Ayer fue el día más glorioso de la vida política de Cristina Fernández de Kirchner. El voto popular la colocó en la cima del reconocimiento. Ningún presidente llegó tan alto desde el retorno de la democracia en 1983.
 
Nadie concentró en su persona tanto poder. No solamente porque fue respaldada por más de 11 millones de argentinos ni porque superó el porcentaje logrado por Raúl Alfonsín o porque sacó la mayor diferencia con el segundo. Cristina vuela en su imagen positiva y logró establecer un romance con la mayoría de sus compatriotas que son optimistas hacia el futuro. Confían en ella para mantener todo lo bueno que se logró y para enfrentar las turbulencias que puede generar la crisis económica internacional.

A partir de ahora comienza una nueva etapa en el país. La soberanía popular del sufragio saldó muchos debates y polémicas. Hay que barajar y dar de nuevo. Plantear las críticas como corresponde. Enriquecer el debate marcando los errores con honestidad intelectual. Pero con un profundo respeto por el pronunciamiento ciudadano.
 
Eso es lo que haremos. Quienes apostaron sus ilusiones a Cristina establecieron una luna de miel con ella y merecen toda la consideración. Eso no significa que no se pueda marcar las diferencias o advertir sobre posibles equivocaciones. Es lo que corresponde. Pero sin dejar de tener en cuenta el inmenso crédito que nuestros compatriotas le dieron a la primera mujer electa y reelecta presidenta de la Nación.

Cristina controlará total o parcialmente a los gobernadores, al Congreso de la Nación, a amplios sectores de la justicia, la CGT y la CTA oficialista, los movimientos sociales, la UIA y hasta la Mesa de Enlace que fue desflecada y que en algunas de sus entidades está en franca transición hacia establecer mecanismos de diálogo y mutua colaboración con el gobierno nacional. Esta es la verdadera dimensión del poder acumulado por Cristina. Casi la suma del poder público. Porque además lidera el único partido con despliegue y anclaje en todo el territorio nacional. Incluso con el peligro de pasar de ser un partido dominante a un partido hegemónico o un partido único. Tiene sus grandes riesgos por ausencia de alternancia, equilibrios y controles, pero no hay nada ilegal en eso mientas se construya con votos y atendiendo las demandas populares.

La presidenta quiso, supo y pudo establecer una relación directa con la gente. A través de sus discursos televisados se vinculó con los ciudadanos, sin intermediaros y haciendo campaña permanente con su gestión. Por eso no le debe nada a nadie. No tiene compromisos con ningún sector. Tiene las manos libres para conducir el barco hacia donde ella quiera. La gran incógnita radica, precisamente, en vislumbrar cual será el rumbo que ella le imprimirá al próximo mandato. ¿Cuál será la dirección y la velocidad que tomará su proyecto con semejante cantidad de combustible? En los dos primeros discursos de esta nueva realidad, empezó bien. Con un tono conciliatorio, sin ningún tipo de agresión ni chicana.
 
Llamó a la paz y a la concordia y hasta se dio el lujo de retar a sus militantes cuando silbaron o abuchearon los apellidos de los dos únicos dirigentes opositores que quedaron en pié: Mauricio Macri y Hermes Binner. Cuando los cantitos la emprendieron contra el actual vicepresidente Julio Cobos y lo acusaron de traidor, la presidenta los llamó a silencio y les dijo que ahora mas que nunca debían mostrar su grandeza. El eje de sus intervenciones fue el llamado a la unidad nacional. Varias veces convocó a comportarse con patriotismo, a deponer vanidades y peleas mezquinas. Y en todo momento repitió que la construcción de todo lo que falta debe hacerse sin odios ni rencores.

Y ese es el sueño de la inmensa mayoría del pueblo. Cerrar las brechas de agresiones que se abrieron. Cicatrizar las heridas de los enfrentamientos y edificar algo nuevo. Siempre en beneficio de los hermanos que mas necesitan. Con hambre cero. Con mas trabajo, hospitales, escuelas y universidades y más fábricas produciendo. Pero también con menos corrupción de estado, con más diálogo y menos peleas. Pero sobre todo, como dijo la presidenta: sin odios ni rencores. Y lo dijo en el día más glorioso de su vida política. En la cima de sus ambiciones. Ojalá se cumpla.