Primavera alfonsinista
El 30 de octubre no es un día cualquiera en la historia argentina en general ni en la del radicalismo en particular. Hace 29 años, un día como hoy, el pueblo consagraba presidente de la Nación a Raúl Alfonsín con el 51,75% de los votos. Es un día histórico por donde se lo mire.
El 30 de octubre no es un día cualquiera en la historia argentina en general ni en la del radicalismo en particular. Hace 29 años, un día como hoy, el pueblo consagraba presidente de la Nación a Raúl Alfonsín con el 51,75% de los votos. Es un día histórico por donde se lo mire.
Primero porque con ese ejercicio maravilloso de la soberanía popular salimos definitivamente del terrorismo de estado e ingresamos en el período democrático mas prolongado de la historia moderna. Con ese solo argumento alcanza para justificar largamente el adjetivo de histórico. Los jóvenes del radicalismo festejaron en las calles con un grito que lo decía todo: “Somos la vida, somos la paz”.
Era la contracara exacta del infierno de los crímenes de lesa humanidad que habíamos padecido desde el 24 de marzo de 1976. Aquella primavera alfonsinista restituyó las libertades, condenó a las Juntas Militares en un juicio sin antecedentes en el mundo y lo hizo cuando los sectores más fascistas de las fuerzas armadas todavía tenían un gran poder de fuego y de daño.
Un día como hoy, la fórmula Alfonsín-Martínez cosechó 7.724.559 votos y superó al peronismo que logró poco menos de 6 millones de votos con el binomio Luder-Bittel. Nunca antes el peronismo había perdido una votación presidencial. Eso también le dio más épica al triunfo de Alfonsín. Entonces se creía que el peronismo era imbatible. Es que Alfonsín fue quien mejor interpretó las demandas sociales de la época. Y quien demostró una trayectoria impecable.
Fue defensor de presos políticos, co-fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el único político de relevancia que no se comió el amague nacionalista de Galtieri en Malvinas y como si esto fuera poco, se transformó, por olfato popular y respeto a los mas humildes, en el mas peronista de los radicales. Eso si, denunció el pacto sindical-militar y de esa manera señaló los aspectos corporativos y antidemocráticos que también existían en la estructura justicialista.
Tal vez Alfonsín siempre tuvo presente la impronta casi anarquista de don Crisólogo Larralde que después de conmoverse por las marchas populares del 17 de octubre escribió aquello de “ayer he visto pasar a mis hermanos”. Alfonsín vivirá eterno en el alma de la República. Se convirtió en el padre de la democracia recuperada. Tuvo coraje para renovar y cambiar su partido y para apostar a las grandes mayorías.
Muchos de sus correligionarios quisieron hacer el acto de cierre de campaña en la cancha de River. Ya era todo un desafío llenar el estadio. Pero el dijo que si no metían medio millón de personas en la 9 de Julio, al lado del Obelisco, no podían ser gobierno. Y allá fueron. Movieron cielo y tierra y las crónicas dicen que hubo alrededor de un millón de personas.
El acto del peronismo también tuvo una masividad extraordinaria pero quedó en la memoria colectiva por un gesto de Herminio Iglesias que fue un tiro por la culata: quemó un féretro con el escudo de la Unión Cívica Radical. Era justamente todo lo contrario de esa vida y esa paz que la inmensa mayoría de los argentinos quería. Ahora que el radicalismo viene de hacer un foro con todos sus dirigentes porque está buscando su destino, un día como el de hoy puede actuar de faro.
Aquellos días de gloria y de romance con el pueblo y la juventud bien pueden ser el espejo donde mirarse. Aquel gallego tozudo y profundamente democrático utilizó por primera vez con David Ratto la publicidad política profesional. El escudo argentino con las siglas “RA”, el saludo tomándose las manos al lado de su rostro, ese concepto aristotélico del “estoy persuadido” y el rezo laico del preámbulo de la Constitución Nacional que conmovió hasta los huesos a todo el país.
Eran tiempos en que un texto tan simple como el preámbulo era revolucionario. Tal vez hoy lo siga siendo. Nos llama a constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.
Hoy se cumplen 29 años de aquel triunfo electoral que le dijo Nunca Más a los golpes de estado. Esa utopía del preámbulo sirvió para sepultar para siempre a todas las dictaduras. Tal vez también nos ayude a parir el país que soñamos.