La vida y la muerte de los Kirchner viaja en una montaña rusa infernal llena de altas cumbres y de profundos pozos. Hay un vértigo informativo fuera de lo común que tiene a todos los argentinos conmovidos entre la gloria y el drama. ¿Cómo no pensar en una película llena de sobresaltos que no da un minuto de tregua a la hora de recorrer la suerte y la mala suerte de esa familia? Es el matrimonio mas singular y exitoso desde el punto de vista político electoral de toda la historia argentina.

Es inédito que ambos miembros de la pareja hayan sido elegido presidentes por el voto popular en elecciones libres. Eso solo ya constituía un record absoluto, el máximo de satisfacción y responsabilidad al que puede aspiran una sociedad conyugal de militantes peronistas de los setenta que soñaron con cambiar el mundo.
 
Pero a eso hay que agregarle que Cristina Fernández se convirtió además en la primera mujer electa y reelecta de la Argentina y de América Latina. Y con el máximo de votos y de diferencia sobre el segundo desde la recuperación de las instituciones democráticas en 1983. Esto solo ya alcanza para que se escriban cientos de libros sobre la vida y obra de los Kirchner. Con críticas y elogios, con blancos y negros. Pero el desgarro hizo su irrupción con la muerte temprana de Néstor Kirchner y eso le dio una dramaticidad muy especial a los últimos tiempos de luto de la presidenta.

El aparato propagandístico empezó a operar con todas las turbinas encendidas con el objetivo de santificar o convertir en mito a un político patagónico astuto, pragmático y con todos los defectos y virtudes de un caudillo peronista tradicional. Ese operativo estaba en marcha con el bautismo de cientos de lugares con el nombre de Néstor Kirchner cuando la presidenta informó que su nuera, María Rocío, la esposa de su hijo preferido, Máximo había perdido un embarazo muy buscado.

Eso sumó un sacudón más sobre la pérdida de su esposo. “Fuerza Cristina” se transformó en consigna oficial y militante y un par de días antes de la primera Navidad de su segundo mandato, la presidenta recibió la terrible noticia de que tiene un cáncer en la glándula tiroides y que tiene que operarse la semana que viene, pedir licencia por enfermedad por 20 días, dejarle la presidencia a Amado Boudou y rezar para que todo salga bien. Otra vez la película circulando a mil por hora, casi sin oportunidad de observar y analizar bien los acontecimientos. Una sucesión de impactos en lo cotidiano de Cristina que van pasando a una velocidad que muchas veces no permite ni siquiera procesar los acontecimientos, elaborarlos, hacer el duelo en el sentido sicoanalítico.
 
Es verdad que todos los especialistas en comunicación dicen que, esta vez, la inquietante novedad se transmitió como corresponde y mandan los manuales internacionales. La salud de una presidenta es un tema de estado. Ayer se hizo con seriedad precisión de cirujano. Con todos los datos necesarios para comprender la gravedad por un lado pero también las inmensas posibilidades que hay de que la presidenta salga bien de la intervención quirúrgica, en las mejores condiciones y sin ningún rastro de ese maldito carcinoma papilar de tiroides ubicado en el cuello. Desde lo político corresponde hacer tres comentarios.

Primero la manera en que el stress feroz que significa manejar un estado puede afectar a los presidentes. En la región lo han padecido o lo padecen Hugo Chavez, Lula, Dilma Rouseff y Fernando Lugo. Es una referencia a tener en cuenta. Segundo que la concentración de poder y la falta de confianza en las estructuras partidarias podría generar algún tipo de chisporroteo que deberá ser controlado con moderación y responsabilidad institucional. Me refiero a que toda operación compleja y delicada como esta, implica un riesgo.
 
Es cierto que los pronósticos son excelentes por suerte pero tampoco hay que negar los riesgos que existen. Y aquí se abre el interrogante sobre Amado Boudou. No representa a nadie. Solo a Cristina, lo que no es poco pero tampoco es suficiente. No es un ex gobernador con poder territorial o un dirigente con gran trayectoria y respaldo dentro del Partido Justicialista. Es un hombre recién llegado al peronismo, en términos históricos, y por eso es mirado con sospecha hasta por el propio hijo presidencial.
 
No es mi intención generar ningún tipo de alarma pero tampoco es correcto silenciar los caminos de cornisa que se pueden llegar a transitar. Es solo una advertencia para que todos nos preparemos para fortalecer las instituciones y para que nada nos tome de sorpresa. El tercer tema es la relación de una presidenta viuda y con cáncer y la critica. Hablo tanto de los opositores como de los periodistas.

La investidura presidencial ya nos obliga a ser firmes pero respetuosos. Ahora lo que se debe hacer es redoblar ese gesto. Más rigurosidad y mas respeto a la hora de criticar a la presidenta. Pero que esta situación dolorosa, preocupante y desgraciada no actúe como un silenciador porque la vida democrática de intercambio de opiniones e ideas, de coincidencias y disidencias no debe congelarse por ningún motivo. La democracia es un ser vivo que se nutre de la diversidad todo el tiempo. Finalmente y sin entrar en comparaciones que siempre son odiosas, esa película caudalosa que es la vida de Cristina y que tiene algunos puntos de contacto con Evita nos dice que la presidenta tiene un cáncer. Igual pero distinto que Evita, es verdad.
 
Para el final una expresión de deseo: el odio y el resentimiento hicieron que algún malnacido haya pintado en su momento sobre una pared la siguiente leyenda: “Viva el cáncer”. Hoy todos hemos aprendido que en la suerte de cada uno de nuestros líderes políticos está la suerte de todos los argentinos. Por eso propongo pintar en el aire de esta radio otra consigna que como expresión genuina de deseo diga: “Muera el cáncer”