Dos días después de la aplastante victoria del oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en las segundas elecciones legislativas en cinco meses en Turquía, el todopoderoso presidente Recep Tayyip Erdogan acudió a rezar a la mezquita de Eyüp, en Estambul, a la usanza de los sultanes del Imperio Otomano, mientras eran detenidos varios policías y funcionarios involucrados en la red del predicador musulmán Fethullah Gülen, antes su aliado, ahora su archienemigo. La vasta redada incluyó el arresto del editor y del jefe de redacción del semanario Nokta, tildado de opositor del gobierno, así como, en la semana previa de las elecciones, el cierre de canales de televisión.
¿Qué representa Gülen, exiliado en Pensilvania, Estados Unidos, después de haber sido un puntal del AKP tras el primer triunfo del partido islamista y conservador de Erdogan en 2002? “Siete millones de seguidores en más de ciento treinta países, mil quinientas escuelas con miles de alumnos diseminadas en todo el mundo, universidades en Turquía, grupos financieros, un banco, miles de millones de dólares disponibles, fundaciones, medios de comunicación y una hermandad secreta en el tejido social y político turco”, enumera el periodista argentino Pablo Kendikian, director de la Agencia de Noticias Prensa Armenia, en las primeras páginas del atrapante libro Fethullah Gülen (Edciones Ciccus).
Erdogan, aupado por la victoria, no tardó en cargar contra sus seguidores, como si la campaña no hubiera terminado. En los cinco meses que transcurrieron desde las anteriores legislativas cobraron forma el miedo y la inestabilidad con el agravamiento del conflicto kurdo y la crisis de los refugiados propiciada por la presencia del Estado Islámico (EI) en Siria y en Irak mientras se deterioraba la economía turca. La respuesta gubernamental consistió en un retroceso de las libertades, la amenaza a la prensa independiente, la creciente polarización de la sociedad bajo los preceptos del Islam y el acoso a los enemigos políticos. Entre ellos, el Estado paralelo montado por Gülen, cabeza de una confraternidad llamada Hizmet (Servicio).
Si un par de días después del triunfo del AKP se multiplicaron las redadas, al tercer día, sin pausa, Erdogan pidió una reforma constitucional a su medida, de modo de concentrar el poder en lugar de cederlo al primer ministro, Ahmet Davutoglu, como ocurría cuando él mismo ejercía ese cargo. En eso, Turquía se parece a Rusia o Erdogan se parece a Vladimir Putin. Cuando Putin agotó sus mandatos como presidente asumió Dimitri Medvedev, pero no perdió un ápice de las atribuciones que tenía como primer ministro. Por esa vía marcha la reforma constitucional turca. En el Congreso, con mayoría calificada del AKP, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), nacionalista kurdo, a punto estuvo de perder en las elecciones el 10 por ciento necesario para obtener representación.
En Turquía, el presidente es el segundo en importancia después del primer ministro. Erdogan resultó ser la excepción. Desde que asumió la presidencia en 2014, después de haber sido primer ministro, absorbió el privilegio del cargo que había dejado. Al igual que Putin, cuanto más tensas se volvieron las relaciones con Occidente (especialmente con los Estados Unidos y la OTAN), más airoso salió. La crisis de Medio Oriente, dice, es culpa del proceder de los británicos y de los franceses después de la Primera Guerra Mundial y de las fronteras trazadas entre Irak y Siria bajo el acuerdo Sykes-Picot. “Todos y cada uno de los conflictos en esta región fueron diseñados hace un siglo”, sugiere.
En octubre, durante la campaña, se produjo el peor atentado terrorista en la historia de Turquía. Casi 100 personas murieron en Ankara. El gobierno turco apuntó sus cañones contra "los de Adiyaman", en referencia a la provincia homónima del Sudeste, donde habría adeptos del grupo sunita EI. También dejó entrever que pudo haber estado detrás la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), asociado adrede con el HDP. Esa estrategia de identificar enemigos y, de ser posible, eliminarlos proviene de la escuela de Putin, en el poder desde 2000, apenas dos años antes que Erdogan. “La victoria del miedo”, tituló al día siguiente de las elecciones turcas el diario Cumhuriyet. Acertó.
 
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