Relaciones peligrosas
En momentos en que el ex presidente Nicolas Sarkozy pretende convertirse en el salvador de la derecha francesa, el pasado parece confabularse en su contra
Nunca un ex presidente de Francia había sido detenido en dependencias de la policía judicial para ser interrogado por delitos tan graves como el tráfico de influencias y la violación del secreto de instrucción. Siempre hay una primera vez. Le tocó a Nicolas Sarkozy e intentó defenderse con uñas y dientes. Tildó al proceso de “grotesco” y “humillante”, pero los ataques contra su sucesor socialista, el presidente François Hollande, y el primer ministro Manuel Valls no hicieron más que ahondar las sospechas sobre su dudoso proceder mientras ejercía el gobierno. Las denuncias incluyen contraespionaje a la policía o propuestas de soborno a un juez.
La presunta financiación irregular de la campaña electoral de 2007, que lo llevó al Elíseo, involucra al ex dictador libio Muamar el Gadafi, liquidado por los suyos el 20 de octubre de 2011 con la curiosa y paradójica venia de Occidente. Quizá para no destapar la lata gusanos, como suelen llamarse los secretos bien guardados. Tan bien guardados que suelen ser llevados a la tumba.
En Francia, las campañas electorales tienen financiación pública. Sólo pueden recibir hasta 7.500 euros los partidos y 4.600 los candidatos en concepto de donaciones. Sarkozy, comensal frecuente en la mansión de la heredera del imperio cosmético L’Oréal, Liliane Bettencourt, desde que era alcalde del suburbio parisino de Neuilly-sur-Seine, creía que pretendían calumniarlo cuando surgieron los primeros indicios de haber obtenido dinero non-sancto para su candidatura. Lo absolvieron en 2013.
Durante toda campaña, el dinero entra y sale tan rápidamente de los bolsillos del comité de campaña que es imposible seguirlo. No es la primera vez que el marido de Carla Bruni se ve en apuros por su relación con el establishment. Es amigo de Martin Bouygues, dueño y señor de la construcción, y de Henri de Castries, presidente de un grupo asegurador, así como de Liliane Bettencourt. La heredera del imperio L’Oreal resultó ser la mayor damnificada en Francia del financista Bernard Madoff, condenado a 150 años de prisión por embaucar a un sinfín de incautos en miles de millones de euros.
En 2012, el político conservador atribuyó su derrota a la crisis económica, no a los escándalos que salpicaron su mandato. En sus planes figuraba ahora un regreso triunfal para salvar a su partido, el conservador Unión por un Movimiento Popular, de la extrema derecha inspirada por Marine Le Pen y su Frente Nacional en coincidencia con la abrupta caída de la popularidad de Hollande. Demasiado fuerte ha sido el golpe para salvarse a sí mismo.
Sarkozy creó malestar antes de ser elegido presidente con su presencia en el yate de Vincent Bolloré, emprendedor en sectores tan diversos como la energía, los puertos y los plásticos. El dilema entre la política y el dinero empezó a tender trampas en los años setenta. El primer ministro japonés Kakuei Tanaka fue derrocado debido a contribuciones ilegales de la compañía aeronáutica norteamericana Lockheed. En boca de Tito Livio, “vincere scis, Hannibal, victoria uti nescis”. Traducido: “Sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar tu victoria”.