Donald Trump demostró una vez más que no distingue entre aliados y contendientes. O peor aún: desautoriza a supuestos aliados como la canciller Angela Merkel, acusando de Alemania de ser “cautiva de Rusia” por su dependencia energética, y se deshace en alabanzas a contendientes declarados como el líder norcoreano Kim Jong-un, envalentonado con sus ensayos nucleares. Trump se siente más identificado con ese estilo, el autoritario, también representado por Vladimir Putin y Recep Tayip Erdogan, o, en virtud de su experiencia en el mercado inmobiliario, prefiere perjudicar al vecino en lugar de favorecerlo.

En Bruselas, durante la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Trump fustigó a sus supuestos aliados con una exigencia: que dupliquen su gasto en defensa. Que eleven el aporte del dos por ciento del PBI, inalcanzable para muchos, al cuatro por ciento. Sólo ocho de los 29 países miembros contribuyen con el dos por ciento mientras Estados Unidos destina el 3,6 por ciento. La coyuntura no ayuda: algunos gobiernos tienen más asuntos internos que resolver que guerras por librar, más allá de intervenir en Irak, capacitando militares, o de lidiar con el Daesh, ISIS o Estado Islámico en otros confines.

El origen de la OTAN se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, los gobiernos de Francia y de Gran Bretaña firmaron el Tratado de Dunquerque. La sombra de Alemania aún acechaba en el horizonte. Una vez disipada, otra sombra comenzó a ganar estatura. La de la Unión Soviética. En Washington, el 4 de abril de 1949, iba a cobrar forma esa alianza de países que permite represalias, "incluyendo el empleo de la fuerza armada para restablecer y asegurar la seguridad en la región del Atlántico Norte", en caso de que resulte agredido unos de sus miembros. La Guerra de Corea, iniciada en 1950, terminó de moldearla.

Más allá del reclamo, aparentemente equitativo, las ganancias que Estados Unidos puede obtener en el corto plazo desvirtúan su imagen, atravesada por una irrigación masiva de inquietud en los gobiernos y en los mercados cada vez que Trump lanza sus dardos. Es decir, todos los días, incluidos domingos y feriados. La agenda no se agota en la OTAN. La ruptura del acuerdo con Irán y del acuerdo de París sobre cambio climático, así como sus drásticas medidas contra los inmigrantes y la pretensión de liquidar el Obamacare, entre otras decisiones controvertidas, ahondan la brecha.

En medio del dolor de cabeza que provoca el Brexit, Trump intenta ahora reformular la política de defensa y de seguridad de Europa. Wall Street premió sus arengas después de haberle bajado el pulgar por la imposición de aranceles a los productos chinos y recibir un castigo recíproco del régimen de Xi Jinping. En ese juego, el de la negociación agresiva, se mueve a sus anchas a pesar de las inconsistencias de algunos de sus argumentos, de la hostilidad con sus presuntos aliados y de la simpatía con sus contendientes declarados. Lo importante, parece, no es la imagen, sino el beneficio de inventario. Pan para hoy.

Jorge Elías

Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
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