Llegó la hora del balance. Este 2010 fue uno de los años de mayor intensidad política. Pasó de todo y a gran velocidad. Arrancó con el culebrón que se llevó a Martín Redrado del Banco Central y lo depositó en la primera fila del acto donde Eduardo Duhalde lanzó su candidatura presidencial la semana pasada. Termina el año con el gobierno acusando sin pruebas a Eduardo Duhalde de ser el culpable de todos los problemas sociales que afloraron y que el gobierno de Cristina no supo, no quiso o no pudo resolver. Pasan los días y no hay un solo indicio serio que vincule a Duhalde con el asesinato de Mariano Ferreyra, o la violencia desatada en Villa Lugano, Villa Soldatti y Constitución. Sin embargo el gobierno confundido solo transmite confusión y deja en evidencia una incapacidad manifiesta para prevenir, diagnosticar y remediar estallidos que surgen del corazón mismo de los barrios más pobres y peronistas.

Pero hemos hecho una descripción solo del comienzo y el final del año. Al medio fue mucho más dramático y revelador todavía. En los primeros meses la imagen positiva de la presidenta Cristina Fernández fue aumentando con firmeza producto de varias medidas positivas. Empezó a sentirse en el humor social el impacto de la asignación para hijos de desocupados y trabajadores en negro que es la mayor transferencia de recursos de los últimos tiempos desde los que más tienen a los que menos tienen. No hay que olvidar el furor del consumo que se incrementó en el transcurso del año. Tal vez eso explique una parte de la explosión de masividad y alegría que se expresó en los festejos por el Bicentenario. Fue la fragua de las encuestas que dejaron de hablar de un gobierno en retirada como pareció después de la derrota electoral de junio del 2009.

Empezaron a decir que el kirchnerismo se acercaba al número mágico del 40% que con una diferencia de 10 puntos le permitiría ganar en primera vuelta. También planteaban que si el candidato hubiera sido Néstor Kirchner hubiesen perdido en el balotaje contra cualquier rival. En eso estaba la discusión que fragmentaba y ponía a la defensiva a la oposición cuando un asesinato de un militante popular a manos de una patota sindical de un gremio vinculado al oficialismo alteró todo de golpe. Siempre un crimen político es un terremoto para cualquier gobierno. Y el de Mariano Ferreyra no fue la excepción. Fue tan fuerte el sacudón que todos aseguran que el propio Néstor Kirchner murió muy angustiado por esa situación y que hizo hasta lo imposible para esclarecer lo que había ocurrido. Esta muerte, la de Kirchner, sacudió mucho más el escenario.

Lo alteró totalmente. Obligó a barajar y dar de nuevo. Porque Néstor Kirchner era el eje alrededor del cual giraba la política tanto para apoyarlo con pasión como para criticarlo con dureza. Su muerte dejó huérfanos a ambos sectores. Su entierro multitudinario con fuerte presencia de militancia juvenil fue el comienzo de un operativo que intentó canonizar a un caudillo que despertó fanatismo entre sus adoradores y detractores y abrió una herida de convivencia entre los argentinos que será difícil de suturar. Néstor entró a la historia grande como un enigma que por los años de los años levantará polémicas y debates furiosos porque construyó su poder con las dos manos y tanto arriba como debajo de la mesa. Sumó con la izquierda a sectores vinculados a los derechos humanos y a los artistas populares y con la derecha a punteros del más salvaje y rústico pejotismo clientelar.

Supo interpretar y aprovechar los vientos económicos de la historia y algunos de sus amigos más cercanos hicieron negociados que la justicia está investigando como casos de corrupción. Los más emblemáticos tienen nombre y apellido: Ricardo Jaime y Hugo Moyano. El luto y la entereza ante el dolor fortalecieron en forma impresionante a la presidenta Cristina que recibió un gran respaldo que pudo ser medido en una imagen positiva que para algunos la transformaba en electoralmente invencible. Pero estamos en Argentina y siempre hay sorpresas e imponderables.

Los sucesos de Soldatti, Lugano y Constitución dejaron al descubierto dos cosas muy graves para el oficialismo: la descarnada presencia de la exclusión social llena de urgencias que las estadísticas tienden a ignorar y ciertas dudas y equivocaciones a la hora de enfrentarse con algo sorpresivo que no venía desde los enemigos naturales del gobierno como Clarín, el campo, Macri o Duhalde. La falta de capacidad para resolver con claridad esta encrucijada otra vez le hizo bajar algunos puntos a la presidenta en la intención de votos y sembró nuevamente muchas dudas. Faltan 10 meses para las elecciones. En Argentina es una eternidad. Ni siquiera sabemos si Cristina va a ser candidata. Puede pasar cualquier cosa. Hay que esperar sin desesperar.

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