Pegar donde más duele
El Estado Islámico se vale de las técnicas de comunicación más modernas para amenazar sin escrúpulos a aquellos que no acepten su demencial interpretación del islam
El Estado Islámico (EI) martilla donde más duele. La espeluznante decapitación del periodista Steven Sotloff, difundida por las redes sociales con más prudencia y respeto que la de su colega James Foley, retrotrajo a los norteamericanos a 1993. Entonces, la imagen del cadáver desmembrado de un soldado arrastrado por las calles de Mogadiscio, Somalia, llevó a demócratas y republicanos a jurar que nunca más iba a comandar sus tropas “un Boutros Boutros-Ghali”, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El helicóptero de los cascos azules había sido derribado por los rebeldes del general Mohamed Farah Aidid, luego presidente.
Bill Clinton ordenó la vuelta a casa de los suyos. Somalia, desahuciada por la comunidad internacional, continuó desangrándose por el integrismo, la piratería y los señores de la guerra. Aquella derrota de los Estados Unidos, comparada una y mil veces con la sufrida en Vietnam, impidió que movieran un dedo frente al genocidio en Ruanda, desatado un año después. Barack Obama, destinatario de las amenazas con acento británico previas a las ejecuciones de Sotloff y Foley, se plantea ahora qué hacer frente a un mundo que, como ocurrió con los afanes expansionistas de Rusia en Ucrania, premia el cinismo y sanciona la mesura.
Al-Qaeda, sabiéndose en inferioridad de condiciones contra ejércitos convencionales, apunta desde 2001 contra los medios de transporte, émulos de las caravanas que asaltaba Mahoma. Los utilizó como armas en los Estados Unidos, cuando demolió las Torres Gemelas, y como trampas en España y Gran Bretaña, cuando atentaron contra el tren y el metro. La guerra contra Irak contribuyó a fundamentar las masacres en Madrid y Londres por la participación de tropas españolas y británicas en ella, pero no fue más que la pantalla de una campaña precipitada por un factor clave: la dispersión del régimen talibán en Afganistán.
Desde entonces, Al-Qaeda perdió su base logística. Su estructura, diseminada por Osama bin Laden en no menos de sesenta países, comenzó a operar en forma descentralizada. En Londres, llamada Londonistán por haber acogido militantes islámicos perseguidos en Siria, Arabia Saudita, Afganistán y Pakistán, entre otros países, no alcanzó la asignación de las tres cuartas partes de los recursos del MI5, la agencia de seguridad interna, para la lucha contra el terrorismo. Con la guerra contra Irak cobró relevancia otro líder de Al-Qaeda, Abu Musab al-Zarqawi, de pulso firme frente a la cámara cuando decapitó a Nick Berg, empresario norteamericano secuestrado en Bagdad en 2004. Lo mismo hace el EI, despegado de Al-Qaeda.
La tendenciosa interpretación de los textos sagrados lleva al EI, así como a Al-Qaeda mientras estaba en su apogeo, a fijarse como meta la reconstrucción de un pasado mítico, ideal del salafismo. Mahoma, el enviado de Alá, enfrentaba en inferioridad de condiciones a los paganos de La Meca en pos de la sociedad islámica perfecta. La muerte o la sumisión eran las únicas alternativas de un enemigo que, como los Estados Unidos, se presumía poderoso. En ese contexto, dominado por la devoción ciega y la ceguera ideológica, el combatiente, luchador de la fe o terrorista a secas no espera más recompensa que vencer y, de ser necesario, convertirse en mártir.
No tiene indulgencia. Tampoco celebra la victoria. Exhibe la debilidad del enemigo. Las amputaciones, las lapidaciones, las flagelaciones, las ejecuciones sumarias y las crucifixiones son parte del plan. Con sabr (paciencia), dando golpes calculados, el EI procura mostrarse fuerte en su territorio, el paisaje árido en el que fueron asesinados Sotloff y Foley. Uno de los suyos decapitó a un peshmerga (soldado kurdo) frente a una mezquita de Mosul. Muchos se fotografiaron con la cabeza en las manos como si fuera un trofeo. Pretendían infundir pánico, como sucedió con el cadáver de aquel soldado abatido en Somalia. Es lo único que lograron.