Prohibir el odio
Un fragmento de esta columna integra el libro Arroyo y Suipacha: esquina del alma que editó la embajada de Israel a 20 años del atentado.
Un fragmento de esta columna integra el libro “Arroyo y Suipacha: esquina del alma” que editó la embajada de Israel a 20 años del atentado.
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- Papá, ¿Por qué me trajiste a esta plaza?
- No hijo.... esto no es una plaza.
- ¿A no? ¿Y esos árboles? ¿Y esos pájaros? ¿Y esa especie de lago que rodea este inmenso espacio vacío?
- Tenes razón, hijo. Parece una plaza pero no es una plaza. ¿O no ves que no hay hamacas ni toboganes?
- No entiendo... pá.
- Vení... vení ...hijo, dame la mano. Vení... caminemos juntos por esta plaza que no es una plaza y yo te explico. Este es un lugar para mantener viva la memoria. Vos no te podes acordar porque hace 20 años todavía no habías nacido, pero aquí, en este lugar, la embajada de Israel desapareció de la faz de la tierra. Si... si algo parecido a lo que pasó en las Torres Gemelas en Nueva York: sin aviones pero con el mismo odio.
Uno va caminando lentamente de la mano con su hijo y es como si recorriera esos gigantescos descampados a los que quedaron reducidos algunos de los más tristemente célebres campos de concentración del nazismo. Uno camina por el silencio y hace equilibrio en el aire mientras siente que se le adhieren al corazón dolores interminables que le estrujan el pecho. No es para menos. Aquí en este suelo porteño de Arroyo y Suipacha hace 20 años había 29 vidas que ya no están.
Aquí hace 20 años se cometieron 29 asesinatos en un segundo. Porque todo tardó un segundo. El tiempo que uno tarda en pestañear les alcanzó a los asesinos masivos para terminar con la vida de 29 personas. La pentrita y el TNT hicieron estallar la vieja casona por los aires y millones de pedazos de la embajada de Israel volaron como papeles quemados que luego bajaron hecho polvo y escombros para sepultarlo todo.
Nadie entendió porque el mundo se cayó encima de esos 29 seres humanos.
¿Quien se atribuye el poder sobrenatural de decidir quienes deben morir y quienes no? ¿Quienes son los fanáticos terroristas que arrancaron para siempre la respiración de 7 viejitas que sobrevivían sus últimos días en el hogar que está al lado de la parroquia, al frente de la embajada? ¿Eran concientes que había 200 chicos en la escuela? ¿Supieron qué mataron al cura párroco? ¿Tendrán conciencia o el odio les clausura la sensibilidad eternamente y los convierte en robots, talibanes y blindados?
Hace 20 años que Buenos Aires se transformó en Manhattan o en Kabul o en Atocha o en Beirut. El corazón de esta ciudad desarmada y con la guardia baja fue apuñalado por la espalda. Fue el anuncio brutal de todo el terror que se venía en una Argentina que ya no sería la misma. Porque dos años después la tragedia se multiplicó en la AMIA. Otro anuncio: el olvido es el primer paso hacia la impunidad y la impunidad es una tragedia que vuelve.
Hoy no hay un solo responsable. No hay culpables. Ni un detenido ni una pista. Nada. Solo duelo y luto. La causa judicial está tan muerta como aquellas 29 personas que mató la bomba. No sabemos pero sospechamos que tipo de fascista puso la bomba. Pero si sabemos quien mató la causa. Los que no investigaron. Los que trataron el tema con desidia, negligencia, desprecio por el dolor, falta de voluntad política y también - porque no decirlo - con complicidad.
Pero la luz inevitablemente triunfará sobre las tinieblas. Igual que hace 2.000 años cuando fue destruido el templo de Jerusalem y quedó intacto el candelabro de siete brazos. Igual que hace 20 años cuando se arrodillaron las paredes de la embajada pero quedó intacta la gigantesca araña que iluminaba el salón principal. Milagros de la luz en su doble condición de dar vida, dar a luz y de encontrar la verdad, echar luz, iluminar algo, descubrir.
La esperanza de justicia es lo último que se pierde. Mientras tanto las lágrimas del dolor se empecinan en tatuarse en nuestros brazos como los crueles números del holocausto.
- Papi, te quedaste callado. Se te humedecieron los ojos. ¿En que estabas pensando?
- No... nada, hijito. Pensaba si entendiste porque esto es mucho mas que una plaza?
- Si Papá. Creo que entendí: es como un jardín donde crece la memoria. ¿No?
Exactamente eso. Un jardín de la memoria donde crece la vida y donde la muerte y el odio tienen prohibida la entrada por los siglos de los siglos... Amén.