Perdón: soy de clase media. Mi familia y yo no estamos “hechos”, no “la hicimos bien”, pero todavía somos clase media, perdón. Me avergüenza decir que vivo casi en Recoleta, a dos cuadras de Santa Fé y Pueyrredón. Por suerte, es más Barrio Norte que Recoleta. Igual pido perdón y prometo tratar de volver a ser de clase muy baja, categoría a la que pertenecí hace mucho tiempo y durante varios años.
Confieso que con mi familia tenemos una propiedad privada de 94 metros cuadrados y una laboral de 46.
 
Poseo un auto del año 96 a punto de ser vendido gracias al precio de la cochera, el seguro y el mantenimiento. Por suerte, ya no pago patente por causa de la vejez (del auto). El 95 por ciento de mi vestuario completo proviene de los años 90. Sumando todos mis bienes merezco ser clasificado como un gorila oligarca.

Con orgullo comunico que no voy a Miami desde 1992. Afortunadamente, no puedo ni quiero comprar dólares, y aunque quisiera y pudiera tampoco podría, así que lo que la derecha llama “cepo” no me afectaría. Me arrepiento de haber priorizado el bienestar básico de mi familia antes que el del prójimo. Fui un egoísta que le dio más importancia a su bolsillo que al ajeno. Con vergüenza reconozco que no soy solidario y generoso como tantos funcionarios, dirigentes, predicadores y militantes que sólo hablan de ayudar a la gente, totalmente despojados de ambiciones e intereses personales.

Admito que puede resultar destituyente y reaccionario decir que tengo miedo y siento un gran desamparo ante lo que antes yo mismo llamaba “criminalidad salvaje, protegida, liberada y hasta elogiada por las más altas autoridades”. No lo diré nunca más porque estoy aprendiendo a darle una correcta interpretación política a los hechos tergiversados y magnificados por los intereses mediáticos que responden a los más siniestros poderes de la derecha internacional.

Espero con ansiedad que desde el próximo 8 de diciembre veamos en todas las pantallas de la TV esa pluralidad que nos garantizará una información independiente para todos y todas.

Mea culpa. Así se titula el mail que acabo de leer y que ayer me mandó Ricardo Talesnik. El texto que hoy publicó Clarín, es profundo, irónico, un grito escrito con el talento de alguien que es capaz de hacer una tomografía computada del país. Talesnik tuvo y tiene la sensibilidad y la capacidad intelectual suficiente para descubrir como somos y que nos pasa a los argentinos. Su gran éxito fue “La Fiaca” que supo interpretar tan bien Norman Briski como Fernando Fernán Gomez que la dirigió y protagonizó en Madrid. Pero Talesnik es mucho más que La Fiaca. Supo encontrar en los hábitos, en las grandezas y las miserias cotidianas los insumos para su trabajo de narrador de sueños y pesadillas. De sus dedos y neuronas salieron situaciones costumbristas, tragicómicas, de alta literatura pero que también supieron ser masivas.

No todos los autores, guionistas o los dramaturgos logran eso. Calidad y cantidad es una bendición para pocos. No fue casual que su pieza “Los japoneses no esperan” haya sido dirigida por David Stivel con las actuaciones de Bárbara Mujica y Soledad Silveyra. Desde “La venganza de Beto Sanchez” allá por los turbulentos años 70 hasta la televisión popular de “El Rafa”, “Mi cuñado”o “Pone a Francella”. Se cansó de ganar premios pero como bien lo contó en su correo electrónico le sigue peleando a la vida con la única arma de su honestidad no solo intelectual.

Ricardo Talesnik suele ser oyente de este programa. Tuvo la capacidad profesional de poner en palabras lo que a muchos oyentes les gustaría decir. Por supuesto que no expresa a la totalidad de la sociedad. Tampoco se lo propone. Ricardo Talesnik apenas intenta pintar su aldea y con eso se convierte en universal. Mea culpa se llama esta columna y este texto que Ricardo Talesnik nos regaló. Mea culpa es lo que deberían hacer tantos funcionarios que andan por ahí, meando a la clase media desde Puerto Madero mientras sus periodistas obsecuentes dicen que llueve.