Cuando se escriba la historia del kirchnerismo, el capítulo de Hugo Moyano tendrá un título contradictorio: “Socio y opositor”. Nadie discute que el jefe de la CGT fue el principal sostén del gobierno de Néstor y que, ahora, es el primer opositor a Cristina. El más duro de todos y el único que tiene capacidad de organizar y movilizar una multitud a Plaza de Mayo. No hay ningún partido político que hoy pueda hacer eso. Ese lugar de alternancia está vacante en la Argentina de estos tiempos y eso desnuda una debilidad institucional. Ni radicales, ni socialistas ni macristas aparecen hoy con posibilidades serias de acceder al poder.

No tienen despliegue territorial ni cantidad de afiliados ni candidatos taquilleros y carismáticos que enamoren a las mayorías. La democracia para ser completa, para ser equilibrada y competitiva necesita siempre de alternancia. Hoy hay un vacío en ese lugar. Y ese vacío fue ocupado ayer por Hugo Moyano. Alguien que no es dirigente partidario, que es peronista y que está entrenado en el manejo sindical. Es el único que le puede poner algún límite al oficialismo.

Los diversos partidos opositores han logrado algunos triunfos parciales y menores como frenar la irracionalidad de haber querido consagrar a Daniel Reposo como Procurador General de la Nación. Pero no mucho más. Las mayorías parlamentarias que consiguió Cristina en buena ley le dan una tranquilidad y una solidez que la convierte en casi la única usina política de la Argentina. Tienen toda la cancha libre y una gigantesca avenida para avanzar. El único que puso algunas piedras en ese camino fue Hugo Moyano. Esto demuestra que, por ahora, es muy probable que el próximo presidente salga nuevamente de las filas del justicialismo. Según todas las encuestas será Cristina si consigue forzar la Constitución para habilitar una nueva reelección.

O algún heredero que ella bendiga con su dedo. O Daniel Scioli si decide romper con el cristinismo en las elecciones parlamentarias del año que viene o algún gobernador como José Manuel De la Sota, Juan Manuel Urutubey o Jorge Capitanich y hasta algún intendente como Sergio Massa si los planetas logran alinearse. Esa ausencia de alternativa no peronista fue la que colocó en el centro de la escena y la plaza a Hugo Moyano. Porque reclamó respuestas gremiales por el tema de ganancias y las asignaciones familiares. Pero también denunció dos negaciones obsesivas e incomprensibles de Cristina que la perjudican mucho a ella misma: la inflación y el diálogo. Aunque la realidad le pide a gritos a la presidenta que baje los decibles y converse con los distintos sectores y que deje de ocultar el veneno inflacionario, da toda la sensación que ella seguirá tozudamente en su actitud blindada.

Sus simpatizantes podrán decir: “Mal no le fue” y tendrán toda la razón del mundo. Sobre todo porque después de nueve años de gobierno, el kirchnerismo tiene una gran fortaleza básicamente producto de una soja por arriba de los 520 dólares y la planificación minuciosa de su gestión y del relato que los medios amigos difunden de esa gestión. También porque la presidenta demuestra, mas allá de cierta inestabilidad emocional de los últimos tiempos, que tiene una dimensión de cuadro político muy por encima del resto. Este gobierno recién empieza. Cristina tiene por delante 3 años y medio de administración para consolidar lo bueno y corregir todos los problemas que están aflorando por estos días. Moyano demostró que será quien se los esté recordando todo el tiempo.
 
El que exija que se avance y el que no se someterá a la obsecuencia. Por eso fustigó la soberbia abrumadora de Cristina y le recordó la forma en que el matrimonio se enriqueció en el Sur con la usura mientras la dictadura destrozaba el país y asesinaba miles de militantes. Ese es el nuevo lugar de Hugo Moyano. Seguirá al frente de una CGT dividida y seguramente no reconocida oficialmente. Y, hasta que aparezca algún jefe partidario, que capitalice el desgaste de Cristina, ocupará ese lugar. El de marcar los errores, exigir las soluciones y poner algún tipo de límites a una presidenta que se mueve como si la Casa Rosada fuera de su propiedad y no como una inquilina. Ese fue el saldo de la movilización. No fue un intento de golpe ni un movimiento destituyente como mintieron desde el poder.

Fue el aviso de que ahora hay otro jugador importante en la cancha aunque no tenga ni de casualidad las dimensiones de Cristina. Se llama Hugo Moyano y, por ahora, es el primer opositor.