Cuando todo parecía calmarse después de los escándalos desatados por las intromisiones de Vladimir Putin y de WikiLeaks en las presidenciales de los Estados Unidos, el FBI desató otro vendaval. Su director, James Comey, aportante en las últimas campañas republicanas, anunció que investiga nuevos correos electrónicos que comprometerían a Hillary Clinton. Surgieron de una pesquisa paralela, la de Anthony Weiner, ex congresista demócrata y marido en trámite de separación de Huma Abedin, persona de máxima de Hillary en el Departamento de Estado y en la campaña electoral. Weiner fue descubierto tres veces por su ex esposa enviándoles fotos suyas en paños menores a sus admiradoras por las redes sociales y el correo electrónico. En su teléfono móvil descubrió ahora el FBI correos electrónicos con información clasificada de Hillary durante su gestión como secretaria de Estado.

Hillary creyó resuelto el embrollo de los correos electrónicos cuando fue exonerada por el Congreso. Denunció, a su vez, el presunto vínculo entre Putin y su rival, Donald Trump. Que no, que no lo conozco de nada, procuró martillar Trump. En sus palabras: “No conozco a Putin. Él dijo cosas buenas sobre mí. Si nos llevamos bien, eso sería bueno”. Titilaron las luces rojas del Detector de Mentiras de Univisión, cargado con declaraciones previas del candidato republicano. Las recopiló Business Insider. Dejaba en claro que, en realidad, se conocen desde hace mucho tiempo. Eso ocurrió durante el tercer y último debate con Hillary, tan descarnado como los anteriores.

Trump arrió de ese modo las banderas del Partido Republicano en contra de Rusia. En 2012, el candidato presidencial Mitt Romney había descripto a ese país como “el enemigo geopolítico número uno” de los Estados Unidos. Seguía el libreto de Ronald Reagan. Trump lo echó por tierra con una actitud inédita en un político norteamericano desde el comienzo de la Guerra Fría: elogió a Rusia. También alentó a sus espías, los apparátchik, a seguir ventilando intimidades de la campaña demócrata. Insólito.

Esas intimidades proceden de los correos electrónicos de Hillary. En 2009, cuando fue nombrada secretaria de Estado, rechazó una dirección de correo y un teléfono móvil oficiales con la excusa de no llevar un dispositivo para uso personal y otro para uso laboral. Como cuenta de correo aceptó una ofrecida por la compañía Blackberry: hrd22@clintonemail.com. El servidor quedó alojado en su casa de Chappaqua, Nueva York, donde también tiene su correo electrónico el ex presidente Bill Clinton. En 2013, fuera del gobierno, la compañía Platte River Networks trasladó todos los datos a su centro en Nueva Jersey. De ese modo, Hillary les abrió la puerta a los piratas informáticos para que robaran datos clasificados. En especial, los de su gestión como secretaria de Estado.

Ese año, durante una investigación sobre el ataque contra el consulado de los Estados Unidos en Bengasi, Libia, en septiembre de 2012, en el que murieron el embajador Christopher Stevens y otros tres norteamericanos, el Congreso descubrió que Hillary no había usado ni una sola vez la cuenta del correo electrónico oficial. Tras una extensa investigación, el FBI la eximió de cualquier conducta delictiva, más allá de calificarla de "extremadamente irresponsable" con sus comunicaciones. Trump convirtió ese desliz en su latiguillo de su campaña.

Eso de husmear en los archivos ajenos “es buen espionaje”, según el general retirado Michael Hayden, ex director de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). Lo admitió durante una conferencia organizada por The Heritage Foundation durante la cual confesó que los Estados Unidos, al igual que Rusia, “piratean los correos electrónicos internos de un importante partido político de una importante potencia rival”. Pero Rusia, esta vez, “cruzó la línea”. ¿Por qué? Transformó esa información en “un arma”. El problema entonces no es recabar información delicada de otro país, sino utilizarla en una operación encubierta con el fin de perjudicarlo.

En julio de 2016, los analistas de seguridad del gobierno norteamericano comprobaron que habían sido robados correos electrónicos de los servidores del Comité Nacional Demócrata. Cayó su presidenta, Debbie Wasserman Schultz, en vísperas de la convención demócrata. Eso afectó a Hillary. Poco después, Trump echó a su director de campaña, Paul Manafort. Le habría pagado Viktor Yanukóvich, el ex presidente de Ucrania apoyado por el Kremlin, algo así como 12,7 millones de dólares entre 2007 y 2012 por servicios de asesoría. Yanukóvich se refugió en Rusia en 2014 en medio de las concentraciones en su país a favor de la Unión Europea. Lo cobijó Putin, como al ex analista de seguridad norteamericano Edward Snowden.

¿Qué gana Putin con esto? Mucho en su cruzada por la restauración del honor de su país tras la caída de la Unión Soviética, sembrando dudas sobre el resultado “amañado” de las elecciones norteamericanas con el fin de atizar las teorías conspirativas de Trump. Gana mucho, también, contra Hillary, cuyo plan en 2009, como secretaria de Estado de Barack Obama, era crear una división entre él, entonces primer ministro, y el presidente ruso, Dimitri Medvedev. Fue un intento fallido. De la puja tomó distancia ahora el presidente de Ecuador, Rafael Correa: restringió el servicio de Internet en su Embajada en el Reino Unido, refugio de Julian Assange, fundador de WikiLeaks, de modo de evitar más filtraciones para desprestigiar a Hillary.

Una de las avalanchas de WikiLeaks sobre intrigas partidarias y algunos escándalos de los demócratas incluyó miles de correos electrónicos del director de la campaña de Hillary, John Podesta, funcionario de los gobiernos de Clinton y Obama. Podesta apuntó contra Trump como cómplice del presunto espionaje ruso por una reunión que mantuvo Roger Stone, operador político del magnate, con Assange. WikiLeaks se desmarcó de las acusaciones, así como Rusia a través de su canciller, Serguéi Lavrov. De ser presidente Trump, cuyos negocios en Rusia se remontan a 1987, los Estados Unidos abdicarían del liderazgo global y se concentrarían en los asuntos domésticos. Es un “tonto útil”, según Newsweek. Es una bendición, ha de pensar Putin.

Jorge Elías

@JorgeEliasInter | @Elinterin
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