Cuando oye hablar de Leopoldo López, privado de la libertad desde febrero de 2014 y condenado a 13 años de prisión, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, frunce el ceño y procura establecer una sutil diferencia entre preso político y político preso. Lo llama político preso. En la cabeza del sucesor del difunto Hugo Chávez, reencarnado en un pajarito, no cabe la posibilidad de que en su país haya un solo preso político o de que se violen los derechos humanos. Se trata, como el juego de los dispositivos móviles Pokémon Go, de otra vileza de “la cultura de la muerte que ha creado el capitalismo”.