents, para afrontar el trance. En la ciudad italiana de Filletino, cabreados con las medidas de austeridad, se proclamaron principado y lanzaron como moneda el fiorito. Algo similar había ocurrido la Argentina durante la crisis de 2001, con monedas provinciales de nombres tan exóticos como patacón y lecop. En el municipio mexicano de Espinal, los indígenas usan los tumines (túmin significa dinero en lengua totonaca) para regular el trueque.
La peseta pudo dejar de circular, pero no desaparecieron frases como “a quien cuida la peseta nunca le falta un duro”, “duros a cuatro pesetas”, “la pela es la pela” o “mirar la peseta”. El nombre es un diminutivo de peça, término catalán que significa pieza. La acuñaron por primera vez en Barcelona por orden de José I Bonaparte, en 1808. Se adoptó como moneda nacional en 1869 con un valor de cuatro reales o cien céntimos. El peso duro, o duro a secas, equivalía a veinte reales. El doblón sustituyó a los cien reales. Mil billetes de mil pesetas pesaban en 1979 algo así como un kilo. Ergo: un kilo, según la jerga popular, es un millón de pesetas o, mejor aún, de rubias.