Mañana se cumplen 163 años de la muerte de don José de San Martín. Por lejos es el argentino más grande de todos los tiempos. Para mi es el padre de la Patria. Por eso hoy lo necesitamos más que nunca. ¡Que bien que nos vendría en estos tiempos de cólera y twitter su sabiduría y su coraje patriótico! Que bien que nos vendría que bajara del bronce o se escapara de los libros para darnos cátedra de cómo ser un buen argentino sin perseguir a nadie ni sembrar el odio entre los hermanos. Porque todavía vive en el corazón de los argentinos. Porque todavía lo necesitamos para recuperar la confianza en nosotros mismos.

San Martín, al revés de los gobernantes actuales, era austero y honrado hasta la obsesión. Incluso le hizo quemar a su esposa Remedios los fastuosos vestidos de Paris que tenía porque decía que no eran lujos dignos de un militar. Manejó cataratas de fondos públicos y murió sin un peso. En su testamento se negó a todo tipo de funerales. La muerte lo encontró en el exilio, casi ciego, muy lejos de Puerto Madero en todo sentido. Permítame un comentario dolorosamente irónico: igual que ahora, ¿No? Usted me entiende.

Don José de San Martín fue un ejemplo de rectitud cívica en tiempos de traiciones, corrupción y contrabando. Enseñó a no discriminar predicando con el ejemplo: creó el regimiento número 8 de los negros y después les dio la libertad tal como se los había prometido a sus queridos faluchos.

Estamos hablando de alguien que como primer acto de gobierno en Perú aseguró libertad de prensa y decreto la libertad de los indios y de los hijos de esclavos y encima redactó el estatuto provisional, un claro antecedentes de nuestra Constitución tan humillada durante demasiado tiempo. Su gran preocupación fue no concentrar el poder y por eso creo el Consejo de Estado y se preocupó para que el Poder Judicial fuera realmente independiente. Repito, insisto: Igualito que ahora ¿No? Igual que muchos de nuestros últimos gobernantes que solo se preocuparon por apretar a cuanto periodista dijera alguna verdad, por aspirar a la suma del poder público eternamente y por manipular la justicia hasta ponerle la camiseta partidaria.

Por eso, cuando nombro a San Martín me pongo de pié y lo venero. Y creo que hoy más que nunca nos puede servir cómo mensaje de unidad en esta Argentina con fractura expuesta. Porque San Martín vive eterno en el corazón de su pueblo. Grande entre los grandes. Es el argentino mas amado por los argentinos.

Que bien que nos vendría ahora ese San Martín convencido de que la educación era la forma mas profunda de soberanía. Decía que la educación era más poderosa que un ejército para defender la independencia. Es que San Martín era un militar y un guerrero de una capacidad extraordinaria.
 
Pero también un demócrata cabal. El principal lema de la Logia Lautaro que el redactó dice textualmente: “No reconocerás como gobierno legítimo de la patria sino a aquel que haya sido elegido por la viva y espontánea voluntad del pueblo”. Las maestras del primario siempre nos recordaron que jamás desenvainó su sable contra sus hermanos ni por razones políticas y eso que varias veces se lo ordenaron. Disciplina si. Obediencia debida no. En una carta que le mandó al caudillo santafesino Estanislao López que convendría leer en voz alta a nuestros hijos un par de veces al año le dice: “Divididos seremos esclavos”. Justo hoy que estamos tan enfrentados, tan fragmentados como sociedad. Su entrega hacia los demás se puede llevar a la cumbre de la cordillera cuando la cruzó a lomo de mula, en caballo o en camilla en la más grande epopeya americana que se recuerde.

Respeto por la libertad de expresión, independencia de poderes, austeridad republicana, honradez a prueba de bala, coraje y estrategia y un profundo amor por una patria de todos y para todos.

Es el padre de la patria y nosotros, sus hijos, debemos honrar su memoria tratando de multiplicar sus valores y de construir una Argentina a su imagen y semejanza. Llegó la hora de ponernos de pié. Ya pasaron 163 años de su muerte y la patria ya cumplió sus 200 años .Tenemos que hacernos cargo y juramentarnos. Es la ley de la vida. Sin nuestro padre tenemos que construir una patria justa para nuestros hijos.

Para reafirmar nuestra identidad y para que siga sembrando utopías libertarias en el seno de nuestro pueblo y por todos los rincones de nuestra bendita Argentina. Para que nos siga iluminando aún en los momentos más oscuros. Para que nos siga uniendo en el medio de tanta división.