Volver a nacer en Navidad
Hace 35 años que ejerzo el periodismo. Leí muchos libros y diarios, entrevisté gente sabia y conocí lugares que me dejaron muchas enseñanzas.
Hace 35 años que ejerzo el periodismo. Leí muchos libros y diarios, entrevisté gente sabia y conocí lugares que me dejaron muchas enseñanzas. Pero debo confesar que mientras mas aumento mis saberes, menos certezas tengo. Una de las pocas certezas que me atrevo a defender es que nuestros hijos son lo mejor que tenemos.
Que es lo que mas felicidad nos produce. Verlos nacer. Verlos crecer. Y ni me quiero imaginar lo que debe ser verlos multiplicarse y hacernos abuelos. De eso algo sabe Fernando con Santiaguito y Sofía, Sebastián y el flamante Nicolás. O mis viejos que ya son cinco veces bisabuelos con Eliana, Ezequiel, Uriel, Yael y Yoav.
Eso yo todavía no lo experimenté porque mi hijo Diego recién tiene 24 años y está tan enamorado como yo de la aventura de ser periodista. De utilizar este maravilloso oficio para conocer, para curiosear, para investigar y para acomodar a los incómodos e incomodar a los cómodos. Que Diego haya pasado de ser estudiante de periodismo a periodista me produjo una de las mayores felicidades de mi vida. Un yacimiento de alegría que ni sabía que tenía. Su nacimiento como hijo y su nacimiento como periodista es por lejos, lo mejor que me pasó en la vida.
Casi todo lo demás son anécdotas. Van y vienen. Te dan energía o te quitan. Pero no son fundacionales como la relación entre los padres y los hijos. Ese vínculo es de acero.
Es una fábrica de esperanza inagotable. ¿Se puede explicar racionalmente esa felicidad? Es muy difícil pero para empezar creo que procrear, generar vida, aportar a la cavidad del amor de una pareja y prolongar la vida por los tiempos de los tiempos es en sí mismo el mayor de los milagros. No descubro nada ni pretendo descubrirlo. Digo que ese amor que se revela cuando ellos nacen es un manantial que desconocíamos hasta ese momento.
El amor por lo hijos tiene una potencia inigualable. Uno es capaz de hacer cualquier cosa por ellos. Es lo único en la vida que se ama más que a nuestros padres o a nuestra pareja. Es lo único que se ama más que a uno mismo. Es uno mismo en el mañana. Sangre de nuestra sangre, vida cotidiana, gestos, genes. Verlos crecer es una felicidad cotidiana. Aprender a ser padre es una experiencia de una riqueza extraordinaria. Ensayo y error. Poner todo el amor pero sin asfixiar. Ayudarlo a cruzar todos los puentes pero sin cruzar por él. Empujarlo pero no reemplazarlo. Transmitirle valores con el ejemplo pero sin bajarle línea ni apelar a la moralina del dedito levantado. Yo siempre le digo a mi hijo lo mismo que mi viejo me dice a mi: “Cuidate, por favor, que si no te cuidas vos, quien te va a cuidar”. Es un ruego, casi un rezo. Un padre nuestro que estás en la tierra.
Cuida a mi hijo, protegelo. Permitile crecer y permitime estar en la tribuna para alentarlo desde cualquier lugar. Permitime ver su crecimiento y ver su luz que me ilumina. El desafío es ayudarlos a ser mejor que nosotros. Con más cabeza y más corazón. Con más ética y más sonrisas. Que sean valientes, generosos, divertidos, creativos y que aprendan a disfrutar intensamente los momentos de felicidad. Que sepa que se gana y se pierde. Que mucho, no todo, pero que mucho depende de nuestro esfuerzo. De los huevos que pongamos. De nuestro sacrificio.
Son tiempos difíciles para ayudar a crecer a nuestros hijos. Son tiempos llenos de acechanzas y temores. Con muchos miedos. Miedo a que les roben, a que tengan un accidente, a que se droguen, a que se aburran y no encuentren su camino. Y el miedo más terrible: a que no sea feliz. La navidad es muchas cosas según el cristal religioso, histórico y cultural con que se mire.
Yo ya le dije que no soy muy creyente. Que soy más bien agnóstico como buen periodista pero que admiro y hasta envidio a los creyentes. A la gente de fe. Pero creo que la Navidad en su primer y último contenido transmite el mismo valor y concepto del nacimiento. Del génesis, del comienzo. Por eso la navidad es tan fuerte, por eso conmueve tanto.
No es un momento más en la vida de las personas. Es el comienzo de la vida, el nacimiento, el origen, no importa cual sea la religión que profesemos si es que alguna vez profesamos alguna. Navidad es nacimiento y como le dije al principio no hay palabra superior ni mayor milagro. Ese gigantesco océano de amor interminable se resume en nuestros hijos.
Que todos nuestros hijos, los de nuestra familia y los de nuestro país sean muy felices y que nazcan tantas veces como sea necesario hasta que sean felices. Ese es mi deseo para todos nosotros y para todos ustedes. Por eso brindo. Feliz Navidad, feliz nacimiento.