El temblor en sus manos. La voz entrecortada. Las pausas. El gesto nervioso para acomodar los anteojos.
Mientras anunciaba la absolución de los trece acusados por el secuestro de Marita Verón, se notaba que algo incomodaba a Norma Díaz Volache, la secretaria de la sala II de la Cámara Penal de Tucumán.
La secretaria contó que la emoción del momento la había sobrepasado.
Susana Trimarco, la mamá de Marita, había soportado un juicio de diez meses, y cuatro horas de espera para la lectura de la sentencia; a ella, el tribunal integrado por tres hombres, no le procuró aquella tarde siquiera la comodidad de una silla.
A lo largo del juicio había tolerado que Hernán Molina, el abogado de tres regentes de burdeles, dijera que Marita se había ido de su casa hace más de una década para ejercer la prostitución en la provincia de Córdoba, como resultado de una decisión soberana sobre su cuerpo. Que se había ido y había dejado a su hijita Micaela (que hoy tiene 14 años) abandonada.
Los testimonios más importantes, en los que Trimarco confiaba para obtener una condena, fueron aportados por mujeres que escaparon de las mismas redes de trata y de los mismos prostíbulos en los que dijeron haberse cruzado con Marita.