Me falta algo: ¡mi hija!
Errar es humano y ser primer ministro británico es divino, aunque David Cameron haya olvidado a su pequeña hija de ocho años en un pub
Nadie es perfecto. Menos aún en el difícil arte u oficio de ser padre. David Cameron olvidó a su hija de ocho años de edad en un pub. Lo advirtió apenas arribó con su mujer, Samantha, a la residencia de Chequers. Estaban Arthur, de seis años, y Florence, de casi dos. Faltaba Nancy. Los Cameron se miraron en silencio, perplejos. Como suelen viajar en dos vehículos por razones de seguridad, el primer ministro británico creyó que la pequeña estaba con su madre y viceversa. Ocurrió en 2012. Era domingo. Habían ido a almorzar con otras dos familias y sus custodios habituales al pub The Plough Inn, en Cadsden, Buckinghamshire, cerca de la casa de campo de los primeros ministros.
Me consuela la distracción de Cameron después de haber dejado de propina en un restaurante a mi propia hija, Macarena, cuando tenía cinco años de edad. Me di cuenta después de haber andado un par de calles. No sé. Noté que me faltaba algo. Me dio un brinco el corazón y corrí a buscarla. Cameron llamó por teléfono al pub y, también, fue a recoger o rescatar a Nancy. En total, la niña pasó un cuarto de hora sin saber qué estaba haciendo en ese sitio sin sus padres. Había ido al baño cuando la familia se disponía a marcharse. Al salir, solita y su alma, les preguntó a los empleados: “¿Dónde están mis padres?”.
Escribió Oscar Wilde: “De pequeños, los hijos quieren a sus padres; de mayores, los juzgan, rara vez los perdonan”. Es lo que ha pasado por las cabezas de las hijas de déspotas y tiranos como las de Stalin, Svetlana Stalina; de Francisco Franco, Carmen Franco; de Fidel Castro, Alina Fernández; del comandante en jefe nazi Heinrich Himmler, Gudrun Himmler, y del criminal de guerra serbio Ratko Mladić, Ana Mladic. En sus biografías, ninguna de ellas ha logrado apartarse de la siniestra sombra de sus padres.
¿Qué hará Nancy cuando sea grande y recuerde el desliz de sus padres? Espero que lo tome a broma, como por ahora Macarena. Durante los fines de semana, Cameron bebe tres o cuatro copas de vino en los almuerzos y, después, se echa religiosamente una siesta y juega tenis contra una máquina llamada The Clegger y videojuegos, de los cuales prefiere Fruit Ninja. Llama chillaxing a esa costumbre de relajarse por completo. Ese domingo se relajó demasiado, quizá tanto como yo aquella noche aciaga. Nunca más, prometo.
Twitter @JorgeEliasInter y @elinterin
Facebook Jorge Elias
Suscríbase a El Ínterin